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La región más conflictiva

La designación de Karzai complica los planes de Obama para Afganistán

La continuidad del presidente afgano condiciona la estrategia militar de EE UU

Antonio Caño

EE UU felicitó ayer a Hamid Karzai por su reelección como presidente afgano y le trasladó oficialmente una invitación a trabajar juntos por el futuro del país. Cortesías aparte, la victoria de Karzai es un hecho que condicionará la decisión de Barack Obama sobre el futuro de la guerra y que no anima, precisamente, a una mayor involucración estadounidense en el destino de Afganistán.

"Aunque el proceso electoral ha sido desordenado, el resultado ha sido conforme con la ley afgana y, por tanto, la comunidad internacional seguirá colaborando con el presidente Karzai en la seguridad y la prosperidad de Afganistán", manifestó ayer Obama tras una conversación telefónica con el presidente reelegido.

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La anulación de la segunda vuelta electoral, tras la retirada del candidato de la oposición, Abdulá Abdulá, es el último acto de un drama al que Estados Unidos no sabe cómo poner fin. Esa segunda vuelta, convocada por el insistente empeño de Washington, era la última posibilidad de darle credibilidad a un proceso electoral desvirtuado desde el principio por las sospechas de fraude.

Sin la segunda vuelta, Karzai asumirá el poder, en este momento decisivo de la crisis afgana, más cuestionado y más debilitado de lo que ha estado jamás. De tal forma que lo que debía ser uno de los pilares de la nueva estrategia estadounidense en ese país, la paulatina cesión de responsabilidades a las autoridades locales, nace ya resquebrajado.

En realidad, la Administración de Obama nunca simpatizó con Karzai, a quien siempre creyó demasiado implicado en casos de corrupción como para ganarse el respeto de sus compatriotas. Pero nunca fue capaz de encontrarle un relevo adecuado.

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Ahora se ve abocada a colaborar con él, a sostenerlo y a, en la medida de lo posible, mejorarlo. "Le ha transmitido a Karzai la necesidad de abrir un nuevo capítulo en nuestras relaciones y él dice comprender la trascendencia del momento", declaró ayer Obama.

Lo más importante para EE UU hoy es cómo encajar esa pieza, la del representante del Gobierno afgano, en los planes que Obama prepara para Afganistán.

Combatir a Al Qaeda

El presidente estadounidense quería esperar hasta conocer al ganador de las elecciones antes de hacer públicos esos planes. Ahora ya no hay nada más que esperar. No transcurrirá, por tanto, mucho tiempo antes de que Obama comunique si acepta la petición de unos 40.000 soldados más hecha por el jefe de la operación militar, general Stanley McChrystal, y cuáles son los objetivos que se establecen para esa misión.

A la espera de ese paso, cada día se hace más probable que Obama apueste por una reconsideración del sentido del conflicto. Desde hace algún tiempo, de forma consistente, los portavoces oficiales se refieren a Al Qaeda como el enemigo a perseguir, sin incluir, como antes, a los talibanes. Tampoco se habla de victoria ni se plantea el propósito de convertir Afganistán en una democracia.

Discretamente, se va dando paso a la idea de combatir a Al Qaeda de forma limitada (bombardeos de aviones no tripulados y acciones contraterroristas precisas, no extensos patrullajes en todo el país) y de pacificar relativamente las ciudades afganas, mientras se gana tiempo para ayudar al Gobierno de ese país a formar las fuerzas armadas que necesita para tomar el pleno control de la situación. Una apuesta así podría exigir, de momento, un relativo incremento del número de tropas, pero significaría, a largo plazo, un modelo de retirada en condiciones similares a como se está haciendo en Irak.

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