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Intervención en Libia

Los líderes de la rebelión se ocultan en la clandestinidad

Nadie exige responsabilidades, a pesar del desgobierno

A las puertas del edificio de los juzgados de Bengasi, el lugar donde era tan sencillo charlar con los portavoces del Consejo Nacional libio, ya no se congregan ciudadanos que pugnan por entrar para consultar lo que nunca pudieron consultar, o para resolver pequeños trámites. Ahora, en Bengasi, paraíso del desconcierto, no tienen a quién acudir. De los 31 miembros del Gobierno transitorio de los sublevados, procedentes de todas las regiones del país, solo unas pocas caras eran conocidas, porque anunciar sus identidades acarrearía, con certeza, represalias del régimen contra sus familias.

Pero alguien había siempre dispuesto a atender peticiones de los ciudadanos o al millar de periodistas acreditados. Se han esfumado los flamantes funcionarios. Son piezas codiciadas por los lacayos del régimen de Muamar el Gadafi, y necesitan protegerse.

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Intelectuales, abogados, jueces y hombres de negocios sin adscripción política forman parte de este Ejecutivo del que se desconoce su filiación. Al menos la de la gran mayoría de sus miembros.

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El presidente, Mustafá Adbulyalil, y el vicepresidente, Abdelhafiz Ghoga, comparecen casi a diario. Y más bien parece que se debe a la imperiosa necesidad de que alguien tiene que estar presente. Pero Bengasi es, desde hace 48 horas, un desmadre, un amasijo de gente nerviosa.

Así las cosas, los portavoces Mustafá Gheriani, su hermano Issam, o la hiperactiva Iman Bugaigis -los tres incansables, políglotas y de maneras exquisitas- han desaparecido del mapa. Abdulyalil apenas abandona Al Baida, su ciudad natal en la que se siente bien protegido entre los suyos. Sí se presenta casi a diario ante la prensa Ghoga. Pero extremando las medidas de seguridad, siempre custodiado por guardaespaldas. "Ya han disparado contra su vehículo", asegura un empleado del hotel donde ofreció una conferencia de prensa el sábado. Fathi Terbul, el abogado que defendía a las víctimas de la masacre de Abu Salim -1.200 hombres, la mayoría originarios de Cirenaica, asesinados a balazos en esta prisión tripolitana-, está ilocalizable desde el primer día de la revuelta.

Un grupo de jóvenes desmantelaba ayer a toda prisa el centro de prensa donde los sublevados acreditaron al millar de reporteros que han viajado a Libia a través de la frontera con Egipto. Nadie descarta todavía que las huestes de Gadafi atenten contra este local, adyacente a los juzgados, y antigua sede de cuerpos represores. Y a la pregunta de dónde se instalarán definitivamente las oficinas del Consejo Nacional, la respuesta iba acompañada de una sonrisa: "Lo siento, pero eso no te lo puedo decir", comentaba Gheriani días atrás. A menudo no anticipaban dónde tendría lugar la cita con los periodistas hasta última hora.

Todo son escollos para el movimiento rebelde. El pésimo funcionamiento de la telefonía móvil -de las dos compañías que prestan este servicio en Libia, Al Madar no opera, y Libiana, a duras penas- entorpece las comunicaciones. Ya lo advertía el propio Gheriani un par de semanas atrás. Naturalmente, resulta imposible gestionar nada adecuadamente en semejantes circunstancias. Pero esto era algo que no sorprende a los alzados en armas. "Hemos empezado a construir un país hace solo unas semanas. Sabemos que pagaremos un alto precio, pero tenemos una firme voluntad. A Gadafi se le acaba el tiempo, y también a quienes le apoyan", afirma confiado Gheriani. Nadie se queja por el desgobierno, nadie exige responsabilidades a un consejo que se preocupa por el abastecimiento de alimentos, por rebajar el precio de la gasolina, y poco más. Prevalece una prioridad: el campo de batalla, el derrocamiento por la fuerza del sátrapa. "Antes tiene que caer Trípoli", concluye el portavoz.

Un soldado herido y capturado es interrogado por un rebelde en el hospital de Jalaa, Bengasi, el 19 de marzo.
Un soldado herido y capturado es interrogado por un rebelde en el hospital de Jalaa, Bengasi, el 19 de marzo.ANJA NIEDRINGHAUS (AP)

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