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Columna
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¿Qué hacemos en Afganistán?

Lluís Bassets

¿Qué está haciendo España en Afganistán? ¿Vale la pena arriesgar la vida de 700 militares españoles en un país tan lejano y en unas condiciones que se nos anuncian cada vez peores? Seguro que éstas y otras preguntas han venido a la mente de nuestros dirigentes estos días, coincidiendo con la visita a Madrid del presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, en la que ha pedido "que se prohíba calumniar" al islam. El general y dictador ha llegado a España poco después de la publicación de El coste humano: consecuencias de los ataques insurgentes en Afganistán, un informe elaborado por Human Rights Watch (www.hrw.org), en el que señala la responsabilidad del Gobierno de Pakistán en la proliferación de la violencia y del terrorismo en Afganistán.

"Hay fuertes evidencias de que los grupos insurgentes operan libremente en áreas próximas a la frontera, en áreas tribales paquistaníes, con mínimas interferencias de las autoridades de Pakistán", dice el informe. Asegura también que muchos funcionarios locales paquistaníes admiten abiertamente el apoyo que prestan a estos grupos, que cruzan la frontera para sus acciones y luego se refugian en Pakistán. Da detalles respecto a la participación de los servicios secretos -el famoso ISI (Inter Services Intelligence)- en la preparación de la tan anunciada ofensiva de primavera y en la acumulación de tropas y armas en la frontera, según versiones que HRW recoge entre los jefes tribales. El Gobierno de Islamabad ha pactado treguas y acuerdos con jefes tribales que colaboran con las guerrillas afganas, lo que les ha permitido rearmarlas, reagruparse, entrenar a suicidas e incluso intensificar los ataques contra la OTAN y contra Estados Unidos durante los periodos de duración de estos pactos.

La situación en Afganistán, tal como la describe HRW, debiera suscitar la máxima preocupación, y con mayor razón en los países que tienen tropas desplegadas en la ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad), una misión que realiza la OTAN por encargo de Naciones Unidas. Los ataques suicidas están creciendo en el país afgano de forma exponencial: fueron 136 en 2006, multiplicando por seis su número respecto a 2005. Cuando cayeron los talibanes no se conocía esta forma de combate. En 2006 murieron en total 492 civiles y 773 quedaron heridos como resultado de todos los ataques perpetrados por los distintos grupos terroristas y guerrilleros. Un apartado especialmente siniestro del informe es el que se refiere al terrorismo antiescolar dirigido a los centros, profesores, alumnos y padres, con especial dedicación a combatir la enseñanza femenina. En las provincias del sur la mitad de las escuelas han cesado su actividad y 100.000 niños han abandonado los estudios.

Un grave incidente protagonizado por una unidad especial de los marines, cerca de Jalalabad el pasado marzo, ilustra el cariz que está tomando lo que ya es sin duda una guerra abierta. Una caravana de seis humvees americanos fue atacada por un minibús cargado de explosivos, conducido por un conductor suicida. La única baja americana fue un marine herido, pero la reacción fue fulminante: la patrulla siguió su camino disparando contra todo lo que hallaba a su paso a lo largo de varios kilómetros. Murieron 10 personas, dos niños y tres ancianos entre otros, y quedaron malheridas 33 más.

Todo evoluciona en Afganistán por el mal camino: en dirección a Irak. La percepción de buena parte de la población afgana es que se hallan pillados entre dos fuegos, el de las guerrillas de los talibanes y señores tribales y el de los ocupantes europeos y americanos. España no puede ni debe irse de Afganistán. Están en juego muchas cosas: la creación de un nuevo Estado terrorista, la credibilidad y el futuro de la OTAN, la propia credibilidad de nuestro Gobierno. Pero algo debe cambiar, algo debe replantearse seriamente antes de que las cosas vayan a peor y Afganistán ya no tenga remedio.

http://blogs.elpais.com/lluis_bassets/

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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