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Protesta social en Francia

"Si paralizamos el país, Sarko cederá"

La oleada de huelgas y manifestaciones comienza a erosionar al presidente - Los automovilistas llenan el depósito ante el fantasma del desabastecimiento

Antonio Jiménez Barca

Un viejo sindicalista de La Poste, plantado en medio del Boulevard du Temple, al paso de la manifestación parisina, razonaba ayer en voz alta: "Si paralizamos el país, Sarkozy cederá. Si no, no". A falta de unos pocos días imprevisibles para que el Senado francés vote el miércoles su polémico proyecto de la reforma de las pensiones, el jefe del Estado francés encajó ayer una nueva y multitudinaria jornada de protesta que confirma la incesante presión callejera. Nicolas Sarkozy también acusa la inquietante amenaza de falta de gasolina por la huelga, que afecta a todas las refinerías, y que empuja a su vez a los franceses a las estaciones de servicio para llenar el depósito, incrementando el consumo y contribuyendo así a que crezca el fantasma del desabastecimiento y la parálisis a la que aludía el empleado de La Poste.

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Los sindicatos aseguran que ayer salieron a la calle en toda Francia cerca de tres millones de personas; la policía rebaja el recuento a 825.000. En cualquiera de los casos, menos que en la última manifestación, celebrada el pasado martes. Pero, como reconoció también ayer el ministro de Trabajo, Eric Woerth, "mucha gente" rechaza a gritos una reforma que se ha convertido en la medida emblema de Sarkozy. Este, en horas bajas, hundido en los sondeos, con medio Gabinete amortizado a la espera de recibir la orden de destitución, confía en aprobarla de una vez para mover ficha, cambiar el Gobierno y pasar a la ofensiva.

Los sindicatos no se lo van a poner fácil. "Podemos ganar. Puede que retire la ley. No dejará que el país se quede sin gasolina, sin energía, que se paralice. Sus amigos los empresarios le dirán que se rinda", aseguraba ayer Alain Depoilly, un jubilado de 61 años, militante comunista.

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La ministra de Economía, Crhistine Lagarde, aseguró ayer en una entrevista radiofónica que hay reservas "para varias semanas" y pidió a los franceses que no se dejen gobernar por el pánico a la hora de acudir a las estaciones de servicio. Con todo, la situación de los aeropuertos parisienses, privados del oleoducto que les alimentaba, es inquietante. El de Orly cuenta con reservas para 17 días pero el de Charles de Gaulle solo tiene hasta el "lunes o el martes", según un portavoz del Ministerio de Ecología, que añadió que el Gobierno busca soluciones.

La manifestación parisiense arrancó con un aguacero de esos que a veces se abaten sobre París sin previo aviso. Pero luego salió el sol. Una de las primeras pancartas ("Por una vida después del trabajo"), situada cerca de la cabeza, resumía bien el espíritu de una marcha concebida para oponerse a una medida que, entre otras cosas, retrasará la edad de jubilación de los franceses de los 60 a los 62 años.

Muy cerca, un joven profesor repartía folletos de una central sindical y se paraba para explicar: "Con la huelga de las refinerías, con los aeropuertos amenazados por la falta de combustible, con los jóvenes a nuestro lado, podemos ganar. Y si no lo hacemos el miércoles, pues seguiremos. No nos vamos a parar: seguiremos manifestándonos hasta la victoria".

No está tan claro: entre los ocho sindicatos convocantes, ya hay formaciones que sugieren que, con la ley aprobada el miércoles, habría que empezar a darse por vencido e ir pensando en una retirada honrosa. Otras centrales sindicales prometen continuar y forzar el movimiento. Desde junio, ya se han organizado ocho jornadas de protesta, cinco de ellas después del verano.

"Va a ser difícil", reconocía Bruno Habbas, de 38 años, trabajador en los trenes de cercanías de París. "La policía custodia los depósitos principales de combustible del país para que los sindicatos no los puedan bloquear y los estudiantes se van de vacaciones el 25 de octubre, con lo que la protesta corre el riesgo de desinflarse en su momento decisivo", añadía.

La manifestación se llenó de padres con sus hijos pequeños enarbolando pancartas diminutas, de jubilados solidarios con los trabajadores que ven cómo su edad de retiro se aleja. También de sindicalistas, de empleados en los hospitales, de Correos o de centros de enseñanza, omnipresentes siempre en las anteriores convocatorias. Todos corearon un lema que se repite en todas las marchas: "Luchamos por conseguir la jubilación a los 60 años; lucharemos para conservarla".

Pero a la manifestación de ayer acudieron miles de estudiantes de bachillerato, novatos en estas protestas, que se manifestaban por primera vez o segunda vez y que han insuflado un oxígeno necesario a un movimiento que corría el riesgo de agotarse. Al término de la manifestación, en la plaza de la Bastilla, se produjeron algunos enfrentamientos entre la policía y un grupo de jóvenes violentos que rompieron algunos escaparates. Hubo 30 detenidos.

El secretario general de uno de los sindicatos más importantes (CGT), Bernard Thibault, aseguró, al terminar la manifestación, a modo de resumen: "Los trabajadores están determinados a que se les oiga". Pidió al Gobierno que retire el proyecto de ley. También el Partido Socialista reclamó que se suspenda la discusión en el Senado que, por cierto, continuaba ayer. De hecho, el ministro de Trabajo Woerth abandonó la Cámara para salir al pasillo y responder que el Gobierno, por ahora, no afloja: "La reforma es necesaria y justa".

Así, todo se acelera. Pasado mañana, martes, hay convocada otra jornada de protesta, con manifestaciones incluidas. Será la última oportunidad de los sindicatos para doblegar al Gobierno antes de la aprobación de la ley en el Senado. Mientras, la huelga prosigue, estrangulando poco a poco las reservas de combustible. Desde el otro lado, Sarkozy se apresta a resistir tres días más.

Un momento de la manifestación de ayer en París a su paso por la plaza de la República.
Un momento de la manifestación de ayer en París a su paso por la plaza de la República.AP

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Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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