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Una nueva ola de violencia reaviva el conflicto político en Kenia

La crisis pone al borde del colapso una de las economías africanas más estables

Siete muertos más en Kenia. Y van más de 600, según los últimos recuentos del Gobierno; más de 1.000, según la oposición, que ayer acusó al presidente keniano, Mwai Kibaki, de haber convertido el país en "un campo de asesinatos de inocentes". Las últimas víctimas han muerto tras las manifestaciones de los dos últimos días. La policía sofocó las protestas con gases lacrimógenos en muchos puntos del país. En la circunscripción de Kasarani, en la provincia de Nairobi, las fuerzas de Kibaki dispararon contra la turba matando a siete personas, según el líder opositor keniano, Raila Odinga.

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Más de dos semanas después del conflicto en Kenia, las cifras han destrozado su estabilidad ejemplar dentro del continente africano. La crisis ha causado el desplazamiento de 255.000 personas. La mayoría de ellas son de la etnia kikuyu -la misma del presidente- y han abandonado sus casas y sus negocios huyendo de los machetes que se han alzado por todo el país, sobre todo en el valle del Rift, al oeste. Todos esos números parecen ser asumidos con frialdad por Kibaki, acusado de haber manipulado los resultados de los comicios del 27 de diciembre y originar así los enfrentamientos.

Las otras cifras del conflicto, las económicas, ocupan más espacio en las mesas de los políticos de Nairobi. En tan sólo 20 días, el país ha dejado de ganar 680 millones de euros, según el Ministerio de Economía, y aún no se conocen con exactitud los efectos sobre el turismo, la mayor fuente de ingresos del país.

En su negocio de safaris organizados, en el centro de la capital, Maurice Ndegwa expone sus temores: "La situación es insostenible. No hemos ganado nada desde las navidades y todos los viajes organizados han sido cancelados. Si las cosas no cambian tendré que despedir a la mayoría de mis empleados". La cadena de desastres sigue con las plazas hoteleras. En el Sarova Stanley, también en Nairobi, la mayoría de las habitaciones están vacías. "Cuando las cosas van mal, nosotros somos los primeros en caer", comenta Michael, uno de los vigilantes del hotel.

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La Asociación Keniana de Tour Operadores termina de dibujar con sus datos la magnitud del problema. La semana pasada, los aviones viajaron a la costa con 5.500 asientos vacíos. Si esta tendencia continuase, 20.000 kenianos podrían perder sus puestos de trabajo y dañar de forma indirecta a otros 100.000 empleos, según la asociación. Sus cálculos van más allá: si cada trabajador keniano da alimento a unas 10 personas de media, la crisis en el sector del turismo podría afectar a un millón de personas.

En Mombasa, ciudad costera al sur del país y uno de los lugares más atractivos para los turistas, el 70% de las reservas se ha cancelado. Pepo Miret, un catalán que regenta en esa ciudad el hotel Kusini Beach Cottages, declaraba ayer que los hoteles se han vaciado: "Si la situación se calma en las próximas semanas, esperamos recuperarnos para el mes de julio".

Lo que ocurre en Mombasa es determinante, no sólo para Kenia, sino para los países del África oriental. El puerto de esta ciudad es el más importante de la zona y lleva parado desde que estalló el conflicto. Es la primera pieza de dominó que está destruyendo la economía keniana y afectando a la de los demás países. Las carreteras no son seguras, los camiones no salen y 500 contenedores con alimentos y materias primas llevan parados en muelle desde entonces. Nadie va a recogerlos, porque la mayoría de los negocios son de los kikuyu, la tribu que más está sufriendo el conflicto.

El Banco Mundial destaca que una cuarta parte de la economía de Uganda y Ruanda y una tercera parte de la de Burundi dependen directamente de Kenia. El sur de Sudán, el este de la República Democrática de Congo y el norte de Tanzania también se apoyan en las importaciones de productos básicos kenianos, sobre todo el maíz.

Un policía keniano agarra a un manifestante en un suburbio de Nairobi.
Un policía keniano agarra a un manifestante en un suburbio de Nairobi.AP

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