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Columna
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¿Dónde debe estar Ucrania?

Andrés Ortega

La demanda de adhesión a la OTAN de Ucrania, impulsada por Estados Unidos, ha caído como otro jarro de agua fría sobre los europeos, algunos de los cuales, como Alemania y Francia, la consideran, como poco, prematura. Pero ni Europa, ni Ucrania, ni Rusia han realmente contestado a la pregunta ¿dónde debe estar Ucrania? Europa no estará unificada, como indica el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop, mientras no coincidan "donde están los países y dónde quieren estar".

La cumbre de la OTAN en Bucarest esta semana debe dar el visto bueno a la ampliación a tres nuevos miembros: Albania (¿importará el problema de Kosovo?), Croacia y Macedonia (si se resuelve la cuestión de su nombre con Grecia). Pero, de repente, el presidente y la primera ministra de Ucrania, Yúshenko y Timoshenko, han puesto sobre la mesa su aspiración, aunque prometiendo que no habrá bases extranjeras (lo que prohíbe su Constitución). En lo que será su última cumbre atlántica, Bush, como parte de su legado, quiere dejar encarrilada esta cuestión, con una hoja de ruta o MAP (plan de acción, en sus siglas inglesas) para el ingreso. Durante los mandatos de Bush, la OTAN se habrá ampliado a 10 nuevos miembros: Bulgaria, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania, a los que hay que sumar ahora los tres apresurados nuevos invitados. Pero con Ucrania (y Georgia, que plantea una problemática propia y enrevesada) "el tiro le puede salir por la culata", señalan fuentes europeas.

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Bucarest será la primera cumbre de la OTAN a la que asistirá el aún presidente ruso Vladímir Putin. La cuestión ucraniana eleva la temperatura. Las relaciones entre Rusia y Ucrania son demasiado íntimas como para que la perspectiva del ingreso de Kiev en la OTAN no plantee serios problemas. Hay centenares de kilómetros de contacto entre ambos países que no tienen delimitación. El ingreso obligaría a definir estas fronteras, y a separar algunas ciudades e industrias militares.

Pero no se trata únicamente de que la OTAN se meta en una senda que aliene a los rusos -o que les otorgue un inaceptable derecho de veto-, sino que los propios ucranios están abrumadoramente en contra del ingreso en la Alianza Atlántica. Más de la mitad lo rechaza y sólo menos de un 20% está a favor, según diversos sondeos. Tanto que la iniciativa oficial provocó un boicoteo parlamentario por la oposición que sólo se resolvió con la aprobación del compromiso de un eventual referéndum. Ucrania debe hacerse una idea de lo que quiere ser, y está aún dividida al respecto.

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Para lo que habría una mayoría es para la entrada en la Unión Europea, pero, dada la fatiga de ampliación, esta perspectiva está en estos momentos fuera del horizonte vital de la UE y de Ucrania. Algunos europeos, como los alemanes y los franceses, son contrarios al discurso antirruso que emana de Washington y de otras capitales. En todo caso, piensan que antes de plantear la cuestión de Ucrania y Georgia hay que reducir las tensiones en la región.

La Alianza no sólo se amplía, sino que también gravitan en su derredor posibles socios que no miembros, como Australia, Japón (y para algunos, Israel). Es la conversión de la Alianza en una red de seguridad internacional. China aún no ha planteado objeciones, pero si la ampliación de la Alianza empieza a acercarla a sus fronteras, querrá tener algo que decir. También la OTAN, que en 2009 cumplirá 60 años, debe pensar qué quiere ser y qué quiere hacer, pues quizás esté demostrando en Afganistán que no vale para la tarea que se le ha encomendado. La cumbre de Bucarest debe producir un concepto estratégico sobre Afganistán que sea convincente al explicar por qué, cómo, con qué fines y con qué estrategias actúa la OTAN en aquel país, pues va creciendo la oposición en algunas sociedades europeas a la participación en aquella guerra lejana.

La OTAN no ha decidido aún si Rusia pertenece a Occidente o al resto (The West or the rest). Con la ampliación de la OTAN -percibida como antirrusa desde Moscú por el régimen y la población-, "la Alianza gana territorio pero está perdiendo a Rusia", observan algunos responsables rusos. Y, efectivamente, con cada ampliación de la Alianza Atlántica parecen perder fuerzas los movimientos prooccidentales en Rusia, aunque la Alianza no se presente como una amenaza contra Rusia. De hecho, la amenaza occidental contra Rusia es la más baja desde Napoleón. Pero a menudo las percepciones cuentan más que la realidad.

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