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El futuro de la UE

Una fiesta histórica, pero sin ciudadanos

Un perímetro de seguridad de 200 metros impide acercarse a nadie al monasterio de los Jerónimos. Detrás de las vallas, unas decenas de jubilados y estudiantes observan impasibles la llegada de los líderes europeos. Se firma el Tratado de Lisboa, los autobuses y los trenes son gratis en la ciudad, y hace un día precioso, claro y frío. Pero los lisboetas no parecen especialmente entusiasmados con esta fecha histórica. "No sé qué decirle. Es un tratado oscuro, muy difícil de entender, y nadie ha explicado qué ventajas tendrá para las personas", dice Américo Gonçalves, de 74 años, empleado de hostelería todavía en activo. "Creo que el pueblo seguirá igual, con una mano delante y otra detrás", añade el guardián del Museo Tropical.

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Desde las 10.40, el primer ministro, José Sócrates, y Luís Amado, titular de Exteriores, reciben en la puerta a sus 26 homólogos. Quiere decirse 25, porque Gordon Brown ya ha anunciado que no llegará hasta el almuerzo porque el vuelo comercial en el que viaja su ministro de Exteriores, David Miliband, se ha retrasado también. Nicolas Sarkozy, el presidente francés, último en llegar, alegra la espera: sale del coche, se acerca a los periodistas franceses, luego corretea hacia Sócrates y le da un gran abrazo.

Dentro del monasterio erigido en el siglo XVI para conmemorar la era de las carabelas, el claustro principal ha sido convertido en una gran sala cerrada. La iluminación es bonita y discreta, como sucede siempre en Portugal, y hace juego con la moqueta y el estrado, todo color azul Europa. Aquí se firmó en 1985 la adhesión del país a la CEE, y en lugar preferente está el artífice, Mário Soares. Hoy, una nueva generación de socialistas tiene el poder. El Gobierno en pleno asiste al final feliz de una presidencia que ha cumplido con eficacia y habilidad sus objetivos: acercar a la UE a su terreno (África y Brasil) y cerrar en tiempo récord un tratado de reforma para sustituir a la difunta Constitución y poner a trabajar a 27 naciones. Sin banderas ni himnos, pero... "Hoy nace una nueva Europa", dice en su discurso el presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso. "La historia recordará este día como un día que abrió nuevos caminos de esperanza al ideal europeo", señala José Sócrates.

La música se mezcla con las palabras. Suena el Himno a la alegría, y el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, aplaude entusiasmado al coro infantil de la Academia Popular de Lisboa. Al final, Dulce Pontes emociona a todos con un fado, Canción del mar.

Luego, cola de líderes máximos para firmar el Tratado: dos por país (salvo Reino Unido). Después, Soares descubre unas lápidas en la puerta del monasterio. "Ahí es donde va a firmar Brown", bromea un dirigente.

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Los jefes de Gobierno se suben a un tranvía engalanado de azul para recorrer los 500 metros que les separan del Museo de Carruajes, donde el presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, ofrece una comida portuguesa: sopa de tomate, cataplana de pescado y marisco, piña de las Azores, y brindis con vino de Oporto cosecha 1957 (la edad de Europa).

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