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Columna
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Contra la desbandada de la izquierda / y 5

Varios amigos me han criticado el efecto desmovilizador del análisis que he realizado en las cuatro últimas columnas sobre la regresión de la izquierda, regresión que es consecuencia del implacable desmantelamiento de las ideas y valores de progreso. Espero que esa consecuencia negativa haya sido muy limitada y que en cambio mi reflexión haya servido para poner de relieve algunas de las características para mí más perversas de la sociedad en que vivimos. En particular dominación total del individualismo posesivo, núcleo teórico capital de la derecha liberal y componente importante del social liberalismo que preside los programas económicos de los partidos que se siguen llamando socialistas y socialdemócratas y que se ha traducido en la consagración absoluta del dinero, el triunfo personal y el éxito social como únicos criterios válidos para juzgar a los seres humanos. Su consecuencia es la permanente celebración de las insignificancias de nuestros preciadísimos egos, la autoglorificación de nuestras hazañas profesionales y nuestro tan satisfactorio enclaustramiento familiar. Cada cual a lo suyo, siempre a lo suyo, sólo a lo suyo. Apostar a lo común, a lo de todos es un error que a nada conduce, revindicar lo colectivo es una perversión que acaba inevitablemente en represión y totalitarismo.

La reconquista de las posiciones de progreso no se sitúa hoy en el ámbito directamente político

A esta Vulgata del neoconservadurismo que los medios de comunicación nos venden en todas las esquinas, no se le puede ni oponer las victorias electorales de la izquierda, máxime cuando para obtenerlas habrá que haber hecho concesiones programáticas sustanciales, como la apoteosis sin restricción del social-liberalismo que llega hasta querer suprimir el impuesto sobre el patrimonio. La reconquista de las posiciones de progreso no se sitúa hoy en el ámbito directamente político y electoral, sino en el creencial y en el axiológico, en la esfera de los principios y de la ejemplaridad, para las que la coherencia entre decir y hacer, la fuerza de las ideas y la integridad de las prácticas es absolutamente determinante. Nadie puede escandalizarse de que José María Aznar haya puesto sus capacidades al servicio de las actividades especulativas del capitalismo financiero mundial, ni siquiera en su versión más abrupta, la de los fondos que se califican de basura, los hedge funds, a los que se ha vinculado con su incorporación a la Sociedad Centaurus. Ni tampoco de que Rodrigo Rato haya abandonado su posición rectora en el Fondo Monetario Internacional, tan importante para España, y se haya enrolado, evidentemente, con el único propósito de aumentar su patrimonio en el grupo Lazard, uno de los grandes especialistas mundiales en el montaje de operaciones de financiación especulativa. Pues estos comportamientos son menos incongruentes con las convicciones políticas de sus protagonistas que la función de consejo de las grandes empresas de nuestro país del antiguo ministro socialista de Economía Carlos Solchaga; y sobre todo que la práctica asesora que ejerce Felipe González, la figura más emblemática de la socialdemocracia española, para con el magnate de la comunicación Carlos Slim y uno de los hombres más ricos de América Latina así como las intervenciones que según la prensa, ha realizado a petición de éste a favor de algunos líderes políticos conservadores latinoamericanos como Vicente Fox.

Estamos, pues, en una situación que apela, por parte de la izquierda real, más que a acciones directas de política institucional, a un trabajo prepolítico que por una parte, refuerce los grupos de base y robustezca el movimiento social y, por otra, contribuya a la crítica ideológica y al lanzamiento de un nuevo frente doctrinal. Para ello hemos de apoyarnos en los autores que constituyen la vanguardia actual del pensamiento crítico galo. Entre ellos, el profundo y riguroso René Passet cuya crítica del neoliberalismo en su libro La ilusión neoliberal, Fayard 2000, o su reflexión sobre el socialismo posible en la publicación de la Fundación Jean Jaurès, La idea socialista, son hoy materiales imprescindibles. Sin olvidar el admirable La Haine de la Démocratie, La Fabrique 2005, del penetrante Jacques Rancière, la combatividad radical de Alain Badiou cuya formulación más ambiciosa la encontramos en L'être et l'évènement, Le Seuil, 1988 la iconoclastia teórica del filósofo de la ciencia Jacques Bouveresse que en su último estudio nos cura de los falsos consuelos de la fe Sur la vérité, la croyance et la foi, Agone 2007, que conjuntamente con las contribuciones de Robert Castel y de Daniel Bensaid, así como las de nuestros hermanos mayores Edgar Morin, Pierre Bourdieu, Claude Lefort, Castoriadis, etcétera, representan un utilísimo patrimonio de saberes, un impresionante corpus de teorías y propuestas.

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