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Tribuna
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El interés público ha muerto

México, un país que incapaz de alinear y ordenar el esfuerzo colectivo

Cuando recorro Santa Fe, una de las zonas más ricas y prósperas en el poniente del Valle de México, sede de la capital del país, advierto una gran contradicción: edificios ricos, en una ciudad pobre.

Si usted visita la zona, podrá ver como, por todos lados, surgen decenas, si no es que centenas de edificios y construcciones modernas, algunas muy lujosas, la mayoría con un gran diseño, imaginativas, creativas, imponentes, edificios de oficinas, corporativos, grandes centros comerciales y aparatosas edificaciones, que van armando, poco a poco, un gran conjunto urbano, extraordinario, que podría estar, digna y orgullosamente, en cualquier gran ciudad del mundo.

Empero, la gran diferencia, es que el entorno, el espacio público, digamos las áreas comunes, lo constituye una infraestructura urbana pobre, deficiente, lamentable e insuficiente. Accesos viales angostos en los que se hacen grandes atascos, carencia de metro o tren, un pésimo transporte urbano, calles llenas de baches, insuficientes, caóticas y mal planeadas, servicios públicos deficientes, que se muestran lo mismo en inundaciones en tiempo de lluvias, como en apagones recurrentes, banquetas inexistentes, carencia de estacionamientos, grupos emergentes de vendedores ambulantes, parques pequeños y sucios, áreas públicas mal pensadas, en resumen, una pobre y lamentable infraestructura urbana, por lo menos, impropia, contrastante o incongruente, con la magnitud de todas esas grandes inversiones.

Tenemos construcciones privadas, de primer mundo, en un entorno urbano de tercer mundo. Toda proporción guardada, Manhattan en San Salvador, Singapur en Luanda o Londres en Kabul. ¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Por qué somos capaces de esas grandes obras privadas y no somos capaces de grandes obras públicas?

Esta contradicción urbana y arquitectónica, es tan solo síntoma y un ejemplo. Un claro efecto. Resultado y muestra. Consecuencia dolorosa de los nudos de un país que no encuentra el camino, la fórmula y la ruta para despegar. Santa Fe es sólo uno entre muchos casos, un buen ejemplo de cómo en México lo particular avanza y lo colectivo se atora. La obra individual se hace pero la obra pública no. Lo mío sí, lo de todos no.

México es como un gran mecano, o como un gran rompecabezas, que tiene todas las piezas completas, pero tiradas por el piso, y cuyo dueño ha perdido el plano o el instructivo para armarlo e integrarlo.

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Ahí está todo. Listo. Misteriosamente paralizado. Pasmado. Un país con todo para crecer y desarrollarse, que no toma decisiones. Que no tiene un proyecto compartido, que carece de una visión de país, de un rumbo, de un plan, de un gran proyecto de nación.

México ha perdido el rumbo del quehacer colectivo. O quizá nunca lo tuvo. Quizá siempre estuvo pendiente, embrionario, en formación. Potencia perpetua. Acto en ciernes. Exitosa metáfora la de Roger Bartra en "La Jaula de la Melancolía" cuando compara a México con un axolote, ese bicho autóctono que se quedó en medio, que no es ni renacuajo, ni es lagarto. La evolución en suspenso. Algo atorado, siempre pendiente, siempre incompleto.

La única explicación posible es que en México ha muerto el interés público. Es muy fuerte, pero creo que es un buen diagnóstico. No exagero. México se ha convertido en el paraíso del interés particular, y parece que nadie preserva, vigila y cuida, el interés público.

No tenemos sentido y conciencia de lo que significa el interés público. La idea de comunidad, de metas compartidas y de trabajo en común. El interés público que es un concepto con muchos nombres, que comparten y enarbolan de una forma u otra, todas las corrientes y todos los partidos: bien común para la derecha panista, proyecto de nación o proyecto social, para los priistas, bienestar colectivo, o comunitario, para la izquierda perredista. Interés público, que es pensar en el mínimo común denominador de una nación, de una sociedad.

Ese interés público está hoy claramente vencido frente al interés particular. Sencillamente la parte por encima del todo. En México el interés público no está, no funciona, no existe, o se mueve, o se adapta peligrosamente en función del poder, del dinero, del chantaje o de los intereses. Interés público en venta, al mejor postor. A todos los niveles: desde el constructor que invade una zona natural protegida, el empresario que abre un bar en una zona residencial, el negocio que elimina a su competencia, el partido político que secuestra al Congreso, el sindicato que medra con la educación, así, escalando hasta el contrabandista que mete productos chinos, el pirata que falsifica y fabrica discos, el ambulante que vende sus productos en donde se le pega la gana, o el mafioso y el traficante de drogas que extorsiona o trafica con su veneno.

Es cuestión de grado, pero todos en esta materia están en el mismo costal. Todos de una forma u otra, con un interés particular lícito o ilícito, pasando, por encima del interés público. Todos burlando la ley. Todos anulando el estado de derecho. Todos matando las instituciones. Todos en una guerra silente, sorda, irresponsable, inconciente, total y sin cuartel, para vencer y avasallar el interés público.

En México: un machete detiene un aeropuerto, una manifestación cancela una obra urbana, una líder sindical pospone una reforma educativa, un empresario elimina una reforma de competencia, unos cuantos pesos postergan una sanción penal, una buena comida elimina una multa y una amenaza cancela una reforma de medios.

¿Y el Estado? Ausente, vencido, ineficiente, ineficaz, débil, pasmado, fragmentado, sin poder y sin autoridad. Tenemos un Estado que no sirve como Estado. Un Estado que no preserva el interés público, impotente, incompetente, incapaz. Un Estado que dice ¿y yo por qué? Que se hace de la vista gorda, burlado, capturado, que peligrosamente deja de servir para preservar la seguridad, la libertad y los derechos de los ciudadanos.

Hemos transitado de la existencia de poderes fácticos y enclaves autoritarios, a su fortalecimiento, consolidación, fosilización y sofisticación. Vivimos la etapa de la captura. Las instituciones públicas reguladoras, todas, categóricamente todas, en mayor o menor grado, están capturadas por los entes que tienen que regular. El Estado democrático en su conjunto, está capturado por los intereses que lo tienen paralizado, inmovilizado y sin acuerdos.

México ha perdido sentido y visión de conjunto. No construimos país. No hay obra colectiva. No hay organización y cohesión social. Retrocedemos. Ejemplos: según el informe "The Global Competitiveness Report 2009-2010" del World Economic Forum, de 133 países, México ocupa el lugar 101 en ineficacia de las instituciones; en materia de recaudación de impuestos, México recauda en promedio 9% del PIB, frente al 14% promedio en América Latina y en especifico en el impuesto sobre la renta, México recauda 5.2% en el último lugar de la OCDE, frente a Dinamarca que por ejemplo recauda 29.5%; según transparencia internacional México pasó del lugar 72 al 89, de 180 países en corrupción en 2009; y según algunos estudios, la informalidad económica abarca ya cerca del 50% de la economía.

El país tiene recursos, talento, dinero y capacidades. Hay hombres y mujeres que pueden y saben triunfar. Pero en México hay que triunfar solo. Contra todos y a pesar de todos. Tenemos un Carlos Slim, un José Emilio Pacheco y una Lorena Ochoa, pero no tenemos empresas, ni generaciones de escritores, ni grandes triunfos en deportes de conjunto. Un banquete para cualquier psicólogo que quiera explicarlo. Como decimos acá, en México cada quien se rasca con sus uñas. Casas limpias intramuros, calles sucias extramuros. Empresarios ricos, empresas pobres. Edificios ricos, en ciudades pobres. Interés particular, por encima del interés colectivo. En síntesis, un país de individualidades. Un país que no es capaz de alinear y ordenar el esfuerzo colectivo.

En México, el interés público ha muerto. Las consecuencias se empiezan a sentir. ¿Lo entenderemos a tiempo?

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