_
_
_
_
_
Matanza en el campus

Un estudiante surcoreano, autor de la matanza

Los compañeros de Cho Seung-hui, de 23 años, dicen que era una persona "violenta y errática"

Yolanda Monge

Al horror se le puso ayer cara, nombre y edad. Cho Seung-hui, 23 años. Nacido en Corea del Sur. Era un estudiante de Literatura Inglesa en la universidad que ahora llora a sus víctimas. Residía legalmente en Estados Unidos desde 1992 y fue calificado por los investigadores de la tragedia como "un tipo solitario".

Se estaba convirtiendo en una persona "violenta y errática", según un compañero suyo.

La policía hizo pública ayer la foto del hombre que arrancó a balazos la vida de 32 personas en la Universidad Politécnica de Virginia antes de pegarse un tiro. Su rostro destrozado hizo más difícil la identificación.

Sus problemas le llevaron hasta el departamento de asesoría psicológica
Más información
"No es posible entender toda esta violencia"
"Mi país está en guerra. Estoy acostumbrado a estas cosas"
Dos horas en blanco entre los tiroteos
"Pensé que sólo había un muerto"
Una sociedad cara a cara con la violencia
"Podría haberme pasado a mí"
Detectores de metales y restricciones mínimas
La tragedia de Virginia altera la agenda política de Washington
"Su marido nos ha salvado la vida al bloquear la puerta"

Resuelto el quién, el porqué estaba atrapado en todas las gargantas. Los estudiantes aseguraron que el asesino había ido de una habitación a otra del colegio mayor West Ambler Johnston buscando a su ex novia. El joven surcoreano mató en primer lugar, a las 7.15, a una joven y a su acompañante en un dormitorio de la residencia. Aún no está claro si esa primera víctima era su ex compañera sentimental.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

La hipótesis del novio despechado dejó paso poco después a la del loco solitario tras hallarse una nota en su habitación. En ella, Cho califica a sus compañeros de universidad como unos "niños ricos" y "libertinos", así como unos "charlatanes mentirosos" que merecían morir. Además, fuentes de la investigación señalaban que el asesino había estado tomando medicación contra la depresión.

La policía parecía descartar ayer la hipótesis de dos incidentes separados, y el hecho de que una de las dos armas encontradas en la habitación donde se produjo la muerte de las dos primeras personas tuviera las huellas de Cho Seung-hui la anulaba. Cho portaba en su mochila el recibo reciente de la adquisición de una de las pistolas.

Como residente en EE UU, Cho estaba capacitado para comprar armas sólo si no había sido condenado por algún crimen previamente. Hasta ahora, el único delito conocido de Cho es haber circulado a más velocidad de la permitida el pasado 7 de abril. Tenía una citación judicial para el próximo día 23 de mayo.

En el campus de Blacksburg, dentro de una habitación del número 2121 de Harper Hall, se encontraba la respuesta a la mayor masacre a tiros que se recuerda en Estados Unidos. En ese cuarto dejó el estudiante surcoreano sus últimas palabras escritas. Ante ese edificio se congregaban ayer muchos periodistas y pocos estudiantes.

Ashley Bishop, de 21 años, se manifestaba horrorizada. Acababa de conocer la cara del asesino a través de la televisión y era incapaz de entender lo sucedido. "¿Por qué?, ¿por qué?", repetía sin cesar mientras se apartaba con una mano el pelo que el viento alborotaba y le cubría la cara. A ratos, el pelo se le mezclaba con las lágrimas. A ratos, Bishop dejaba de preguntarse por qué. A ratos se respondía que nada podía explicar la tragedia.

El viento ondeaba la cinta amarilla que establecía que la zona pertenecía sólo a la policía. En algunos momentos, ése era el único sonido que se escuchaba. El ulular de la cinta al ritmo del fuerte viento. El pacífico, el idílico campus "típicamente americano" estaba ayer paralizado. Oficialmente lo estará durante toda la semana. Pasará bastante más tiempo antes de que la comunidad se recupere de tamaña locura. Aunque el tiempo se paralizó el día anterior en Blacksburg.

Para dos estudiantes se detuvo sobre las 7.15 de la mañana. Para otras 30 personas el reloj dejó de contar dos horas después. Nadie es capaz de explicar qué fue lo que no pasó en ese espacio de tiempo y que hubiera podido evitar la carnicería. ¿Por qué no se cerró la universidad? ¿Por qué no se impidió que los alumnos acudieran a clase? El jefe de la policía del campus, Wendell Flinchum, fue bombardeado a preguntas sobre la seguridad en el recinto y sobre lo que parece ser una inadecuada respuesta a la crisis. Las respuestas fueron mínimas y de cortesía.

Algunos compañeros de literatura de Cho recordaban ayer que sus escritos eran "bastante inquietantes". Tomaba medicación para la depresión y se estaba convirtiendo en una persona "violenta y errática", según un estudiante de primer año que prefirió no identificarse. Sus problemas psicológicos le llevaron hasta el departamento de asesoría psicológica que dirige Lucinda Roy, quien le califica como "problemático".

En las últimas semanas, la universidad había recibido varias amenazas de bomba, la última el pasado viernes. Según fuentes de la investigación, la policía "encontró una tercera amenaza de bomba dirigida contra un edificio del Departamento de Ingeniería". La nota estaba cerca del cuerpo del asesino y algunas de sus víctimas.

La investigación ha revelado que entre las armas había una Walther P22 y una Glock de 9 milímetros. "Es razonable pensar que el sospechoso es el autor de la amenaza de bomba", según la investigación de la policía del Estado de Virginia. Los agentes registraban ayer la habitación del supuesto asesino. Allí encontraron ordenadores, armas y munición.

Trey Perkins no quiere hablar. Al final se decide y acierta a decir lo que ya todo el mundo sabe. Que la vestimenta de Cho era "extraña", que iba en "pantalones cortos" y llevaba un chaleco oscuro, casi negro, como de cazador. Perkins vio entrar al pistolero y segundos después comenzó la masacre. Disparar 30 balas en 90 segundos. "Primero le disparó al profesor en la cabeza. Luego a nosotros". "Nos tumbamos en el suelo, y no dejaba de disparar".

Perkins no puede decir nada más. No encuentra las palabras. Pregunta por qué. Tampoco encuentra respuesta. En el mismo aula que estaba Perkins se encontraba Erin Sheehan, que logró salir de la clase con otras tres personas tras hacerse pasar por muerta. "Vi gente con impactos de bala en sus cuerpos, sangre en todos los sitios. Gente arrastrando a otras personas que parecían heridas o muertas".

El aula de ingeniería donde se produjo el segundo tiroteo se ha convertido en una morgue improvisada. Produce escalofríos. Según Marcella Fierro, jefa de investigaciones médicas de Virginia, "la identificación de los cadáveres es algo que va a llevarnos mucho tiempo, varios días".

Ése es el momento que muchos temen. Devin Deane, un estudiante de Virginia, asegura que "todos vamos a conocer a alguien. Mi mayor temor es cuando revelen las identidades. Estamos a las alturas del curso en las que todos hemos hecho amigos y conocemos a bastante gente. Y el momento de saber quién ha muerto tiene que llegar..."

La conmoción en la que se hallaba el recinto universitario el lunes por la noche, cuando los estudiantes organizaban vigilias y rezaban por sus compañeros muertos, dejó paso ayer a una incipiente indignación.

Indignación que crecía a medida que pasaban las horas, a medida que se desgranaban los detalles de la sangría. Derek O'Dell, de 20 años, sólo lleva el brazo en cabestrillo. Pero podía haber perdido la vida. Se encontraba en su clase de alemán cuando el hombre vestido como si fuera un boy scout irrumpió en el aula. "No dijo nada. Eso fue lo más extraño. No gritó, nada. Sólo disparaba contra la gente".

La policía asegura que ningún cadáver tenía en el cuerpo menos de tres balas.

Varias estudiantes lloran durante el acto celebrado ayer en memoria de las víctimas en la cancha de baloncesto de la Universidad Politécnica de Virginia.
Varias estudiantes lloran durante el acto celebrado ayer en memoria de las víctimas en la cancha de baloncesto de la Universidad Politécnica de Virginia.EFE

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_