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Catástrofe en Haití

La marea de ayuda satura los aeropuertos

Miles de cooperantes se amontonan en Santo Domingo a la espera de un vuelo

Antonio Jiménez Barca

Los aeropuertos de Santo Domingo se han convertido en una marabunta de hombres y mujeres en mono llegados de las cuatro esquinas del planeta con la intención de ayudar en el terremoto de Haití. Son los cientos o miles de especialistas en seguridad, médicos, adiestradores de perros, expertos en catástrofes, enfermeros, ingenieros de telecomunicaciones o bomberos, entre otros, que deambulan por las terminales a la espera de un vuelo con el que llegar a Puerto Príncipe y comenzar a trabajar.

No es fácil. El pequeño aeropuerto de la capital haitiana, de una pista, no da abasto para atender las peticiones de aterrizaje de tantos aviones que solicitan entrada provenientes de decenas de lugares diferentes. No es ése el único problema: convertido en un gigantesco embudo, ni siquiera era capaz de desembarcar ni los equipos ni las toneladas de ayuda humanitaria que van llegando de todo el mundo.

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La pista del aeródromo haitiano era ayer, así, un enorme aparcamiento de decenas de aviones a la espera de regresar. Este tapón provocaba, a su vez, que otros aviones volaran en redondo sobre el aeropuerto de Puerto Príncipe durante horas a la espera de hueco para aterrizar, mientras que en otro aeropuerto dominicano, de pequeño tamaño, el Joaquín Balaguer, las avionetas estuvieran paradas a la espera de despegar. La torre de control de Puerto Príncipe, que resultó dañada por el terremoto, indicaba directamente a estas avionetas, situadas a una hora de viaje, si podían o no salir hacia Haití.

A las ocho de la mañana, hora local, se suspendieron completamente los vuelos. Desde Santo Domingo, sólo se podía llegar a Puerto Príncipe por tierra o en un helicóptero cuyas plazas costaban a razón de 1.200 dólares (830 euros) por persona. Los retrasos, cancelaciones, vuelos llenos o demoras indefinidas torturaban a personas decididas a entrar como fuera en el infierno de Haití.

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Un convoy de bomberos franceses, acompañados de sus perros de rescate, optó por la carretera. Unos periodistas suizos, por el helicóptero. Río y Dedé, dos hermanos haitianos de 40 y 45 años que viven desde hace 10 en Estados Unidos y que llegaron ayer a Santo Domingo, también eligieron viajar a la desesperada por carretera, cruzando la frontera por la localidad dominicana de Jimaní. Obsesionados por la suerte de sus familias, de sus casas, sin lograr hablar con ellos por teléfono, sin saber si vivían o no, decidieron horas después de enterarse de la tragedia acudir a Puerto Príncipe para enterarse de la única manera posible.

Río, que es fisioterapeuta, cargó en la maleta mascarillas faciales para conjurar el mal olor de los cadáveres y las infecciones, guantes de plástico y cuantas medicinas pudo meter a fin de regalarlas a sus compatriotas. Dedé aseguraba que, si su vieja casa familiar seguía en pie, contaban con un generador para procurarse al menos electricidad los días siguientes. "Lo peor no era ver en televisión las calles de tu ciudad hechas migas, ni los cadáveres tirados por el piso: lo peor era no saber nada de mis primos, de mi abuela o de mi hermana", decía Río. "Lo único bueno que tiene todo este horror es que peor no podremos estar, que de una vez por todas deberemos reconstruir el país entero", añadía.

Un experto español en seguridad de la ONU, que lleva cuatro años en Haití, esperaba también en Santo Domingo el vuelo que le devolviera a su trabajo. Había estado dos semanas de vacaciones. "Si no hubiera sido porque perdí un enlace y tuve que esperar en Madrid, yo habría estado ese día en el edificio de la ONU: y me habría pillado dentro", contaba.

Colaboró con la policía haitiana para detener a criminales que se enseñoreaban de los barrios más pobres. "Y ahora se han escapado: 5.000 presos se han fugado de la cárcel. Volverán a hacer lo que hacían", vaticinó. Y explicó de qué se trataba: "Son gente que mata porque sí, yo he visto cómo le han arrancado los dientes uno a uno en la calle a un tipo al que acusaban de ser un chivato; son gente que viola a quien quiere, bajo amenaza de matar a la hermana o a la madre o a la abuela, es gente que acaba con otro de un balazo, así, pum, por menos de nada, porque se les pone en medio: nos costó mucho meterlos en la cárcel. Y ahora están de nuevo afuera. Haití ha vuelto atrás cerca de 40 años en un solo día".

Un hombre coge el cadáver de un niño de entre los cuerpos depositados junto a un hospital de la capital.
Un hombre coge el cadáver de un niño de entre los cuerpos depositados junto a un hospital de la capital.REUTERS

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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