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EL OBSERVADOR GLOBAL
Columna
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La información y sus dueños

Moisés Naím

Tim Russert y Patrick Poivre d'Arvor dejaron de estar en las pantallas de televisión en la misma semana. El primero murió de un infarto y el segundo fue despedido. A través de su influyente programa de entrevistas, Russert definía la conversación política de Estados Unidos. Según el diario The Washington Post, la capital estadounidense no había visto un funeral como el de Russert desde el fallecimiento de los presidentes Ronald Reagan y Gerald Ford. El francés Patrick Poivre d'Arvor también moldeó la opinión pública de su país: durante 21 años fue el presentador de 20 heures, el principal programa de noticias y entrevistas.

En contraste con Russert, quien a pesar de su poder, era un cálido y asequible hombre de familia, el estilo y la vida personal de Poivre d'Arvor son más complicadas. Se descubrió, por ejemplo, que su entrevista a Fidel Castro nunca ocurrió; fue un montaje. En 1996, Poivre d'Arvor fue declarado culpable de aceptar sobornos del yerno de un político a quien invitaba con frecuencia a su programa. Fue condenado a una pena de cárcel (que fue suspendida) y a dejar el informativo durante un año. Pero nada de esto le hizo perder el empleo. Ahora, las sospecha es que Poivre d'Arvor fue desplazado debido a sus desencuentros con el presidente Nicolás Sarkozy, amigo intimo del dueño del canal. "Fui despedido de manera brutal", dijo el periodista.

Sólo el 4% de la propiedad de los grandes medios de comunicación está dividida entre muchos accionistas

Pero más brutal aun fue lo que le pasó hace poco a todos los empleados del diario ruso Moskovsky Korrespondent. De un día para otro, desapareció. Las especulaciones acerca de las causas de su inesperado cierre se centraron en que el Korrespondent fue el único medio que publicó el generalizado rumor acerca de una presunta relación entre Vladímir Putin y Alina Kabaeva, una atractiva gimnasta. Claro que el consuelo de los periodistas desempleados del Moskovsky Korrespondent es que al menos siguen vivos. Este no es el caso de muchos de sus colegas en Rusia, México e Irak, quienes han pagado con sus vidas el derecho a ejercer su profesión.

Pero asesinar a periodistas que saben y dicen demasiado es una práctica extrema. Hay maneras menos sangrientas de silenciar a los medios -o al menos hacerlos más dóciles-. Una es a través de leyes presuntamente diseñadas para regular a los medios de comunicación y al ejercicio del periodismo, evitar la difamación y proteger la reputación de las personas (léase gobernantes y políticos) pero que en realidad, son leyes mordaza que socavan la libertad de prensa.

Aun más potente que la vía legal es la financiera. Obviamente, la manera más fácil de controlar un medio de comunicación es comprándolo. Otro frecuente canal de influencia son las campañas gubernamentales, cuya publicidad se dosifica de acuerdo con cuán amigo del gobierno sea el medio de comunicación.

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Estas prácticas muy comunes hacen que en esta era de la información la gran mayoría de la humanidad se informa a través de medios controlados por partes interesadas o que son muy susceptibles a la presión de intereses políticos y económicos.

Este fue el paradójico hallazgo del investigador Simeon Djankow y sus colegas quienes examinaron en 97 países quienes eran los dueños de los cinco periódicos más leídos, de los cinco canales de televisión más vistos y de las estaciones de radio más oídas. Encontraron que, como promedio, el Estado es dueño del 30% de los principales periódicos, del 60% de los mayores canales de televisión y del 72% de las principales estaciones de radio. El resto es predominantemente propiedad de familias, que controlan el 54% de los grandes periódicos del mundo y 34% de las mayores estaciones de televisión. Rupert Murdoch y Silvio Berlusconi no son la excepción, son la regla. Solo el 4% de los principales medios de comunicación del planeta tienen una estructura de propiedad dispersa entre muchos accionistas. La norma es que los grandes medios los controlan los gobiernos o los magnates mediáticos y sus familiares.

Esto tiene consecuencias. La investigación encontró que los países donde más concentrada estaba la propiedad de los medios de comunicación tenían mayores índices de corrupción, peor manejo de la economía, mercados financieros más distorsionados, peor calidad de la educación y de la salud y menos derechos civiles para sus ciudadanos.

Es una lástima que Tim Russert no pueda hacer un programa sobre esto.

mnaim@elpais.es

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