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Columna
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El periodista, el capo y la foto

Nuevo enredo en México: ¿se vale abrir los micrófonos al narco?

El capo abrazó al periodista, la foto salió en la portada. Y a todos se nos movieron un poco las certezas.

Parecía la crónica de un domingo cualquiera; terminó marcada por la "crónica de un encuentro insólito". Ya desde el sábado, los murmullos en las redes sociales y los humores de los adelantados nos habían puesto sobre aviso: EL periodista, Julio Scherer (decano de las letras informativas en México, personaje imprescindible del país en que nos hemos convertido, hombre al que se antepone el Don) aparece en una fotografía, en la portada del semanario Proceso (publicación emblemática, opositora como destino y estridente ocasional como marca); junto a él, Ismael El Mayo Zambada, capo entre los suyos, con el brazo sobre los hombros del periodista, el cuello erguido, porte de cazador y mirada que se intuye bajo la sombra de una gorra más camionera que deportiva. Al periodista se le notan los años, pero los porta con el aplomo del que se sabe; al capo se le notan los fueros, pero los recoge con la conciencia del que se expone. Así comenzó el fin de semana informativo, en este México inmerso en una guerra contra el crimen organizado, con cientos de muertes a cuestas, periodistas asesinados, regiones asoladas, horizontes por redefinirse. Uno diría, ¡no sacudan que las olas crecen! Pero bueno, así comenzó.

En páginas interiores de la revista, la crónica de Scherer, esa "crónica de un encuentro insólito". Cómo lo contactaron de parte del capo, cómo aceptó (porque "si el Diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos..."), cómo lo transportaron, cómo llegó, cómo se encontró con ese otro, cómo no le pudo hacer las preguntas, cómo el otro contestó lo que quiso, cómo se terminaron por tomar la fotografía, ésa, la de la portada. "El guardaespaldas apuntó con la cámara y disparó." Vaya juego de palabras y de sugerencias: EL periodista frente a uno de los más buscados por la justicia; o en realidad no frente, sino en un abrazo que provoca.

Ahí, el domingo dejó de ser cualquiera, los días subsecuentes también. La edición de la revista se fue agotando. Y el coro se desató. Desde el mismo domingo, algunos periodistas de piel sensible reaccionaron ante las posibles críticas: ya sabemos que el que ejerce ve con recelo al que lo observa. Pero poco después, ¡ah!, vaya coliseo de voces encontradas. Por un lado, a quienes no les pareció. Argumentan que la entrevista no aporta, que el periodista terminó como mensajero del narco, que la fotografía muestra la rendición ante el poder fáctico, que el periodista se convierte en cómplice, que no hay nada noticioso, en fin, ¡que no aporta! Por el otro lado, a quienes sí les pareció. Argumentan que la crónica (que no entrevista) sí aporta, que es más importante lo que no se dice, que la contundencia de la imagen devela el fracaso de la guerra emprendida, que el periodista es eso y no procurador de justicia, que la publicación en sí misma es lo noticioso, en fin, ¡que sí aporta!

Las redes sociales bullen. Sólo en Twitter, el tema se mantuvo como el más discutido, en competencia apenas con la tragedia de enredos en que se ha convertido la misteriosa muerte de la pequeñita Paulette, en las periferias acomodadas de la capital mexicana. Los medios de comunicación se empapan del tema, y no hay opinador que se respete que no se aplique. Los detractores reclaman a los valedores su rendición incondicional ante Don Julio. Los valedores exhiben en los detractores enconos y envidias enquistadas. Hacia mediados de la semana, muchos comunicadores ya manifestaban las "preguntas que Don Julio debió haber formulado", en resumen, "la entrevista que debió haber hecho, no hizo y yo seguro habría hecho mejor". En el coliseo de la opinión, las voces se arrebatan la efímera espada de la verdad asumida.

Lo único cierto es que Julio Scherer, y Proceso, marcaron la agenda. Lo único cierto es que no sabemos qué hacer en este México en "guerra" (así nos lo han dicho), con actores que se definen y que son mejores jugadores mediáticos. Lo único cierto es que nos agarró desprevenidos y, ante la sorpresa, la reacción fue la descalificación inmediata o la adoración acrítica.

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No veo con malos ojos la publicación. Me parece inútil centrarnos en la calidad de la entrevista, porque no lo es: recordemos, "crónica de un encuentro insólito". Foto y texto dicen más por lo que no explicitan, y porque incomodan. Sí, muchas cosas que reclamarle al narco: muerte, terror, sangre, prensa acallada, zonas devastadas, un México en guerra. Y sí, cosas que ponerle en frente a Julio Scherer, una no menor la delgada línea que separa su crónica de un proceso de humanizar al enemigo declarado. En otros momentos me he manifestado en contra de abrirle micrófonos, plumas o cámaras al crimen organizado. Y lo sostengo. Pero aquí ganó la contundencia, porque aún a pesar del ego del cronista, de las trivialidades que se asoman, de lo mucho que no se dice, confirmo, con esta sola publicación, que es fácil desnudar lo extraviados que estamos en encontrarle rumbo al enredado México del Siglo XXI.

El capo abrazó al periodista, la foto salió en la portada. Y todos, todos nos vimos en el espejo.

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