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Tensión en Irán
Columna
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Las elecciones de Obama

¿Ha ganado Israel las elecciones en Irán? La victoria, seguramente fraudulenta, del presidente Mahmud Ahmadineyad -si los resultados son ratificados por el Consejo de Guardianes- puede ser menos negativa de lo que parece, de la misma forma que el triunfo de su rival, el reformista Hosein Musaví, no habría sido la panacea universal para Oriente Próximo. Ambos son hombres profundamente enraizados en la revolución jomeinista, y sus diferencias tienen que ver con la respirabilidad interna del país, mucho más relajada en el caso de Musaví que en el del autoritario presidente, pero en política exterior los dos estaban a una para proseguir la carrera nuclear y ninguno le habría regalado nada a Israel, aunque el perdedor se habría abstenido juiciosamente de pedir la destrucción del Estado sionista; pero lo que les hermana es que la sustancia del poder la ejerce Alí Jamenei, el "Jurisconsulto Gobernante". El momento en que se han celebrado esas elecciones es, en cambio, lo que las hace más notables, porque el líder religioso y su presidente deberían responder sin demasiada dilación a la oferta de diálogo de Barack Hussein Obama.

En estos comicios la cúpula iraní tenía que designar al candidato más idóneo para tratar con EE UU
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El discurso del presidente estadounidense el pasado día 4 en El Cairo tenía como objetivo eliminar la toxicidad política que emanaba de cualquier declaración o iniciativa de Washington, de forma que todo lo que hacía o decía el anterior presidente George W. Bush, resultaba letal para cualquier líder musulmán que lo acogiera hasta con media sonrisa. La situación es hoy diametralmente opuesta: es casi imposible no aceptar, siquiera pro forma, entrar en algún tipo de conversaciones con un líder a quien buena parte de las masas islámicas mira con esperanza. El director de la publicación online Tehran Bureau, Golnush Niknejad, decía recientemente que un presidente negro, con Hussein de segundo nombre -el mártir del chiísmo, versión del islam iraní-, "intrigaba" al establishment nacional; e incluso Ahmadineyad se decía en febrero dispuesto a "un diálogo basado en el mutuo respeto y ambiente favorable".

Bajo el sha Mohamed Reza Pahlevi (1953-1979), amigos; bajo Jomeini y sucesores, enemigos; Irán y Estados Unidos sostienen una relación íntima, en la que Washington es el referente de Teherán. Durante el segundo mandato de Bill Clinton, que se pavoneaba de liberal, era elegido presidente Mohamed Jatamí (1997-2005), que hizo gestos hacia Estados Unidos no tan diferentes de los que ahora promueve Obama hacia Irán y el mundo islámico; y antes de que acabara el primer periodo de George W. Bush, con la invasión de Irak como fait accompli, ascendía a la primera magistratura iraní su hirsuto equivalente, Ahmadineyad. Es cierto que la simetría sólo se habría mantenido con la victoria del líder reformista, tan radical en la defensa de la legalidad islámica como su rival, pero moderno y sabedor de que el mundo es más complejo que todo lo que el presidente pueda sospechar, con su formación de barrios populares para adentro. Pero aún así, éstas eran las elecciones de Obama, porque habían de designar el candidato que la suprema autoridad, Jamenei; el segundo gran ayatolá, Hachemí Rafsanyani, que era partidario de Musaví, y una treintena de altos clérigos consideren más idóneo para tratar con Estados Unidos.

Y la dificultad más inmediata, pero que habría afectado igualmente a ambos aspirantes, podría ser que para Teherán la pelota se halle en el campo de Washington. El pasado 20 de marzo, Obama se dirigió a Irán con su ya famoso vídeo de la mano tendida -¿cuántas manos tiene el líder demócrata?-; y el 11 de mayo la justicia iraní ponía en libertad y expulsaba a la periodista estadounidense Roxana Saberi, que estaba detenida por espionaje. El Departamento de Estado había excluido específicamente cualquier quid pro quo, pero desde hace más de dos años Estados Unidos retiene a dos diplomáticos iraníes en Irak, a los que acusa de ese mismo pecado universal. Es verosímil que Ahmadineyad piense, como habría hecho Musaví, que ahora el gesto corresponde a Washington.

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El Gobierno de Israel y la derecha estadounidense se han solazado con la victoria del presidente que les permite agitar el espantajo del enemigo perfecto; y en ello son curiosos compañeros de cama de Hezbolá, que perdía las elecciones en Líbano el día 7, y Hamás en Palestina, fuerzas ambas que prefieren la línea dura. Pero las apuestas son demasiado altas para que el futuro de las relaciones entre Estados Unidos e Irán se halle en otras manos que las del gran Jurisconsulto y sus adláteres.

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