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Reportaje:

La herida de Katyn sigue abierta

El Kremlin se resiste a permitir que una película de Andrzej Wajda sobre el exterminio de oficiales polacos en Rusia se muestre en la televisión estatal

Pilar Bonet

¿Permitirá el Kremlin que Katyn, la rotunda película de Andrzej Wajda sobre el exterminio de oficiales polacos por el régimen estalinista, se muestre en la televisión estatal de Rusia? La pregunta quedó sin respuesta esta semana en Moscú, cuando Katyn fue proyectada en dos sesiones restringidas en presencia del gran director de cine. Wajda calificó como "algo especial" el pase en la capital rusa de esta cinta que denuncia "los crímenes del sistema estalinista" no sólo contra los polacos, sino contra los mismos rusos.

Katyn es el nombre de un bosque de Smolensk (Rusia) donde el NKVD (el precursor del KGB) asesinó a 4.421 oficiales polacos en la primavera de 1940 tras el reparto de Polonia entre la Alemania nazi y la URSS. En total, 21.857 personas fueron víctimas de la operación de exterminio de la élite militar polaca, contando las víctimas en Katyn y en otros territorios soviéticos hoy pertenecientes a Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Una de aquellas víctimas fue el padre de Wajda, cuya película está inspirada precisamente por el destino de aquel oficial y el de la esposa que nunca supo las circunstancias de su muerte.

La fiscalía militar rusa cerró la investigación sobre la matanza en 2004
Polonia ha pedido que el fusilamiento sea reconocido como genocidio

Wajda expresó en Moscú dos deseos: tener acceso a los documentos sobre el destino concreto de su padre y conseguir que Katyn se distribuya comercialmente y se proyecte en la televisión rusa. Esto último sería "un buen gesto por parte de los que toman decisiones", manifestó el director, tras el pase organizado por Memorial, la respetada entidad rusa que vela contra el olvido del estalinismo.

Las dos proyecciones de Katyn en Moscú fueron insuficientes para dar cabida a todos los que deseaban verla. En la sesión organizada por la Unión de Cineastas de Rusia, además de los 1.000 invitados que llenaban la sala, se permitió entrar a las 500 personas que se agolpaban en la calle y que acabaron sentadas en el suelo, como durante la perestroika, cuando, gracias a la apertura política de Mijaíl Gorbachov, cintas largo tiempo prohibidas se proyectaban por primera vez ante un privilegiado público.

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Pese al prestigio de Wajda y la relación de Katyn con la propia historia de Rusia, la cinta no se ha vendido aún para su distribución comercial en este país y los argumentos diplomáticos sobre el carácter poco comercial de la obra y la falta de interés por la historia suscitan cierta incredulidad. En Moscú, una ciudad con más de 10 millones de habitantes, existe un público para un documento tan impresionante sobre unos acontecimientos que la URSS sólo admitió oficialmente en 1990. "Comprendo que pueda haber resistencias de carácter político. Es difícil para una gran potencia reconocer un delito que se cometió en nombre de las autoridades, pero yo quiero separar la sociedad rusa del estalinismo", afirmó Wajda en una rueda de prensa.

El de Katyn es un tema muy sensible en las relaciones polaco-rusas. Alegando que los responsables habían muerto, la fiscalía militar rusa cerró las investigaciones sobre Katyn en 2004 y declaró secretos la mayoría de los materiales de la investigación. De los 183 tomos del caso, han sido declarados secretos nada menos que 116 y esto incluye los nombres de los responsables de un crimen que oficialmente ha sido calificado de "un abuso de poder con graves consecuencias y circunstancias agravantes". Posteriormente, la fiscalía militar se ha negado a examinar las peticiones de Memorial para rehabilitar a las víctimas de aquella represión.

En 2005, el Parlamento polaco exigió que el fusilamiento de Katyn fuera reconocido como un acto de genocidio. Parientes de los fusilados se dirigieron posteriormente al Tribunal de Estrasburgo para pedir que Rusia reconozca su responsabilidad jurídica, acepte la calificación de genocidio y se disculpe de nuevo, cosa que ya hizo el presidente Borís Yeltsin, quien se hincó de rodillas en Varsovia en 1993.

"Usted mira aquellos acontecimientos con horror, y nosotros también, porque los verdugos eran de los nuestros", manifestó Liudmila Alexéieva, veterana defensora de los derechos humanos rusa, con sus manos entrelazadas con la de Wajda.

Discrepando de la tesis del presidente Vladímir Putin sobre la historia, Alexéieva afirmó que Rusia debe pedir perdón a los millones de personas que murieron en la época soviética con independencia de su nacionalidad.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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