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Las enseñanzas de San Lázaro

A México le urge que los partidos no impongan su agenda a la ciudadanía

El zafarrancho legislativo del miércoles pasado en la Cámara de Diputados de México, cuando la sesión se fue en acusar a unos de sospechosos de asesinato, al Presidente Felipe Calderón de espurio y a otros de mentirosos, dejó dos cosas en claro: la primera, que el canal que televisa las sesiones del Congreso puede competir con cualquier otro cuando de reality show se trata. Ese día el rating de la que suele ser la señal más aburrida de la televisión mexicana se convirtió en la comidilla obligada. Si no viste el show en vivo de los diputados quedaste fuera de la conversación. La segunda enseñanza de San Lázaro, como se le conoce al recinto que alberga a los diputados, es que urge la reforma política que despartidice, a través de la reelección directa, la vida de las Cámaras legislativas. Lo que se discutió ahí fue un asunto de partidos que al país ni le viene ni le va. Hoy en día lo que pasa en la vida interna de los partidos afecta a todo el país y pone en crisis a las instituciones, y eso es justamente lo que debemos evitar.

Si el Secretario de Gobernación Fernando Gómez Mont le puso los cuernos a Calderón con el gobernador del Estado de México Enrique Peña Nieto (PRI) o si la líder nacional priista Beatriz Paredes se "chamaqueó" al presidente del PAN, César Nava, está bien y hasta divertido para las columnas de chisme político, pero que eso paralice la vida institucional de un país, ponga en jaque la agenda legislativa y convierta a los diputados en "machitos" de cantina, eso sí es delicado.

Si nos atenemos a las coincidencias entre las propuestas de reforma de política de las tres principales fuerzas representadas en el Congreso lo que saldrá de ahí será un "reformita" insustancial e insuficiente. Si la reforma se hace solo con las coincidencias entre PAN y PRI vamos a tener una reforma un poco más amplia pero todavía lejos de lo que necesita México en términos de velocidad de cambio.

Lo que requiere el país en términos de reforma política es cambiar la estructura de la toma de decisiones: hacer cambios con agilidad y gobernabilidad. Para eso queremos los ciudadanos una reforma política. A nosotros no nos va la vida en el número de legisladores que llegan al Congreso por la vía plurinominal, por las listas que aprueban los partidos, ni si hay segunda vuelta o no, lo que nos importa es que el resultado sea una estructura de toma de decisiones que permita que el país avance mucho más rápido de lo que lo viene haciendo ahora. Pero a los partidos pequeños si les va la vida (y la forma de vida) en el número de plurinominales, y los grandes ya están haciendo cálculos de lo que significa la segunda vuelta.

La política es demasiado importante como para dejarla solo en manos de los políticos, y esta reforma demasiado importante como para dejarla solo en manos de los partidos. Tenemos que crear mecanismos de presión ciudadana para evitar que nos receten una reforma enana que asegure el statu quo partidista por tres o seis años más, pero que no le sirva a los ciudadanos para tomar las decisiones que nos den futuro: la reforma fiscal, la reforma laboral, el cambio en las estructuras de seguridad social, y sobre todo, cambios en la estructura económica que nos permitan crecer a un ritmo más acelerado y con una mejor distribución de la riqueza.

Justamente por lo que nos enseñó San Lázaro el miércoles pasado tenemos que cambiar nuestra forma de ver la reforma política.

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