_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El monopolio de la libertad

Lluís Bassets

Pocas banderas tienen tanto prestigio como la de la libertad, que unida a la idea de gratuidad, se convierte en imbatible. Poder blandirla en régimen de casi monopolio puede parecer una contradicción, pero es posible, y es lo que ha hecho Google, el mayor buscador de Internet del mundo. No sólo parece una contradicción; es una contradicción, pero funciona: para aspirar a dominar el mercado mundial, Google tuvo que avenirse a la censura, cosa que hizo desde 2006, cuando abrió la dirección china.cn, reconocida por el régimen de Pekín. Desde entonces, la empresa norteamericana ha expandido sus actividades en China hasta conseguir un 36% de la cuota de mercado en las búsquedas de Internet.

Google y China se enfrentan como dos superpotencias por el control de la soberanía ciberespacial

Google ha practicado durante cuatro años la autocensura de forma ejemplarizante para todas las otras empresas tecnológicas instaladas en China. Pero no es difícil aventurar que una buena colaboración con el régimen habrá facilitado también la denuncia y represión sobre los disidentes. Google cuenta con un antecedente de suficiente entidad como para que nadie se rasgue las vestiduras: Rupert Murdoch, el magnate australiano-norteamericano amigo de Bush, Blair y Aznar, y principal propagandista de las ideas neocons con sus guerras preventivas, jamás tuvo rebozo alguno a la hora de dejar todas sus ideas liberales y sus exigencias democráticas en la frontera de la China comunista, para limitarse a defender sus intereses.

La decisión de abandonar el portal censurado y redireccionarlo a otro abierto en Hong Kong forma parte de la gesticulación libertaria de Google, pero está guiada, fundamentalmente, por los intereses comerciales, tal como subrayan enfáticamente las autoridades comunistas. El problema es que en el nuevo mundo multipolar en el que hemos entrado, nada hay comercial que no sea a la vez político. Desde Mountain View, la sede de la empresa, se ha tomado una decisión comercial, en respuesta a las decisiones de control político de Zhongnanhai, el compound del gobierno chino. No se trata de una guerra caliente, que vaya a producir una escalada cada vez más virulenta de represalias mutuas, sino de una guerra fría, en la que contará el equilibrio de las amenazas y la disuasión, mientras las respectivas diplomacias informales mantienen abiertos los canales de negociación.

Google tiene tanta capacidad de atracción como de conflicto. Mientras se expande a toda velocidad, sus actividades chocan con la propiedad intelectual, la privacidad, los límites morales e ideológicos de algunas sociedades o incluso la libertad de mercado. Convertida en el mayor soporte publicitario del mundo, de donde salen sus principales beneficios, se ha convertido en una trituradora de periódicos y medios de comunicación. Las compañías telefónicas se consideran parasitadas, porque utiliza unas redes cuyos costes no sufraga. China no ha escogido mal a su nuevo enemigo global, porque intentará esconder la censura derivada de sus peores y más bajos intereses de poder detrás de demandas, muchas razonables, respecto a la posición dominante de Google en el mercado.

China ha dado una lección totalitaria, de aplicación a todas las compañías que se instalan dentro de sus fronteras: las reglas de juego no se imponen desde fuera, y mucho menos una regla que dicta la libertad de los individuos en un país donde precisamente de lo que se trata es de evitar que los individuos sean libres. Google también saca tajada: nadie enarbola mejor y más alto la bandera de la libertad en el momento en que se están formando variopintas coaliciones en su contra. Pero ambas superpotencias también recogen los heridos de este combate: China no va a contar a partir de ahora con esta marca legitimadora; Google va a perder uno de los mercados de mayor crecimiento y expansión en el mundo.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Estamos ante el enfrentamiento entre dos superpotencias por una cuestión de soberanía. Google es un ejemplo de libro de los nuevos agentes no estatales que cuentan en el mundo multipolar y global de fronteras evanescentes. China pertenece al mundo más clásico de las soberanías territoriales conservadas por la fuerza. No hay forma de que cuadren los intereses y los valores de dos universos tan distintos, el de las soberanías individuales globales y móviles, y el de la soberanía territorial con sus fronteras guardadas y sus ciudadanos custodiados. Si una pretende monopolizar la libertad a través de la tecnología, la otra cuenta con el monopolio efectivo del poder a través de la represión policial y militar. Stanley Bing, bloguero de la revista Fortune, asegura que entre estos dos grandes países enfrentados, prefiere vivir en Google que en China. Sólo los patriotas del comunismo chino pueden preferir lo contrario.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_