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Escándalo político en Francia

La izquierda exige al presidente que reaccione

Diputados conservadores creen que Sarkozy debe explicaciones a la nación

Antonio Jiménez Barca

La izquierda francesa ve a Nicolas Sarkozy estupefacto y paralizado ante el desastre del caso Bettencourt y su efecto bola de nieve y le exige que se mueva y reaccione. La primera que se lo pide es Martine Aubry, primera secretaria del Partido Socialista francés (PS), eso sí, sin reclamar [todavía] la dimisión del zarandeado ministro de Trabajo Eric Woerth: "Sarkozy debe actuar rápido. No sé si Woerth puede continuar como ministro (..) pero el Gobierno se encuentra afectado y hay que cambiarlo". Y concluyó: "Estamos expuestos a una crisis moral".

Esta falta de movimiento de Sarkozy también ha llamado la atención del diputado socialista Pierre Moscovici: "Da la impresión de que Sarkozy está dejando pudrirse esta situación. No parece estar al mando. El país no puede continuar así". También el ex primer secretario del PS, François Hollande, se refirió a las últimas informaciones como el síntoma de "una crisis moral". Y pidió a Sarkozy que cambie ya el Gobierno porque "este grupo de ministros se encuentra completamente devaluado".

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El domingo, dimitieron dos secretarios de Estado con rango de ministros por despilfarrar el dinero del Estado: Christian Blanc, secretario de Estado del Gran París, gastó 12.000 euros en puros; y Alain Joyandet, secretario de Estado de Cooperación, por emplear un jet privado para desplazarse a La Martinica a una conferencia internacional en un viaje que costó 116.000 euros. Algunos vieron en esa dimisión, muy avalada (y en el caso de Blanc, forzada) por Sarkozy, un intento de proteger al ministro Woerth, más cuestionado si cabe que los otros dos, o por lo menos, cuestionado por asuntos más graves. De cualquier forma, si el objetivo fue el de ofrecer dos presas para guardar una tercera, no ha servido de nada.

Mientras, Sarkozy, que ayer presidió su Consejo de Ministros, pidió a los miembros del Gabinete que mantengan la sangre fría y se centren en el trabajo que llevan a cabo.

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No es fácil. El mismo Sarkozy se encuentra pillado en una trampa que se ha tendido a sí mismo. Hace una semana, anunció, en una comida con diputados de su propio partido, que tenía pensado llevar a cabo una reforma importante de su Gobierno en otoño. Ahora, muchos de estos diputados le piden que adelante esta reforma, que se dirija a los franceses para explicar su postura y que no se deje atropellar silenciosamente por la cascada de acontecimientos que amenazan con enterrarle. Pero reformar el Gobierno esconde un problema con un nombre propio: Eric Woerth, ministro encargado en marzo por el mismo Sarkozy de la reforma más importante a esta altura de la legislatura, la de las jubilaciones. El dilema es simple: ¿debe Sarkozy mantenerle cueste lo que cueste para no dejar huérfana la apuesta política y social más importante a la que se enfrenta en este momento? ¿Puede, por otro lado, un ministro tan debilitado como Woerth, acusado de conflicto de intereses, de haber recibido el sobre con el dinero de la financiación ilegal, conducir sin sospecha y de forma eficaz una reforma tan determinante como la de las pensiones? El martes, por ejemplo, Eric Woerth tuvo una reunión importante sobre esta cuestión. Pero los periodistas solo le preguntaron sobre el asunto Bettencourt.

Por lo pronto, todo apunta a que Sarkozy aguantará el chaparrón sin moverse demasiado (si no aparecen nuevas revelaciones explosivas, claro) hasta el próximo 13 de julio, víspera de la fiesta nacional francesa y día en que el Consejo de Ministros examinará, precisamente, el proyecto de ley que, tras su aprobación en otoño en la Asamblea, retrasará la jubilación legal de los franceses hasta los 62 años.

La multimillonaria Liliane Bettencourt y el fotógrafo François-Marie Banier durante su visita a una exposición en Krefeld (Alemania), en junio de 2004.
La multimillonaria Liliane Bettencourt y el fotógrafo François-Marie Banier durante su visita a una exposición en Krefeld (Alemania), en junio de 2004.EFE

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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