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El drama de Congo

El negocio de la muerte crece sin freno en las minas

El país extrae el 80% del coltán, básico para los móviles

Casi ninguna calle de Goma o Bukavu, las dos grandes ciudades al este de la República Democrática del Congo, tiene asfalto, y cuando lo tiene los socavones impiden disfrutarlo. Apenas hay luz eléctrica en las calles de la región de los Kivus, que combina la exuberancia tropical del corazón de África con la pobreza de su gente. Pero debajo de tantos pies descalzos hay la mayor concentración de reservas minerales de África y quizá del mundo: diamantes, oro, cobalto, estaño, manganeso, coltán...

La mayoría de los minerales se extrae ilegalmente y cruza al instante la frontera
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La maldición de las riquezas asuela desde hace años la zona: las guerras se acumulan y los muertos se amontonan. La ONU documentó en 2002 la conexión directa entre la guerra en la región de los Kivus y la lucha por los recursos naturales: un informe demoledor puso al descubierto la insondable maraña de intereses creados para saquear la zona. El estudio no dejaba títere con cabeza, salvo los miles de mineros locales (incluidos niños) que trabajaban en condiciones de semiesclavitud. Las responsabilidades se repartían entre las autoridades congoleñas, ávidas de dólares y fáciles de sobornar, los países vecinos (sobre todo, Ruanda y Uganda), que exportaban todo gratis y sin permiso, y empresas multinacionales -se nombraba a 114: estadounidenses, británicas, belgas, alemanas-, beneficiarias últimas del saqueo organizado.

Cinco años después, la zona vuelve a estar en guerra y las causas parecen ser las mismas. Las únicas diferencias son que Uganda y Ruanda han retirado sus tropas -la lucha es ahora entre señores de la guerra y el Ejército- y que la trama de sociedades interpuestas con destino final a Occidente y China es más sofisticada. Pero se lucha en los mismos lugares y las víctimas siguen siendo los civiles."El Estado no controla las minas. La mayoría están gestionadas por milicias, apoyadas por empresarios bien conectados con Ruanda", sostiene el diputado nacional Thomas Luhaka, opositor al Ejecutivo de Joseph Kabila. El caos de tantos años -al menos desde la caída de Mobutu, en 1996- ha agravado el problema. Empresarios rivales han ido atesorando licencias distintas para explotar una misma mina y buscan el apoyo de ejércitos privados para hacer valer sus supuestos derechos. Una concesión la emitió el alcalde; otra, Kinshasa; otra, la autoridad regional. Y luego están las más importantes: las del grupo rebelde que controla la zona y la del que aspira a derrocarle. Todos esgrimen papeles para demostrar los derechos sobre un mismo lugar: con estos mimbres, la guerra tiene visos de convertirse en eterna.

La rebelión del ex general Laurent Nkunda, que se niega a disolver su milicia tutsi como exige Kinshasa, coincide con el intento del Gobierno central de poner orden en el sector minero y revisar todas las licencias. El feudo de Nkunda es la jungla cercana a Masisi, en Kivu Norte, la joya de la corona minera. Aquí están los mayores yacimientos de coltán, mineral básico para las nuevas tecnologías y los móviles. Es, además, escaso y difícil de encontrar: el 80% de coltán está en Congo, sobre todo en los Kivus.

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La gran mayoría de minerales se extrae ilegalmente y cruza al instante la frontera. Los ingresos del Estado aportados por la extracción minera son hoy una séptima parte de lo que eran en 1970. El saqueo es generalizado. Un informe reciente del Instituto Pole, centro de estudios con sede en Goma que recibe financiación estadounidense y británica, certifica que la mayoría de los minerales extraídos se evapora antes de llegar a las autoridades. El destino del material robado es, primero, Ruanda. Después, un largo paseo para borrar huellas a nombre de sociedades que nacen y mueren a velocidad pasmosa. Finalmente, los países occidentales y China.

Todo el mundo conoce en Goma dónde se compra y se vende el oro, el coltán, los diamantes... Por ejemplo, en la Avenida des Ibis, 2, sede de Sadexmines, dirigida por un empresario libanés. Una enorme muralla roja repleta de alambradas impide el paso. "Estamos de vacaciones. Si vuelven en enero, les atenderemos", gruñe el portero. La actividad es frenética y lujosos cuatro por cuatro no dejan de entrar y salir. A cinco minutos a pie, en la calle Pelican, 11, hay otra gran finca que compra y vende minerales. Ni siquiera se exhibe un nombre comercial. Tras el informe de la ONU, desaparecieron los rótulos.

"Nadie, ni aquí ni el extranjero, tiene voluntad real para acabar con todo esto. Todos sabemos lo que pasa, pero el saqueo sigue, la guerra sigue y la miseria sigue", explica en Bukavu, la capital de Kivu Sur, una activista proderechos humanos. Aunque hable para el periódico de un remoto país, pide anonimato. "Si alguien de aquí leyera lo que digo, me acabarían matando. Así son las cosas en Kivu".

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