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Columna
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Las dificultades de la UE

Hay tres elementos susceptibles de deteriorar las relaciones entre Francia e Italia que nos proporcionan materia para reflexionar sobre las dificultades de la Unión Europea.

Un desacuerdo económico: Italia prepara un decreto para evitar que un grupo francés -por otra parte, por vías totalmente ordinarias- se haga con el control de lo que considera uno de los florones de la industria agroalimentaria italiana, a saber, el gigante lácteo Parmalat.

Una discrepancia política en el caso libio: los franceses, de acuerdo con los británicos, quieren expulsar a Gadafi, mientras que Italia, en virtud de las buenas relaciones de este último con Berlusconi, intenta por todos los medios que el dictador tenga la posibilidad de encontrar una salida honorable y negociada.

Los líderes europeos parecen imitar a Poncio Pilatos en la crisis migratoria de Lampedusa

Finalmente, una disputa relacionada con la inmigración: los italianos -la isla de Lampedusa es la puerta de entrada para aquellos que, aprovechando sobre todo la revolución tunecina, intentan llegar a Europa- están indignados por la actitud de los franceses, que bloquean en la frontera franco-italiana a los tunecinos que quisieran proseguir su viaje y encontrar trabajo en Francia.

La primera dificultad es completamente incompatible con las reglas del buen funcionamiento del mercado único. La posición italiana es, pues, difícilmente aceptable. Pero hay que reconocer que forma parte de una temática a la que los Gobiernos recurren cada vez más: el patriotismo económico, erigido en muralla contra las fuerzas del mercado. Los alemanes -durante algún tiempo con el asunto Opel- y los franceses recurren a menudo a este argumento que hoy se vuelve contra Francia. Son guerras estériles que a menudo se producen en detrimento del consumidor europeo, pese a que los movimientos de concentración plantean indiscutibles problemas sociales.

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La segunda problemática remite a la cuestión de la defensa europea. La actitud de Roma, que está más cerca de Moscú que de París o Londres es, en el fondo, difícilmente admisible. Solo los vínculos particulares entre Berlusconi y Gadafi, y entre Putin y Gadafi, explican la benevolencia de estos dos líderes hacia el coronel libio. Pero, sobre todo, la actitud italiana, y aún más la alemana, nos recuerdan al año 2003. Es como si estuviéramos viviendo una especie de 2003 al revés. Aquel año, en efecto, la guerra de Irak dividió a Europa. Por una parte, Londres y Madrid se alinearon con George Bush. Por otra, Berlín y París formaron con Moscú un eje hostil a la guerra. Hay que recordar que a la Unión Europea le ha costado mucho borrar las huellas de esa división. Y estamos viviendo una nueva paradoja. El acercamiento, en una operación militar bajo el signo del deber de injerencia -y por tanto de los valores que defendemos- ordenada alrededor del eje Londres-París tal vez sea una señal de que es posible sumar a Reino Unido al embrión de defensa europea. Esta es tanto más necesaria en cuanto que el liderazgo estadounidense ya no es lo que era y se establecerá una diferencia entre aquellos europeos que sigan apelando a los norteamericanos y los que, como acaban de hacer Francia y Reino Unido, consideren que el relativo retroceso del liderazgo estadounidense hace posible otro reparto de papeles con más iniciativa para Europa.

Si, por una parte, la actitud italiana en el caso libio es criticable desde el punto de vista de lo que podrían ser los objetivos europeos, por otra resulta chocante constatar la poca solidaridad de la que goza en materia de inmigración. La situación en Lampedusa ilustra una vez más una gravísima carencia europea. Todos sabemos que el eventual control de los flujos migratorios solo puede depender de una política cada vez más coordinada y coherente por parte de los países europeos concernidos. Ahora bien, ¿qué hemos podido ver en Lampedusa? El lamentable espectáculo de un Gobierno italiano que ha dejado que la situación sobre el terreno degenere para poder justificar unas medidas más radicales ante la opinión pública y, al mismo tiempo, el de unos líderes europeos que parecen haber escogido como modelo a Poncio Pilatos. La situación es inaceptable.

Como puede verse a través de estos episodios que -esperemos que no sirvan de precedente- oponen a Francia e Italia, cada día que pasa debería convencernos de volver, mal que bien, al camino perdido de la integración europea.

Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

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