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Reportaje:Nueva etapa en Francia

Por una "estrategia ofensiva"

El 'informe Védrine' recomienda a París "más modestia" en la política exterior

Francia tiene que abandonar la desconfianza permanente y estéril hacia la globalización y unir esfuerzos en una estrategia ofensiva, que permita aprovechar todas las ventajas que ofrece la economía global de mercado y amortiguar sus inconvenientes. La conclusión del informe de Hubert Védrine, ex ministro socialista de Exteriores, es un llamamiento al sentido común, pero su eco inmediato no deja de ser incierto en un país donde el 75% de la población ve la mundialización como una amenaza.

Partidarios y detractores de la globalización, explica Védrine, se han encerrado en un debate esquemático que ha paralizado a los Gobiernos y que no sirve a los intereses de Francia. La paradoja es que esta "desconfianza máxima en los conceptos" contrasta con una "apertura máxima" en la práctica (la mitad del CAC 40, el índice de los valores más significativos negociados en la Bolsa francesa, está en manos extranjeras). Para Védrine, Francia tiene debilidades (rigidez económica, crecimiento débil, gasto social elevado pero poco eficaz, retroceso educativo) pero muchas ventajas (elevada productividad, grandes empresas competitivas, alto nivel tecnológico, peso diplomático) que permitirían llevar a cabo una "estrategia ofensiva" no "frente a", sino "en" la mundialización.

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El informe detalla cuatro pasos en esa estrategia: la adaptación a la globalización (que implica la liberalización económica, pero también la mejora del nivel educativo o el impulso a la formación científica); la protección frente a prácticas comerciales o financieras desleales, y en sectores estratégicos para la soberanía; la regulación de la mundialización, que debe afrontarse desde instituciones multilaterales pero también desde los propios Estados, y la solidaridad hacia las víctimas directas de los cambios.

Según el informe, la globalización no tiene por qué cambiar la esencia de la política exterior y de defensa. Francia es un país occidental, aliado de EE UU. Pero frente a la corriente integracionista europea, que perfilaba una ilusoria política exterior común -que recibió un varapalo con el no a la Constitución-, y la opción "atlantista", que aboga por una especie de "santa alianza occidental genéticamente programada", Francia debe mantener su propia agenda.

"Revolución mental"

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Para reencontrar la confianza dentro de la mundialización, los franceses, dice Védrine, necesitan "una sacudida psicológica, una revolución mental", apoyadas en iniciativas fuertes e innovadoras. Hay que modernizar la política exterior: cambiar ese tono arrogante que se percibe en gran parte del mundo, y aplicar "más modestia" en las actitudes. No es necesario "recordar sin cesar que Francia es la cuna de los derechos del hombre", lo cual no va a impedir las relaciones con China o Arabia Saudí, por ejemplo.

Con EE UU, el informe sugiere seguir con la fórmula "amigos, aliados, no alineados". Es decir, una cooperación pragmática, que incluye la propuesta de una cumbre sobre la reforma de la OTAN. Las relaciones con los países emergentes deben reforzarse: hace falta diseñar una política hacia China y un esfuerzo diplomático en India y Brasil. Rusia vive un periodo de transición democrática, y hay que plantear abiertamente, a nivel europeo, una cooperación que resista a sus abusos, sobre todo en materia energética. Francia, por último, debe mantener una política árabe (pero no con un enfoque global, impracticable dadas las diferencias entre esos países) y una política africana, sin que signifique la complacencia con los regímenes despóticos.

Manifestación antiglobalización en Saint Cergues, sureste de Francia, durante una reunión del G-8 en 2003.
Manifestación antiglobalización en Saint Cergues, sureste de Francia, durante una reunión del G-8 en 2003.AP

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