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Un pícaro mexicano del siglo XXI

El hombre de paja de López Obrador ha ocupado la delegación de Iztapalapa, con 1,8 millones de habitantes y 150 millones de euros de presupuesto

Con una charla de apenas 45 minutos, cuyo contenido y tono aún son desconocidos, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, zanjó la polémica mediática más controvertida, y acaso estéril, de los últimos años de la política mexicana. En su despacho en la capital mexicana, Ebrard desinfló en menos de una hora a un personaje que vivió bajo los focos los últimos 103 días, para deleite de la prensa y de algunos sectores que veían en él una pequeña revancha en contra del ex candidato presidencial del izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD), Andrés Manuel López Obrador.

Como en otros casos de la política mexicana, es mucho más interesante el cómo que el qué. Acto uno: a escasos días de la elección del 5 de julio pasado, un polémico fallo del máximo tribunal electoral deja fuera a una candidata del PRD a la delegación de Iztapalapa (un conjunto de barrios donde habitan más de 1,8 millones de personas), que había sido cuestionada legalmente por... otra candidata del PRD. Acto dos: López Obrador idea un mecanismo mediante el cual llama a sus partidarios a que voten por un candidato de paja: Juanito, que en realidad competía por otra formación de izquierda, Partido del Trabajo (PT). Acto tres: en una asamblea popular, López Obrador hace que Juanito, cuyo nombre real es Rafael Acosta, jure que "no se la va a creer", que renunciará apenas tome posesión para que la candidata imposibilitada por el tribunal llegue, a pesar de todo, al poder. Acto cuatro: frente a los pronósticos de los analistas de los medios de comunicación, y con una candidata del PRD también compitiendo en contra, los perredistas seguidores de López Obrador ganan votando por el PT. Acto cinco: Juanito escucha el canto de las sirenas y se pasa tres meses amagando: "Y si me quedara a gobernar".

Tres meses hasta que, después de escuchar el lunes por la noche al jefe de Gobierno capitalino, de súbito, Juanito pasó en menos de 24 horas de posar semidesnudo en un concurso de fisioculturismo -con un flácido abdomen a prueba de vergüenzas propias y ajenas- a asegurar que por la presión de las últimas semanas se ha sentido mal del corazón y que mejor renuncia.

La figura de Juanito no hubiera crecido tanto si con su deshojar la margarita de "me voy, no me voy...", no hubiera, por un lado, jugado con el destino de una delegación cuyo presupuesto anual es de 3.000 millones de pesos, el equivalente a más de 150 millones de euros, y un ramillete de problemas de inseguridad y desabastecimiento permanente de servicios como el agua potable. Y por otro lado, si su renuencia a cumplir su promesa no hubiera sido vista como una suerte de venganza frente a López Obrador, que nunca más se hizo cargo de él, en contraste con partidos como el derechista Partido Acción Nacional (PAN), que empezó a frecuentar a Juanito para pedirle que se quedara en el cargo.

De pronto, con sus 51 años de vida, Juanito tuvo algo más que agregar a su extenso currículum de superviviente. Hoy es todavía jefe delegacional electo, título que suma a sus trabajos como camarero, cantinero, entrenador de fútbol (de donde le viene el mote, porque dirigía un equipo infantil en el que una decena de sus jugadores se llamaban Juan), comerciante ambulante en activo, extra en películas softporno, vendedor de helados y manifestante profesional en defensa del supuesto triunfo electoral de López Obrador en 2006.

Precisamente a partir de su defensa de López Obrador en las protestas poselectorales, Juanito adoptó una bandita tricolor que se amarra en la cabeza todos los días. Con ella puesta, jurará mañana honrar el cargo de delegado de Iztapalapa, puesto en el que estará apenas unos minutos. Luego pedirá licencia para ausentarse, lo sustituirá la candidata que nunca pudo competir. Juanito no se irá, sin embargo, con las manos vacías: sumará a su biografía, en la que hay episodios de balazos y un hijo muerto, varias subdirecciones de la delegación que ni en sueños pudo ganar por sí solo, pero de la que al menos un pedazo de ese Gobierno ya le pertenece. ¿De veras, a fin de cuentas, perdió Juanito?

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