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Catástrofe en el Pacífico

Japón eleva a 180 el número de técnicos que trabajan en el interior de la central

Los operarios luchan contra el desastre usando agua de mar

Mientras el pánico nuclear provoca escalofríos en todo el planeta, un puñado de valerosos hombres y mujeres permanece firme ante el monstruo de Fukushima, combatiéndole armados con agua de mar. Ante acontecimientos terribles, a menudo, los seres humanos encuentran dentro de sí una valentía que quizá en la vida cotidiana dudaron tener. Un grupo de ingenieros, técnicos, bomberos, soldados y policías -muy conscientes del nivel de radiación y no obligados al sacrificio por una dictadura brutal- se interpone entre el desastre y el resto del mundo. Hasta hoy se les conocía como "los 50 de Fukushima" pero en las últimas horas el retén se ha reforzado y son ya 180 los operarios que luchan contra el desastre.

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Los nuevos problemas sufridos por la central nuclear japonesa elevaron ayer la radiación a niveles dañinos para la salud. La empresa gestora de la planta decidió entonces evacuar la mayoría de los técnicos que intentaban mantenerla bajo control. De los 800 trabajadores que permanecían hasta entonces activos en la instalación, se quedó atrás un retén que esta madrugada (hora española) ha tenido que salir durante unas horas debido al alto nivel de contaminación, aunque ya ha vuelto a la misma.

Su esfuerzo consiste fundamentalmente en bombear agua de mar en los reactores fuera de control para contener el calentamiento de los núcleos. El terremoto y el tsunami inutilizaron los sistemas de refrigeración ordinario y de emergencia. Por tanto, actualmente se utilizan unas 14 bombas que han sido desplazadas hacia la planta.

Los miembros del retén, embutidos en trajes contra la radiación, con incómodos respiradores o pesadas bombonas de oxígeno, desempeñan las tareas externas en turnos, para reducir la exposición individual. En las pausas, se refugian en la central operativa, que goza de una particular protección contra la contaminación radiactiva. Las explosiones que afectan la planta van complicando aún más la tarea.

Los riesgos a los que están sometidos, aunque asumidos como inherentes a su profesión, como hacen bomberos o militares profesionales, no dejan de crecer. El Ministerio de Sanidad japonés anunció ayer que elevaría el límite legal de exposición a la radiación a la que puede someterse cada trabajador para que puedan permanecer más tiempo en la central, desde 100 a 250 milisievert. La cantidad quintuplica, según The New York Times, el máximo permitido para los trabajadores de las centrales estadounidenses.

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"Sería impensable elevarlo más, teniendo en cuenta la salud de los trabajadores", admitió el ministro, Yoko Komiyama, que dejó entrever que hoy podrían entrar nuevos operarios a la planta, tal y como luego ha sucedido.

Un funcionario japonés citado por la cadena CBS asegura que ha logrado hablar con uno de los operarios que siguen en Fukushima, que le ha dicho que no tenía miedo a morir, pues era su trabajo. Según empleados del sector nuclear citados por varios medios estadounidenses, esta reacción no es extraña, fruto de una mezcla de sentido del deber y de lealtad y camaradería hacia los compañeros. A esto se une, en el caso de Japón, la fuerte identificación que los trabajadores sienten hacia sus empresas, y el sentido de sacrificio por el bien de la comunidad.

Las instalaciones están tan contaminadas que es difícil que los operarios permanezcan cerca de los reactores durante periodos largos. En el caso de tareas en zonas de alta radiactividad, puede que los trabajadores solo permanezcan unos minutos antes de ser sustituidos por otro compañero, según un experto citado por el diario neoyorquino.

El relevo de los operarios que luchan en Fukushima es una de las preguntas que planea sobre toda la operación. Tokyo Electric Power (TEPCO), la compañía que opera la central, no ha dado datos sobre la identidad de los trabajadores, cómo sustituirlos si están cansados o caen enfermos, ni hasta cuándo se espera que permanezcan en el interior. Solo informó ayer de que barajaba utilizar también helicópteros para echar agua a uno de los reactores. La cadena NHK ha informado del despegue de un aparato, pero finalmente la operación se ha suspendido por la radiación.

Los pocos datos difundidos no son alentadores. Cinco operarios han muerto desde el terremoto del pasado viernes, y 22 más han resultado heridos por diversas razones, 11 de ellos tras una explosión en el reactor 3. Dos permanecen desaparecidos. Un trabajador tuvo que ser hospitalizado tras agarrarse el pecho y no ser capaz de tenerse en pie, mientras que otro tuvo que ser tratado tras recibir radiación cerca de un reactor dañado.

El escenario recuerda cada vez más el desastre de Chernóbil. Al amanecer del 26 de abril de 1986, poco después del accidente, unos 600 hombres y mujeres trabajaban desesperadamente para enfriar el reactor y contener la radiación. De ellos, 28 murieron a los pocos días.

Entre 1986 y 1987, 226.000 personas, en su mayoría militares, fueron enviados por la URSS a trabajar en labores de contención en un radio de 30 kilómetros de la central. El número de víctimas causada por ese accidente es todavía objeto de controversia. Un estudio de la Organización Mundial de la Salud limitó a medio centenar las muertes inmediatas, y a unas 4.000 los previsibles fallecimientos prematuros por cáncer. Otras instituciones elevan el balance mortal a decenas de miles.

Con información de Georgina Higueras desde Niigata y Andrea Rizzi desde Madrid.

Especialistas comprueban si un grupo de evacuados de la zona de Fukushima sufren contaminación radiactiva, en la ciudad de Nihonmatsu.
Especialistas comprueban si un grupo de evacuados de la zona de Fukushima sufren contaminación radiactiva, en la ciudad de Nihonmatsu.GO TAKAYAMA (AFP)

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