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Kenia afila sus machetes

Kibera, el mayor barrio de chabolas del país, con más de un millón de habitantes, se prepara para repeler los ataques de la etnia del presidente

Lo llaman panga en suajili, un machete de medio metro que se ha hecho célebre en decenas de conflictos africanos, y que en las manos de muchos kenianos se convierte en un símbolo de lucha y justicia. La mano derecha de Ahmed está relajada y lo sostiene como un juguete. Subido en una furgoneta oxidada, el joven de 25 años echa una mirada al mar de tejados en Kibera, el suburbio donde vive a las afueras de Nairobi junto a un millón de personas. Ahmed lo describe como "el infierno" para después añadir: "Pero es mi infierno".

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La temperatura en el infierno ha subido a medida que se iba calentando la bronca entre los seguidores de los partidos mayoritarios que participaron en las elecciones del 27 de diciembre. El ganador oficial fue el actual presidente Mwai Kibaki, del Partido de Unidad Africana, según su propio recuento. Las sospechas de pucherazo y las declaraciones de los observadores internacionales en ese sentido hicieron que los simpatizantes de Raila Odinga, del Movimiento Democrático Naranja, se echaran a la calle para protestar por el resultado.

En Kibera, uno de esos lugares, todavía huele a humo y aún quedan muchos restos de la batalla campal que han librado sus habitantes con las fuerzas de seguridad. La gente trata de descansar un poco y sale a buscar comida tras el encierro obligado al que les ha sometido la policía durante días. Un coche que patrulla con la luna rota sortea los automóviles volcados que han servido de barricada. "Hoy pueden entrar sin problemas porque nos han dejado salir a buscar alimento, pero esto no ha acabado aquí. El martes llegaremos a Uhuru y nadie nos lo impedirá", anuncia Ahmed.

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Para los partidarios de la oposición, el parque de Uhuru, en el centro de Nairobi, es el símbolo de su victoria. Allí quisieron llegar el miércoles, pero los antidisturbios lo impidieron. Los líderes de la oposición desconvocaron una segunda manifestación el jueves a la espera del momento propicio. Éste llegará el martes, cuando estén en Nairobi todos los diplomáticos llamados a resolver el conflicto.

La noche pasada hubo muerto en el poblado de Kibera, según el relato de algunos de sus habitantes. Miembros de la secta mungiki, un movimiento tradicional de la etnia kikuyu, afín al presidente Kibaki y muy violento, entraron por la noche y atacaron a algunas personas en sus casas. "Llegan por la noche armados con sus machetes y piden venganza por lo que pasó en la iglesia de Eldoret. Dicen que hemos sido nosotros, matan a la gente y luego tiran el cuerpo a la calle", explica Patrick, otro de los jóvenes del poblado.

Los mungiki son temidos allá donde estén. Se trata de una sociedad secreta que pretende regresar a las tradiciones más antiguas de la etnia kikuyu y que se inspira en los seguidores de la revolución Mau-Mau, rebeldes en los últimos años en que Kenia fue colonia británica. Se mueven como una mafia y para entrar en ella hay que pasar por sangrientas pruebas que demuestren la fidelidad del nuevo miembro a la causa. "Pues aquí estoy esperándoles. Si vienen esta noche se van a encontrar con mi machete. No dejaré que me toquen", asegura Ahmed.

El enfrentamiento político entre Kibaki y Odinga, ambos de etnias rivales, ha servido para sacar del cajón antiguos odios y para convertir el problema en un conflicto tribal. Los kikuyu, de la misma tribu que el presidente, suponen un 22% de la población total de Kenia (35 millones). Durante años han ostentado el poder político y económico de un país floreciente y han dejado en los suburbios y en la pobreza a los miembros de otras etnias como los luo, a la que pertenece el aspirante Odinga.

Tras el suceso de Eldoret, donde 35 kikuyus murieron tras arder una iglesia incendiada por los luo, la sed de venganza se ha trasladado a aquellos puntos del país donde aún quedan kikuyu, la mayoría de ellos expulsados de sus casas y sus comercios.

"Pero para entender lo que está pasando no hay que olvidar que esto no es un conflicto entre dos tribus rivales, sino una guerra entre los kenianos y los kikuyu", comenta una fuente cercana a la oposición. "Ellos han tenido siempre la gracia de los líderes de este país y han dejado a un lado al resto de tribus. Cuando uno de ellos gana, se ponen a recontar los votos y manipulan las elecciones para quedarse en el sillón presidencial", señala.

El atardecer en Kibera devuelve a sus habitantes los miedos que se habían desvanecido con el día. La gente se levantó con la sensación de tregua y con titulares de periódicos que reclamaban paz y responsabilidad a sus líderes. Pero a esta hora se vuelve a pensar en los mungiki, en la policía y en los ruidos que traerá la noche. Fuentes cercanas a la oposición aseguran que los policías han recibido órdenes de no entrar en Kibera incluso si hasta allí entran los integrantes de la secta. Los jóvenes luo abandonan las calles con ese temor disfrazado de bravuconería y se animan con gritos de victoria. "Hasta aquí hemos llegado. No importa cuánto tiempo pase, si los periodistas os vais o si la policía nos vuelve a atacar", dice Patrick en el techo de la misma furgoneta en la que ha pasado todo el día. Decenas de observadores internacionales y diplomáticos están llegando a Nairobi para tratar de resolver el conflicto. El machete de Ahmed dice estar preparado por si no lo consiguen.

Un coche de la policía antidisturbios keniana sortea una de las barricadas de Kibera tras alcanzar una tregua con sus habitantes.
Un coche de la policía antidisturbios keniana sortea una de las barricadas de Kibera tras alcanzar una tregua con sus habitantes.Á. DE C.

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