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Reportaje:Las Malvinas, a los 25 años de la guerra

La guerra que trajo la prosperidad a las Malvinas

Las pequeñas y alejadas islas, bajo soberanía británica y reclamadas por Argentina, viven del apoyo preferencial del Reino Unido

Jorge Marirrodriga

En la capital de las islas Malvinas, un pueblecito de casas con tejados de colores con unos 2.000 habitantes, todo el mundo se conoce y se saluda por la calle. Se conduce por la izquierda y el viento gélido se combate entre pintas de cerveza y comentarios sobre los partidos de la liga inglesa televisados vía satélite.

Se dispara la mano de obra extranjera. Los chilenos suponen ya el 10% de la población
Las islas son hoy el territorio americano con mayor renta 'per cápita': 60.000 dólares
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"A Galtieri habría que levantarle un monumento en la calle Thatcher". La broma circula en voz baja entre algunos parroquianos en referencia al jefe de la junta militar argentina que -mañana hará 25 años- ordenó a sus tropas desembarcar en las islas Falkland, como las denomina y administra el Reino Unido desde 1833. La guerra de 1982 y la victoria de los británicos supusieron la caída de la dictadura militar argentina, y las islas conocieron un desarrollo económico como nunca en su historia. Hoy son el territorio del continente americano con mayor producto interior bruto per cápita, con más de 60.000 dólares por habitante.

"Yo nací en una granja. No había carreteras, íbamos a todas partes a caballo. Bajábamos a Stanley

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[la capital, denominada Puerto Argentino por Buenos Aires] sólo una vez al año. La vida era dura y en los años sesenta y setenta mucha gente se marchaba para no volver", recuerda Phyl Rendell, directora de Minería. "No había escuela secundaria y a los once años teníamos que seguir los estudios fuera, había incluso dudas sobre la soberanía de las islas", explica. "No nos preguntábamos si se iba a producir una anexión a Argentina, sino cómo y cuándo", asegura John Fowler, inglés nacido en York que llegó en 1971 y que, durante ocho años, ha sido el responsable de Turismo de las Malvinas.

Todo cambió la noche del 1 de abril de 1982. "El gobernador británico nos convocó y leyó un comunicado del Foreign Office que hablaba de alta probabilidad de ser invadidos por tropas argentinas. No lo podíamos creer", relata Fowler. "Al día siguiente estaban aquí", añade. La primera ministra británica, Margaret Thatcher recogió el guante y envío una fuerza expedicionaria. La capitulación argentina llegó 74 días después.

Tras la guerra, la política de Londres dio un giro radical. El Gobierno de Thatcher dedicó como primera medida 30 millones de dólares para obras de reconstrucción y otros 60 millones en ayuda al desarrollo. Y en 1985 añadió una disposición que cambiaría el futuro de las Malvinas: el Gobierno local fue autorizado a explotar los derechos de pesca en sus aguas, aunque estas fueran reclamadas por Argentina. A ello hay que añadir que todos los gastos de Defensa, incluyendo la construcción de un importante aeropuerto junto a una base militar en el centro de las islas, corrían -y corren- a cargo de Reino Unido. "Hasta ese momento las Falkland no veían un penique por lo que se pescaba", apunta Jenny Cockwell, una neozelandesa editora del Penguin News, el periódico local. "En los primeros doce meses los ingresos de las islas pasaron de ocho a 54 millones de dólares", señala John Fowler. Y siguieron subiendo. En la actualidad son de más de 140 millones de dólares para una población total que no llega a las 3.000 personas. La mayor parte de las empresas que pescan en las Malvinas son españolas.

Gracias a estos ingresos y en apenas dos décadas la transformación de las Malvinas ha sido total, en lo material y en lo social. Los niños ya no se marchan a los once años para seguir estudiando, sino que lo hacen, al Reino Unido, a los dieciséis. Desde ahí hasta que acaban la carrera todos los gastos -viajes, manutención, alojamiento, matrícula y algún dinero para otros gastos- son sufragados por el Gobierno local. En la actualidad más de 30 jóvenes estudian con este sistema. Se ha llevado adelante una reforma agraria de manera que la tierra ya no pertenece a una veintena de familias. Se ha construido un hospital avanzado y una red de carreteras y los caballos han sido sustituidos por los cuatro por cuatro de fabricación inglesa o japonesa. La construcción se ha disparado en los últimos cinco años y la mano de obra comienza a ser extranjera, especialmente de Chile y de la isla de Santa Elena. El 10% de la población ya es chilena. Ironías de la historia; son los chilenos los que están extendiendo el español en las Malvinas.

"Ahora los jóvenes suelen volver a vivir aquí tras los estudios", asegura la directora de Minería, mientras observa sobre su mesa un cubo de metacrilato en cuyo interior hay una gotita negra. Se trata de petróleo extraído al norte de las islas. El nuevo maná que puede llover sobre las rebosantes arcas de la economía local. En el cubo figuran los logotipos de la angloholandesa Shell y la italiana Agip.

A pesar de esta explosión económica, las heridas físicas de la guerra siguen presentes. Junto a las carreteras de grava, que recorren el paisaje desolado, pueden observarse campos minados. En Stanley, los dos monumentos a los caídos británicos están permanentemente cubiertos con coronas de amapolas. Los isleños tienen muy presente la existencia en la zona de, al menos, un destructor, baterías de misiles antiaéreos y escuadrones de 'cazas' de la RAF.

Y a estos signos se une el recelo hacia Argentina. "Yo siempre he desconfiado de ellos", subraya Summers, el portavoz del Consejo local. "El actual Gobierno argentino es muy agresivo y trata, hasta ahora sin éxito, de minar la economía de las islas. En lo individual los argentinos son gente capaz y razonable, pero el actual Gobierno es ultranacionalista", añade.

Soldados argentinos capturados por las tropas británicas durante la guerra de las Malvinas.
Soldados argentinos capturados por las tropas británicas durante la guerra de las Malvinas.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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