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Reportaje:

De la guerra al prostíbulo

Refugiadas iraquíes se prostituyen en Siria para sostener a sus familias

Cuando vivía en Irak, Hiba era una buena estudiante que vestía, a sus 16 años, con un modesto velo islámico y que madrugaba cada día para realizar el primer rezo antes de ir a clase. Eso fue antes de que las milicias comenzaran a amenazar su barrio de Bagdad y que su madre decidiera huir a Siria hace más de un año.

A su llegada no encontraron trabajo y el abuelo de Hiba desarrolló complicaciones en la diabetes que arrastraba. Desesperada, Umm Hiba (nombre familiar con el que se conoce a la madre de Hiba), siguió el consejo de un conocido iraquí y llevó a su hija a trabajar a un club nocturno, junto a una carretera en la que se ejerce la prostitución.

"Los iraquíes solíamos ser un pueblo orgulloso", dice Umm Hiba elevando su voz sobre el ruido de los altavoces del club. La madre indica con el dedo la posición de su hija sobre un escenario en el que baila con un traje de seda rosa entre una veintena de chicas. Mientras Umm Hiba observa la escena, un hombre de mediana edad sube a la plataforma para moverse de forma abrupta entre las chicas. "Durante la guerra perdimos todo, incluso perdimos nuestro honor", dice la madre de Hiba.

"Durante el conflicto perdimos todo, incluso nuestro honor", señala una mujer iraquí

Para cualquiera que viva en Damasco estos días, es difícil ignorar el hecho de que algunas refugiadas iraquíes venden sus cuerpos o trabajan en prostíbulos. Incluso en el centro de la capital siria los hombres cuentan cómo los proxenetas les abordan a la salida de las cafeterías y cómo, algo impensable en la cultura árabe, algunas mujeres les invitan, con acento iraquí, "a tomar una taza de té".

Algunas chicas son engañadas y otras forzadas para ejercer la prostitución, pero casi todas dicen que no tienen otro medio para ayudar a sus familias.

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"Muchas de las mujeres que llegan a Siria lo hacen sólo con sus hijos, ya que sus maridos han sido asesinados o secuestrados", dice Marie-Claude Naddaf, monja del convento del Buen Pastor en Damasco, institución que ayuda a los refugiados iraquíes. "Conocí a tres cuñadas que vivían juntas y que se prostituían. Se repartían los turnos de trabajo y el dinero para poder alimentar a sus hijos", cuenta la monja Naddaf.

"En ocasiones se puede ver a familias en las que la madre o la tía prostituyen a las chicas. Pero la prostitución no es el único problema. Las escuelas están abarrotadas y todos los precios han subido. Siria no tiene las infraestructuras adecuadas para ayudar a estas mujeres y tampoco puede deportarlas por la situación en Irak", dice Mouna Asaad, una abogada feminista siria. En Siria hay 1,2 millones de refugiados iraquíes según Naciones Unidas, una cifra que el Gobierno sirio considera más alta.

La mayoría de esta red de prostitución tiene lugar a las afueras de Damasco en clubes conocidos como casinos, un eufemismo local, ya que dentro no se apuesta a juegos de azar. La presencia de las prostitutas iraquíes, que cobran unos 60 dólares la noche (44 euros), ha convertido a Siria en un destino popular para los turistas sexuales procedentes de los países ricos de la región. En los aparcamientos de los clubes casi la mitad de los coches tienen matrículas procedentes de Arabia Saudí.

Refugiados iraquíes esperan en la estación de Bagdad para subir a un autobús con destino a Siria.
Refugiados iraquíes esperan en la estación de Bagdad para subir a un autobús con destino a Siria.ASSOCIATED PRESS

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