_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El éxito es de Obama

Hasta nueva orden el éxito solo le pertenece al presidente Obama, que ha arrastrado a israelíes y palestinos -aunque con mucha mayor fuerza de tracción sobre los primeros- hasta la mesa de negociaciones, esta vez ya directas y en Washington. Y lo es como demostración de valentía política porque en noviembre habrá elecciones de medio término al Congreso norteamericano , y la sabiduría convencional tiene de siempre establecido que en vísperas electorales no se hacen juegos de manos, en especial con materiales tan combustibles como el conflicto de Oriente Próximo. Está por ver, sin embargo, que el éxito pueda mantenerse cuando el Partido Demócrata tenga que contar votos.

Y también parece de obligado cumplimiento mostrar algún optimismo, bien que moderado, ante unas negociaciones muy déjà vu, de tantas veces como se ha emprendido el camino de la negociación, en esta ocasión previsto en cómodos plazos de una sesión cada dos semanas, por lo mucho que se juega el presidente norteamericano en el envite.

Entre israelíes y palestinos el único pacto posible se basaría en las resoluciones de la ONU
Más información
Obama afronta una debacle electoral en noviembre

Y no se trata de que el problema sea formalmente insoluble, o intelectualmente inescrutable. Todo el mundo conoce la única vía que podría conducir a un arreglo. La comunidad internacional muy mayoritariamente; la UE sin excepciones; igualmente Estados Unidos y el Cuarteto; los israelíes y los palestinos, incluso los que, como Hamás y el ultrasionismo solo se resignan a la paz de la victoria, todos saben que el único pacto posible se basaría en las resoluciones de la ONU; las que piden la retirada israelí del 22% de Palestina que el Estado sionista no ha querido anexionarse -Cisjordania- y Jerusalén oriental con los santos lugares del islam -que sí ha querido- más algún tipo de arreglo para los cuatro o más millones de refugiados palestinos. Todo ello constituye el vivo retrato de la posición de la Autoridad Palestina (AP), que preside Mahmud Abbas, y dista una formidable pirueta de lo que viene sosteniendo públicamente el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.

La Autoridad Palestina admite, por añadidura, que esas resoluciones sean modificadas por afeites de territorio libremente acordados, con el objeto de que Israel pueda retener parte de lo colonizado, canjeando lo que abandone por parcelas de territorio de extensión semejante en el interior de las fronteras oficiales del Estado. Y para creer que ahora la negociación va en serio el Gobierno israelí debería proclamar ya la paralización absoluta de la colonización -sin las triquiñuelas habituales como permitir el "crecimiento natural" de los asentamientos- y no solo prolongar la moratoria que aprobó Netanyahu hace 10 meses y expira el próximo día 26, que solo ha hecho que la implantación avanzara a menor ritmo. Obama sabe que sin esa concesión las negociaciones no haría falta ni que comenzaran, con lo que cabría pensar que tiene garantías del buen comportamiento israelí. La AP, por otro lado, podría también reforzar sus posiciones diplomáticas reiterando su conformidad con la declaración de la Liga Árabe emitida en Beirut, marzo de 2002, en la que se ofrecía el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas de sus 22 miembros con Israel a cambio de la retirada total de los territorios ocupados en 1967, más una solución, sin duda aún por definir, del problema de los refugiados.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Las contradicciones entre el Likud -derecha profesional- del primer ministro e Israel Beiteinu -ultraderecha que pretende expulsar a los palestinos de nacionalidad israelí para judaizar todo el país- son tales que no habría que descartar la caída de la coalición con la convocatoria de nuevas elecciones, lo que solo serviría a los intereses del nacionalismo extremo israelí y del movimiento terrorista de Hamás, porque paralizaría todo el proceso negociador durante meses. Y menos que a nadie a los de Obama, que vería peligrar el plazo de un año que ha dado a los ex beligerantes para que fragüen un acuerdo. Y la conocida teoría de que de las elecciones pudiera salir un Gobierno israelí mejor dispuesto a negociar que el actual, juega con demasiadas variables como para darle crédito.

¿Es capaz Netanyahu de ofrecer algo que pueda aceptar Abbas sin echarse encima no ya a los terroristas, sino a su propia gente? A juzgar por el récord de ambos, difícilmente. ¿Tiene reservas de poder Obama para forzar a la coalición israelí a hacer lo que no quiere? Dudoso. Pero no tiene mérito encastillarse en el pesimismo. Quieran Jehová y Mahoma -con una manita del Dios del presidente norteamericano- dejar mal a los que solo juzgan con un supremo afán de realismo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_