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Ola de cambio en el mundo árabe | Las consecuencias del conflicto

La ola de inmigrantes desborda Italia

La cifra de 'sin papeles' de África llegados a Lampedusa desde enero amenaza con batir todos los récords - Roma se prepara para un posible éxodo desde Libia

Rafik lleva su pasado escondido bajo la chaqueta y el sueño de un futuro anudado al cuello. Baja la cremallera de la sudadera y enseña unos paquetes de cigarrillos Mars, una foto y un billete de 100 euros, lo que queda de sus ahorros, tras pagar 1.200 euros por la travesía desde la costa tunecina hasta Lampedusa. Una bufanda del Inter le abriga la garganta. Ahí está toda su idea de Italia, de Europa, de libertad y esperanza. Rafik Ben Mbarek, de 30 años, nacido y criado en Túnez, "cerca de la plaza de la Kasbah", es uno de los miles rostros de la ola de inmigrantes que vive esta pequeña isla, a medio camino entre África y Europa, y que se extiende a toda Italia.

Más de 7.000 inmigrantes han llegado a Lampedusa desde mediados de enero. Solo en los últimos dos días han arribado unos 1.600 y la oleada amenaza con pulverizar los récords de flujos de inmigración. Lampedusa solo tiene capacidad para albergar a 850 inmigrantes y en la isla ya no cabe un alfiler. En todo el sur de Italia existen 31 centros de acogida con capacidad para 8.500 personas. Y en lo que va de año ya han llegado cerca de 8.000, según el Gobierno. La situación ya es desesperada solo con la llegada de tunecinos -la gran mayoría- y varios centenares de subsaharianos. Pero ahora Italia teme lo peor, que el conflicto libio fuerce a miles de ciudadanos de este país a buscar refugio en sus costas.

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Rafik llegó hace dos días. En el muelle le esperaban la policía, los carabineros y las organizaciones humanitarias. Le han trasladado al centro de identificación. Proyectado para 850 personas, alberga hoy al menos a 1.300. "Es una situación difícil pero no de emergencia", asegura Cono Galipò, responsable del centro. Allí son identificados, se asean, comen, duermen en literas. Y esperan.

Esperan con impaciencia el traslado a centros en el continente (Apulia o Calabria) o al menos, a Sicilia. Confían en iniciar allí su verdadero viaje hacia una segunda vida en Occidente. Para evitar colapsar la infraestructura de Lampedusa, el Ministerio del Interior ha puesto en marcha continuos vuelos y traslados en barco.

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Mientras ellos sueñan, los servicios de acogida y las instituciones se organizan. "Son horas de tregua, gracias a la mar gruesa, valiosas para prepararnos para una ola masiva", explica Girolamo Di Fazio, jefe de la Policía de Agrigento. "Lo que nos preocupa es que empiecen a llegar los libios, los jornaleros extranjeros que viven allí y que de repente se han quedado sin nada, o los subsaharianos que están encerrados en las cárceles de Gadafi, que les impedía intentar llegar a Sicilia". Una inmigración más difícil de gestionar: los números serían mucho mayores (varias fuentes hablan de 60.000 o 70.000 personas). Los preparativos para a un eventual éxodo están en marcha. Es inminente la apertura de un centro cerca de Catania para 2.000 personas que esperan el estatus de refugiado. Así se deja sitio para los que arriben. La Cruz Roja ultima el trámite para montar un hospitalcerca del puerto de Lampedusa: "Tenemos que estar preparados", dice su portavoz, Tommaso Della Longa.

El goteo de embarcaciones se detuvo de golpe ayer, tras 48 horas muy intensas: 17 barcos con 1.600 personas, casi todos tunecinos, hombres, jóvenes y preparados. "Tienen entre 20 y 35 años, muchos son licenciados, cultos, hablan idiomas, tienen iPhone o móviles con los que han grabado vídeos del viaje. Son muy distintos a los inmigrantes habituales, que llegan desesperados de Nigeria, Somalia, Eritrea. Son como nosotros. Buscan un futuro porque saben que su país no está a su altura ahora", dice Della Longa.

Las condiciones sanitarias suelen ser buenas. "No solo porque están en forma", comenta Laura Rizzello, enfermera voluntaria de la Cruz Roja, que les acoge desde 2005 en el muelle. Una mano que les acompaña su primer paso en Occidente. "Los tunecinos de estas semanas no cruzan el desierto libio antes de llegar a Europa. No se quedan atrapados en las cárceles de Gadafi. En 20 o 24 horas, dependiendo del viento y la calidad del barco, están aquí. Algunos llegan con resfriado o laringitis porque se han mojado en mar. Pero ya está".

La montaña de barcos, apiñados en tierra firme, al lado del puerto, es un cementerio de pasados frustrados, de una vida que se quiere olvidar. "Son barcos robustos, grandes y relativamente nuevos", según Vittorio Alessandro, portavoz de la Capitanía de Puerto. En el puente quedan botellas vacías, paquetes de galletas medio terminadas, colillas, mantas. Se parecen más a los ferrys que esperan a los turistas a partir de Pascua, si confirman sus reservas, que a las pateras de inmigrantes.

Rafik -con los vecinos de su barrio con los que emprendió el salto al Occidente- se ha escabullido del recinto del centro y da vueltas por el pueblo. Toda la isla parece congelada en un irreal clima de espera. Quien se prepara para nuevos desembarcos, quien organiza vuelos de traslado, quien desea empezar a vivir otra vez.

Estos jóvenes de tez aceitunada se mueven en pequeños corros, entre chalets cerrados por el invierno y las pocas tiendas y cafeterías. Rafik canta su amor por el equipo de Milán, "que no el de Berlusconi", especifica. De Italia, conoce eso: el calcio, el catenaccio, los macarrones y los espaguetis. Pocas palabras que parece usar como un pasaporte, una llave maestra para la libertad: "Quiero llegar a Francia y trabajar, cualquier cosa me vale con tal de ganar algo de dinero. En Túnez no podías dar ni un paso sin pánico a un arresto o una paliza. En cuanto pude me fui". Samir Sidi, 29 años, llama a su hermano en París: "Voy a llegar pronto ya estoy en Italia". Casi. Porque ahora les espera un centro secundario y de allí, como no pueden ser repatriados, vista la precaria situación política en su país, saldrán con una hoja que les anima a dejar Italia. Ellos van a jugársela: intentarán cruzar la frontera. Casi todos tienen un familiar que les espera al otro lado de los Alpes.

Un grupo de norteafricanos sube a un avión en Lampedusa rumbo a un centro de inmigrantes.
Un grupo de norteafricanos sube a un avión en Lampedusa rumbo a un centro de inmigrantes.ANTONIO PARRINELLO (REUTERS)

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