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El gran silencio de los conformistas

Sajad, el hijo de Sakineh Mohammadi Ashtianí, fue arrestado hace tres días en el despacho del abogado de su madre, Houtan Kian, que también fue detenido; y prácticamente nadie habla de ello.

El joven cobrador de autobús en Tabriz, que defendía con valor a su madre, que abogaba por su causa sin descanso ante la opinión pública mundial, estaba en medio de la que tal vez sea su última entrevista, con unos periodistas alemanes, cuando se vio brutalmente reducido al silencio; y no parece que le importe prácticamente a nadie.

Un Estado dirigido por fanáticos y que muy bien puede tener en el futuro un arma atómica ha demostrado que se comporta como una banda de gángsteres, como una mafia, al llevar a cabo en su territorio, sin el menor atisbo de escrúpulo, un secuestro, al mismo tiempo que expulsa a los últimos testigos posibles de sus crímenes (por ejemplo, la corresponsal de EL PAÍS, Ángeles Espinosa); y prácticamente todo el mundo encuentra eso normal.

Con la detención de su abogado y su hijo, se cortó el último hilo que unía a Sakineh al mundo

Por supuesto, nadie sabe cómo reaccionar ante un acto que es una burla de todos los principios de derecho, desafía a la comprensión y nos deja anonadados.

Ahora bien, nos gustaría oír al menos la respuesta de quienes -empezando por Zapatero y Sarkozy- han dicho que se sentían responsables de Sakineh Mohammadi Ashtianí.

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Debería haber, por lo menos, una enérgica reacción diplomática de un Gobierno -el alemán- directamente involucrado en este caso porque eran dos ciudadanos suyos, dos periodistas del diario Bild -también detenidos-, los que estaban hablando con Sajad cuando irrumpieron los milicianos.

Y en cuanto a las organizaciones de defensa de los derechos humanos movilizadas en favor de Sakineh desde hace meses, las asociaciones feministas que no han escatimado tiempo ni esfuerzos para divulgar su rostro y su causa, los cientos de miles de personas que, en el mundo entero, han dado testimonio, han hecho marchas, han firmado cartas en favor de ella y, como por ejemplo en Segovia, el 18 de septiembre -durante un acto organizado en torno a una conversación entre Juan Luis Cebrián y yo-, acudieron a expresar en masa su indignación y su furia, es preciso que toda esa gente encuentre la forma de volver a manifestarse y expresar el horror que les inspira la encarnizada persecución y el martirio que está sufriendo esta familia.

Podemos escribir a los presidentes, primeros ministros y ministros de Asuntos Exteriores de nuestros respectivos países (así como a los comisarios encargados de la diplomacia europea y al secretario general de Naciones Unidas) para rogarles que intervengan.

Podemos, tal como ha sugerido desde Londres y Berlín el Comité Internacional contra la Lapidación, dirigir cartas de protesta a las autoridades judiciales iraníes (Head of the Judiciary, Howzeh Riyasat-e Qoveh Qaaiyeh, Pasteurt Sont., Vali Asr Ave., south of Serah-e Jomhouri, Teherán, 131 681 47 37, Irán).

Podemos y debemos hallar todos los medios, hasta los más humildes, para negarnos a que caiga un muro de olvido y hermetismo sobre una mujer que, con la detención de su hijo y su abogado, acaba de ver cómo se cortaba el último hilo que la unía al mundo e impedía que la asesinaran, como a tantas otras, en medio de la indiferencia y el silencio.

No hay más que una cosa inconcebible: permanecer quietos y mudos ante esta escalada de locura.

Un mundo en el que nos resignáramos a la idea de una justicia regida por esta forma vagamente actualizada de la culpa colectiva, la culpabilidad filial, sería un mundo sin esperanza.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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