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Cumbre de las grandes potencias

Una larga historia de promesas incumplidas

Alejandro Bolaños

La necesidad de elevar el importe de las ayudas públicas a los países pobres y, singularmente, a África, es un asunto recurrente en las cumbres del G-8. Y también uno de los que más frustración genera. Los acuerdos para invertir más dinero en programas internacionales contra el hambre se saludan con toda la prosopopeya de la que los mandatarios son capaces, que es mucha. Al poco tiempo se comprueba que lo prometido se queda en mucho menos y el club de los países más ricos vuelve a perder credibilidad a chorros. "Para nosotros, lo importante es que el G-8 esté a la altura de sus compromisos", comentó el primer ministro de Etiopía, Meles Zenawi, tras la aprobación del nuevo fondo de ayuda a los agricultores pobres, dotado con 20.000 millones de dólares.

El hondo escepticismo africano puede elegir entre un amplio abanico de incumplimientos del G-8 para justificarse. El resultado del acuerdo final de la cumbre de Gleneagles (Escocia), que fue recibido con gran entusiasmo en 2005, es el más lacerante. Los siete países más ricos (Rusia no había entrado aún formalmente en el club) se comprometieron a elevar en 21.500 millones de dólares su aportación anual a la ayuda al desarrollo de África antes de 2010, casi el doble de lo que invertían entonces. En 2008, apenas habían sumado 7.000 millones, según un reciente informe de la ONG británica One y el panel para el progreso de África, liderado por Kofi Annan, ex secretario general de la ONU.

El enorme desfase con la mayor promesa del G-7 a los países africanos se debe a la baja aportación de sus miembros europeos y, sobre todo, de Francia e Italia, muy lejos de cumplir sus compromisos. Oliver Buston, director europeo de One, valoró el nuevo compromiso alcanzado ayer en L'Aquila, pero, escarmentado, le puso sordina. "Los gobiernos deben demostrar que esto es dinero nuevo", dijo en referencia a la posibilidad de que se reciclen partidas ya anunciadas.

La contabilidad creativa entre los Gobiernos cuando airean grandes programas de ayuda al desarrollo está muy extendida. En la víspera de la cumbre, la directora general de Intermon Oxfam, Ariane Arpa, rebajó a 1.000 millones de dólares los 12.000 millones que el G-8 aseguraba que había gastado ya este año en ayuda al desarrollo. Y enterrado en el último párrafo de un comunicado, la agencia alimentaria de la ONU (FAO), recordaba que sólo se había recaudado una cuarta parte de los 6.400 millones de euros previstos en donaciones para 2009. Reforzar el programa mundial de alimentos de la FAO fue la promesa de la anterior cumbre del G-8, celebrada el año pasado en la ciudad japonesa de Toyako.

La manera más transparente y eficaz de seguir el grado de cumplimiento de las promesas del G-8 sería que el propio organismo dedicara recursos a evaluar los resultados alcanzados, una iniciativa que Reino Unido patrocinó en la ya finalizada cumbre de L'Aquila, sin ningún resultado concreto.

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