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Reportaje:Elecciones en Italia

El miedo y la esperanza

Berlusconi exige un Gobierno fuerte y la izquierda sueña con ganar el Senado

Lluís Bassets

Berlusconi es la fatalidad. Se impone como un fenómeno de la naturaleza. Cuesta imaginar una Italia sin su sonrisa pérfida, sus manejos y sus sofismas. Veltroni es la esperanza. No está en los augurios ni se percibe en el paisaje pero anida en muchos corazones, más de los que se cree. El realismo común lleva a conformarse una vez más con que Il Cavaliere gobierne, es un decir, por tercera vez. Nada sucederá que no haya sucedido ya, susurra esa voz escéptica de la calle. Pero hay otro realismo más político que se echa las manos a la cabeza: esta vez entrará a saco en las bases de la Constitución, tendrá más poder que nunca, hincará el diente en la judicatura y los servicios secretos, terminará con los valores de la República. Sólo faltaban esos gestos codificados, esas intempestivas reivindicaciones de heroicidad para un mafioso condenado, que únicamente pueden interpretarse en la peor clave posible. Da miedo.

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Su ministro de Economía in péctore, Giulio Tremonti, acaba de escribir un vigoroso panfleto político, dedicado a culpabilizar a la izquierda y a la herencia de Mayo del 68, que lleva por título El miedo y la esperanza. Pero este miedo, su miedo, es sobre todo a la globalización, a la emergencia de las nuevas superpotencias asiáticas y a la respuesta insuficiente o claramente equivocada de Europa. Su solución, muy neocon, entre Sarkozy y Ratzinger, se resume en un capítulo que titula Siete consignas para salvarse de la crisis global, que son los siguientes: valores, familia e identidad, autoridad, orden, responsabilidad y federalismo. En ellos se concentran las ideas de la derecha católica, las pulsiones separatistas de la Liga Norte y la retórica moral del berlusconismo. Y todo esto, dirigido por Berlusconi III, también da miedo a la otra mitad de Italia.

La reacción ante cualquier dilema es intentar huir, una tercera vía, un raro desempate que se deshaga del vértigo de optar entre el maniqueísmo de dos males, sin que conozcamos cuál es el menor. ¿No hay otra alternativa entre un centro-izquierda demonizado por la derecha y un Berlusconi que es el demonio en persona para la izquierda? ¿No queda nada entre el transformismo del comunismo estatalista y la mafia? Pier Ferdinando Casini juega al empate, para erigirse, con su pequeña Unión de los Democristianos de Centro en una salida incluso como presidente del Consejo de Ministros.

Pero empate no lo habrá, si acaso ingobernabilidad proporcionada por mayorías distintas en el Senado y en la Cámara de Diputados, donde un voto de ventaja proporciona la mayoría teóricamente de Gobierno. El juego del equilibrio ha llegado incluso a la racionalización del consejo de voto. El filósofo político Giovanni Sartori, en Il Corriere della Sera, ha propuesto a los electores dubitativos una fórmula original que expresa bien la huida del dilema diabólico. Se trata del voto disjunto, que permite rechazar al diablo indeseado sin dárselo todo a un adversario del que se desconfía. Este votante tan matizado que no quiere que gane Veltroni votará a Berlusconi para la Cámara y al Partido Democrático (PD) en el Senado, y lo contrario quien no quiere que gobierne Berlusconi.

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En el tironeo entre la realidad y el deseo, el miedo y la esperanza, son muchos los votantes que esperan un resultado matizado, en el que el poderoso multimillonario no tenga las manos libres para coronar sus perturbadores 14 años de paso por la política italiana. Pero el berlusconismo furioso no quiere componendas. Veamos qué dice Il Giornale, diario fundado por Indro Montanelli, del que tuvo que huir en 1994 para no verse embarcado en la entrada en política de su propietario, Silvio Berlusconi.

Su actual director, Mario Giordano, turiferario número uno del berlusconismo, rechaza toda matización en su columna de primera página de ayer. "¿Empate? No gracias. Sé que en los buenos salones muy chics y muy radicales está de moda decantarse por todo cuanto produzca confusión: el voto disjunto, el Parlamento equilibrado, que nadie gane y lo que sea, con las consecuencias de acuerdos y consensos amplios". Lo que hace falta, concluye y desea, es un Gobierno fuerte.

Veltroni no pide un Gobierno fuerte. Meramente el Gobierno. Si vence, será una victoria doble, porque habrá convertido a su PD en fuerza de Gobierno y primer partido del país. Si pierde, puede todavía apuntarse un buen tanto si su formación consigue un buen resultado, alrededor del 36% o 37%, que le permita actuar como un contrapeso eficaz ante esas tentaciones autoritarias y populistas que tanto teme el antiberlusconismo. Nadie puede decir, en cambio, que Veltroni dé miedo. Lo que más miedo daría sería una derrota absoluta del PD, que entregara todo el poder sin oposición eficaz a ese Caimán voraz que asalta el Gobierno por tercera vez.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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