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Reportaje:

Con la mirada puesta en el futuro

El líder del Frente Amplio deja atrás la vía radical y sigue la línea de Vázquez

Soledad Gallego-Díaz

José Mujica camina un poco encorvado, con su espesa mata de pelo gris, su camisa blanca sin corbata y su aspecto de viejo algo cascarrabias y desaliñado. Dicen que en la espalda tiene todavía una bala, que no se ha podido extraer, recuerdo de la época en la que pertenecía a la dirección de los Tupamaros y en la que, con las armas en la mano, planeó secuestros y participó en combates contra el Ejército. Pero quien crea que Pepe Mujica, de 74 años, es un hombre anclado en el pasado, se equivoca. Si hay algo que salta a la vista en cualquier conversación con él, es su pasión por el futuro.

La persona que va a ocupar la presidencia de Uruguay es un hombre interesado por miles de cosas, una curiosidad que le ha llevado a ir recolectando saberes enciclopédicos y que le hace ahora ser capaz de defender los cultivos transgénicos, explicar por qué Corea es mejor socio que China o dar una lección sobre el papel de India en el nuevo concierto internacional. La realidad es que, hoy por hoy, el viejo guerrillero tiene mucha más pasión por Nueva Zelanda que por Cuba o por la Venezuela de Hugo Chávez

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El Pepe, como le llaman muchos uruguayos (generalmente, los más pobres), es un hombre original. Fomenta una imagen de sí mismo más relacionada con la de un campesino que con la de un político y vive en una pequeña granja a las afueras de Montevideo, donde maneja un tractor, vestido con un mono de trabajo y un jersey algo roto.

Se ha negado siempre a llevar corbata y sólo ahora, cuando está seguro de que será el próximo presidente, ha aceptado comprarse cinco trajes oscuros, que presentó, muerto de risa, a la prensa. "Parece que no tengo pinta de presidente. Tengo la que la naturaleza quiso". A su lado, la mujer con la que comparte su vida desde hace décadas, Lucía Topolansky, de 66 años, que es también senadora y que cuando era una joven de la alta sociedad uruguaya abandonó la carrera de arquitectura y la familia para ingresar, junto a su hermana gemela, en los Tupamaros. Lucía tiene su propia carrera política y fama de ser más dura que su pareja.

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Sobre todo, Pepe Mujica se vanagloria de su peculiar forma de hablar, con respuestas ágiles y fulminantes, pero también con frecuentes tacos y modismos populares, que a veces le han acarreado serios problemas, aunque también le han hecho muy popular. Mujica no es, pese a todo, un campesino que ha llegado por casualidad a la política. Para nada.

Es un hombre metido en la política desde la adolescencia. Militante y guerrillero, fue torturado y pasó 15 años en la cárcel, 11 de ellos en condiciones infrahumanas. Salió de aquella terrible experiencia rapado, flaco y con su sentido de humor intacto. Se convirtió en un senador experimentado, un ex ministro capaz de discutir de acuerdos comerciales y en un político que asegura creer en la negociación como la mejor herramienta de trabajo.

Procede de la izquierda más radical y algunos dudan de sus convicciones democráticas y de las del pequeño grupo de tupas que le rodea, dentro del Frente Amplio. Él niega que exista ninguna agenda oculta y se considera continuador de la línea moderada de su predecesor, Tabaré Vázquez.

En realidad, Mujica se ha declarado siempre admirador del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y de lo que ha sido capaz de llevar a cabo. "Todos los que fuimos jóvenes hace 30 o 40 años vivimos aquella discusión: reformismos, revolución... Resulta que las revoluciones en general se fueron al carajo, no quedó ni ceniza", comenta en el libro Pepe. Coloquios, publicado este año en Montevideo.

"Con la reforma no construyeron ningún país excepcional. Ahora, en general, se come mejor y se duerme mejor donde se hicieron reformas. Para los que abrazamos el credo revolucionario, no es muy placentero decir esto, pero es la discusión que tenemos con Lula. Lula dice sí, sí, pero hay 50 millones de tipos que viven mucho mejor. ¿Es eso una revolución? Sí, en los hechos, sí. Para el que no comía, seguro que es una revolución", explica Mujica.

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