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ANÁLISIS
Columna
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Ante el pelotón

Ramón Lobo

Morir ante un pelotón de fusilamiento tiene una cierta poética y un aura de heroicidad, quizá porque está asociado al Ejército y a la guerra, y, sobre todo, a los perdedores y al cine. Por eso Sadam Husein solicitó ser fusilado. Quería ser grande en el último instante. Consideraba que era el método adecuado a su condición de presidente de Irak, un título al que nunca renunció. Sus enemigos no solo le negaron el privilegio sino que le ejecutaron por ahorcamiento el 30 de diciembre de 2006, como un criminal cualquiera. El dictador iraquí recibió el mismo trato que él dio a sus opositores más destacados, porque los otros, la mayoría, solo desaparecían.

Esta forma de pena capital es tan antigua como las armas de fuego. Dicen que resulta más barata que otros sistemas, como la inyección letal, y es, según los expertos, menos dolorosa para el reo si se aplica correctamente. Solo se necesita puntería y un equipo sincronizado que dispare a la vez.

Un pelotón de fusilamiento está compuesto por cinco o más miembros. Por lo general son voluntarios. Uno de los ejecutores tiene una bala de fogueo y no de fuego. Él no lo sabe, porque la decisión depende del azar. Así se consigue que ninguno tenga la seguridad de haber causado la muerte al condenado, una rendija para manejar mejor la culpa.

En España fueron fusiladas miles de personas antes de 1945, tras la Guerra Civil. Después, el dictador Francisco Franco decidió limitar su uso al ámbito castrense y a los casos excepcionales. Hubo seis: Julián Grimau (1963), Ángel Otaegui, Juan Paredes Manot (ambos de ETA), José Humberto Baena, José Ramón García Sanz y José Luis Sánchez Brazo (del FRAP), en septiembre de 1975.

En Estados Unidos se han producido tres ejecuciones por fusilamiento desde que el Tribunal Supremo levantó la prohibición de la pena de muerte en 1976, todas en Utah: Gary Gilmore (1977) John Albert Taylor (1996) y, ahora, Ronnie Lee Gardner.

Utah era hasta 2004 el único Estado, de los 35 de la Unión que aplican la pena capital en EE UU, que permitía al reo escoger el tipo de ejecución. El Legislativo del Estado modificó ese año la ley y desde entonces se aplica solo la inyección letal. Gardner pudo mantener el privilegio porque su condena era anterior al cambio de la norma. Hay otros cuatro presos en las mismas condiciones legales y que podrían seguir su ejemplo. Oklahoma es el segundo Estado de EE UU que ofrece la posibilidad del fusilamiento, pero muy limitado. Para que un preso sea ejecutado allí por ese sistema es necesario que antes el Tribunal Supremo declare inconstitucional la inyección letal y la silla eléctrica.

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Sesenta y nueve países mantienen en su legislación la posibilidad de aplicar la pena capital por fusilamiento, pero en la mayoría de los casos está reservado a militares. Uno de los que emplea este sistema con civiles es China. Los últimos datos disponibles datan de 2007, cuando se produjeron 30 fusilamientos, la mitad de ellos en Afganistán.

El país con mayor número de ejecuciones del mundo, independientemente del método elegido es, según Amnistía Internacional, China, con más de mil. Le siguen Irán (más de 388), Irak (120), Arabia Saudí (69) y Estados Unidos (52). En España, la pena de muerte fue abolida en 1978.

La silla en la que fue fusilado Ronnie Gardner, en una cárcel de Utah.
La silla en la que fue fusilado Ronnie Gardner, en una cárcel de Utah.AP

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