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Elecciones en Afganistán

La insurgencia afina sus técnicas de ataque

Los talibanes llegan a la zona más fortificada del país, donde están los centros de poder y las embajadas

Ramón Lobo

La guerra afgana se está iraquizando; al menos en la selección de los objetivos y en la sofisticación creciente de los ataques de la insurgencia, como el ocurrido ayer en el corazón de Kabul. Por lo demás, Afganistán e Irak son conflictos que nada tienen que ver y a los que no se puede aplicar la misma estrategia, que es la que parece seguir el Pentágono: enviar las tropas para combatir.

En Irak había un Estado, que fue desmontado en dos decisiones gravemente erróneas del virrey estadounidense Paul Bremer: disolver el Ejército y expulsar a los funcionarios del Partido Baaz, que eran casi todos. En Afganistán, quebrado por 30 años de guerra y siglos de retraso, no existe el Estado; sólo la familia, el clan y la tribu. Tampoco hay ley que se respete, sólo se acepta la tradición.

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La diferencia esencial, además de la estructura social y lo montañoso del terreno, es que en Afganistán la insurgencia cuenta con un santuario al otro lado de una frontera, como tenía el Vietcong, que disponía de bases en Laos y Camboya.

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Kabul se bagdadiza en su aspecto exterior: decenas de muros de hormigón protegen cada vivienda y embajada del llamado barrio diplomático, que ayer fue objeto del ataque talibán. Las calles se riegan de mojones de cemento y chicanes que obligan a aminorar la marcha, y de policías y militares locales. La mini Zona Verde kabulí, como se la conoce, nada tiene que ver con el fortín de Bagdad: una zona de más de 10 kilómetros cuadrados alrededor del palacio de la República en la que está prohibida la circulación. A pesar de ello, eran frecuentes los ataques desde el exterior con granadas de mortero.

Los atentados talibanes, o de sus grupos afines, en la capital recuerdan desde el ocurrido en julio de 2008 contra la embajada de India en Kabul (41 muertos, entre ellos dos diplomáticos) a los de la insurgencia suní iraquí en julio y agosto de 2003 que culminaron con la voladura del hotel Canal de Bagdad, sede de Naciones Unidas, y la muerte del enviado especial de la ONU Sergio Vieira de Mello. Aquellos atentados supusieron el arranque de la peor campaña de terror contra objetivos civiles que ha vivido Irak. Duró hasta mediados de 2007.

La experiencia indica que los muros no evitan los ataques, asegura una fuente de seguridad, pero alejan a los mandos políticos y militares de la población civil que dicen defender creando un Irak o un Afganistán de dos velocidades: uno para extranjeros; otro, para los locales.

El objetivo de todos —del Gobierno afgano, de la OTAN y de Estados Unidos— es que pase el día de las elecciones. Muchos temen aquí que la ofensiva talibán no entienda de fechas históricas y busque nuevos atentados en Kabul después del jueves.

En algunas zonas de Afganistán, los ancianos del lugar, llamados barbas blancas, que antes de 1979 eran la autoridad, tratan de tejer acuerdos con los jefes locales talibanes para que respeten un alto el fuego. En otras, como Herat, el Gobierno ha movilizado a cientos de voluntarios para que se incorporen al sistema de seguridad electoral. Herat es donde están parte de las tropas españolas, reforzadas recientemente con 450 efectivos para las elecciones.

La base española, pese a los supuestos acuerdos de alto el fuego logrados, volvió a ser atacada el viernes con siete cohetes que no causaron heridos. Las tropas españolas, como el resto de las de ISAF, se encuentran en máxima alerta. Mientras tanto, y con el objetivo de aumentar la seguridad en el futuro, un equipo de ingenieros trabaja en la nueva base española de Qala-i-Naw, que será más grande y segura que la actual, según el Ministerio de Defensa, y estará más cerca del aeropuerto. Estará terminada a finales de este año.

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