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La inteligencia política del Papa

Lo que más recordaremos de la visita de Benedicto XVI a Francia es la inteligencia política del Papa. Personaje infravalorado y muy alejado de la figura carismática y profética de su predecesor, ha cosechado un verdadero éxito, al menos entre los "fieles" que se apelotonaban a su paso tanto en París como en Lourdes. El pontífice ha puesto de manifiesto tres de las facetas de su función: la de jefe de la Iglesia, la de gran intelectual y la de hábil político. El primero es un papa conservador, y seguirá siéndolo. No cabe, pues, esperar de él ni la menor desviación, ni la menor concesión. Con Benedicto XVI los dogmas o reglas que, según la Iglesia católica, rigen la vida privada no se moverán -concretamente, y por ejemplo, la Iglesia no bendecirá la unión de las personas divorciadas que vuelven a casarse-. El segundo es un intelectual de altura que disertó sobre la diferencia entre la "teología monástica" y la "teología escolástica" ante un auditorio de personalidades del mundo intelectual y cultural reunidas en París, muchas de las cuales fueron incapaces de seguirle. El tercero, el político, ha sido excepcionalmente diestro.

Personaje alejado de la figura carismática de Juan Pablo II, Benedicto XVI es un político excepcionalmente diestro

Todo un sector de la opinión pública, soliviantada por las declaraciones del presidente francés sobre el papel de la religión en la vida pública, esperaba al Papa -por así decirlo- "bastones en alto". Él mismo desactivó esta nueva polémica pidiendo simplemente para "el César lo que es del César", y se mantuvo a buena distancia de las disputas galas, insistiendo en cambio en el escándalo de la pobreza y elogiando la laicidad a la francesa.

En comparación, fue Nicolas Sarkozy quien se mostró más papista que el Papa al proclamar que sería una "locura", un "atentado contra la razón", privar a nuestras democracias del apoyo de las religiones. Sarkozy habló además de la "búsqueda de sentido", y de esperanza, con un vocabulario que habría cabido esperar del discurso del propio pontífice. Ni que decir tiene que la izquierda ha denunciado inmediatamente el cuestionamiento de otro dogma -laico esta vez-, acusando al presidente de socavar la "sacrosanta" laicidad.

En realidad es mucho ruido para pocas nueces. En el fondo, Nicolas Sarkozy habla de una "laicidad positiva" y aboga por el diálogo entre el Estado y la Iglesia en un país en el que ese diálogo existe y se desarrolla en condiciones globalmente serenas. Como siempre, Nicolas Sarkozy carga las tintas y crea expectación en torno a una idea que no cambia gran cosa, pero que él presenta como un concepto que lo cambia todo. Por supuesto, se trata de un guiño al electorado clásico de la derecha. Pero sobre todo expresa la voluntad -compartida en este caso- de abrir un espacio para un Islam de Francia -y de organizarlo-, que es la verdadera cuestión subyacente y no explícita. Ésta es la verdadera razón del intento -infructuoso- de reabrir en Francia un debate sobre la laicidad.

Jean-Marie Colombani ha sido director del diario francés Le Monde. Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

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