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Un nuevo frente estratégico

La 'guerra de las galaxias' llega a Europa

Moscú amenaza con volver a construir cohetes de alcance medio ante el escudo antimisiles de EE UU

Andrés Ortega

Europa vuelve a ver cómo sobre sus cabezas se libra un pulso entre la primera potencia militar del globo, Estados Unidos, y su antiguo adversario, hoy demediado, Rusia, que busca cómo recuperar la influencia perdida.

Los europeos han sido los primeros sorprendidos de la reacción pública rusa al despliegue de estaciones de radar y lanzaderas para 10 cohetes interceptores de misiles balísticos de EE UU en Polonia y la República Checa. Según la secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, Washington ha informado a los rusos de este paso en el despliegue del escudo antimisiles en al menos una decena de ocasiones.

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Pero en lo que ha constituido una serie de declaraciones bien orquestadas, Rusia ha amenazado con denunciar unilateralmente el histórico tratado INF (Fuerzas de Alcance Intermedio) de 1987 por el cual las entonces dos superpotencias renunciaban a los cohetes lanzados desde tierra de alcance medio e intermedio de 500 a 5.500 kilómetros. Los famosos euromisiles.

El tratado INF que suscribieron Reagan y Gorbachov marcó el inicio del fin de la guerra fría. Fue el primero por el que ambas potencias nucleares aceptaban destruir este tipo de armas y no fabricarlas de nuevo. Todo un hito acompañado del sistema más avanzado de inspecciones que han seguido desde entonces. Ahora, tanto Bush como Putin están poniendo en cuestión esta arquitectura. No se anuncia un regreso a la guerra fría, pero sí que se avanza hacia otro tipo de situación de la que hemos vivido en los últimos años: Rusia quiere afirmarse y recuperar influencia; EE UU, no ceder la que tiene.

Bush ha dado pasos decisivos en el desmantelamiento del antiguo orden. A finales de 2001 denunció el tratado ABM (de 1972) que limitaba los sistemas antibalísticos, por considerar que suponía una traba al nuevo desarrollo de un escudo antimisiles que había recuperado la vieja idea de la Iniciativa de Defensa Estratégica (conocida en España como guerra de las galaxias) de Reagan, que produjo pocos resultados. El nuevo programa de Bush ha supuesto un pingüe ingreso para las empresas armamentistas de alta tecnología, pues la Administración ha venido dedicando al nuevo proyecto sumas importantes, la última, 8.580 millones de dólares de presupuesto para la Agencia de Defensa contra Misiles en el año fiscal 2006.

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El despliegue de radares y lanzaderas estaba en un principio previsto, fuera de EE UU, en Escocia y Groenlandia. El pasado 20 de enero, EE UU solicitó oficialmente a Polonia y la República Checa la instalación de sistemas de misiles antimisiles y radares. EE UU eligió estos países por fiabilidad y por su situación geográfica, lo más al Este posible. Praga ha aceptado sin dudarlo. Varsovia ha sido un poco más cauta, quizá porque una reciente encuesta dice que un 53% de los polacos están en contra, frente a un 36% a favor.

Hay que recordar que este sistema antimisiles -cuya eficacia está por demostrarse- está pensado para defender a EE UU frente a algún posible ataque de cohetes balísticos de países terceros (Condoleezza Rice ha hablado directamente de Irán y Corea del Norte), no contra Rusia, que podría fácilmente saturar estas barreras al disponer de centenares de misiles balísticos. Tampoco se trata de defender a Europa, que lo haría con otros sistemas que está sopesando la OTAN.

Por parte de Rusia se ve de otra manera. Su caída en poder se ha visto reforzada por el ingreso en la OTAN de sus antiguos socios en el Pacto de Varsovia, o incluso alguno de la propia URSS, como los tres bálticos. Ahora, Putin y varios de sus generales consideran que las instalaciones que EE UU pretende poner en Polonia y la República Checa, rompen el equilibrio existente. El general Yuri Baluyevski, jefe del Estado Mayor, amenaza con retirar a Rusia del Tratado INF, y el general Nikolái Solovstov, al mando de los misiles estratégicos, con volver a fabricar este tipo de misiles en cinco o seis años y con apuntar contra esos dos países.

La retirada del tratado debe anunciarse con seis meses de antelación y justificarse en "acontecimientos extraordinarios" que ponen en peligro los "intereses supremos" de una de las partes.

Según los analistas del servicio Stratfor, desde agosto pasado, mucho antes antes del famoso discurso de Putin en la Conferencia sobre Seguridad en Múnich el pasado 10 de febrero, en el que denunció políticamente estos desequilibrios, los rusos ya habían venido apuntando a la conveniencia de denunciar este tratado.

Amenazas por el sur

Moscú observa cómo países cercanos en Asia central y Oriente Próximo se están dotando de cohetes con este alcance, con la perspectiva añadida de la proliferación nuclear, y que Rusia puede necesitar este tipo de armamento. Carecer de este tipo de cohetes sitúa a Rusia en mala posición y desequilibrio en su periferia del sur y del este.

Moscú también ha ido dejando caer que le gustaría salirse del Tratado CFE sobre equilibrio de armas convencionales en Europa, firmado en 1990, calculado primero entre alianzas enfrentadas y posteriormente, tras la disolución del Pacto de Varsovia, entre Estados, y que se fue adaptando una y otra vez a las nuevas realidades.

En mayo de 2002, tras firmar el "marco estratégico" de unas relaciones con Rusia que obligan a intercambio de información en todos estos campos, Bush ofreció a Rusia el desarrollo conjunto de un nuevo sistema de defensa antimisiles. Putin, a su vez, ofreció compartir el suyo (pues lo tiene) con los europeos. Desde la firma de la llamada Acta Fundacional de 1997 entre la OTAN y Rusia, se ha ido agudizando el distanciamiento entre Moscú y la Alianza Atlántica.

El Kremlin -en el que Putin es de los más prooccidentales- puede querer aprovechar esta crisis para rearmar a una Rusia que se ha quedado algo rezagada en el terreno militar, ganar poder y fijar los límites geográficos de su esfera de influencia, además de precaverse frente a una vecindad más compleja y amenazante. Y EE UU fijar su perímetro imperial. Es un nuevo pulso. Pero sería peligroso desmantelar las bases que han sustentado el final de la guerra fría sin tener nada para reemplazarlas, y entrar en una nueva carrera de armamentos. Y Europa en medio.

El presidente ruso, Vladímir Putin, durante un acto oficial ayer en Moscú.
El presidente ruso, Vladímir Putin, durante un acto oficial ayer en Moscú.ASSOCIATED PRESS

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