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Intervención aliada en Libia
Columna
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Una pinza contra Obama

Lluís Bassets

Los neocons le aplauden, la izquierda radical le critica. Por motivos muy próximos. Es una guerra para derrocar a un tirano, en la que la mayor superpotencia utiliza la fuerza contra un país soberano, sin que unos y otros presten mayor relevancia a la cobertura del Consejo de Seguridad. Nada muy distinto de lo que sucedió con Sadam Husein. Los neocons se sienten legitimados retrospectivamente en su guerra y la izquierda radical, reforzada en sus sentimientos antiamericanos. Todos ellos creen que Bush podría firmar de la cruz a la raya el discurso pronunciado por Obama el lunes por la noche para explicar a sus conciudadanos la intervención militar en Libia.

En España lo dice la voz neocon más inconfundible, José María Aznar, en una entrevista televisiva con Pedro José Ramírez: "Creo que Obama se está convirtiendo en el seguidor más importante de las doctrinas de Bush. Ayer dijo que con la intervención en Libia se ha evitado que se cometa una masacre. Eso se llama intervención preventiva". Aznar confunde acción preventiva y guerra preventiva, algo que en inglés queda perfectamente delimitado con las palabras preemption y prevention. La primera es la acción que se adelanta a una amenaza inmediata que se quiere evitar, y es una forma de legítima defensa. La segunda es un tipo de guerra que pretende desarmar a un enemigo que potencialmente podría llegar a ser una amenaza: es una guerra de agresión, unilateral y sin legitimidad ni justificación alguna.

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La de Irak fue una guerra del segundo tipo, aunque en algún momento los coaligados de las Azores intentaron convertir la amenaza potencial de las armas de destrucción masiva imaginarias en una amenaza inmediata: un documento del Gobierno de Tony Blair llegó a situar temporalmente el peligro de que algún tipo de proyectil alcanzara a uno de los aliados en 45 minutos. En el caso de Libia, el presidente Obama ha recordado las amenazas de Gadafi, mucho más tangibles y en parte ya verificadas, a los habitantes de Bengasi, a los que prometió perseguir como ratas casa por casa.

A pesar de los esfuerzos de los adversarios de Obama, la disparidad entre las intervenciones en Irak y Libia y sus efectos va mucho más lejos. La gestión de la guerra de Irak hizo temer por el futuro del sistema multilateral de Naciones Unidas. Nadie daba un duro, hasta hace bien poco tiempo, por el concepto de responsabilidad de proteger, surgido de las intervenciones llamadas humanitarias en los años ochenta y consagrado también por Naciones Unidas. La intervención en Libia, en cambio, ha significado un resurgimiento del multilateralismo. Sale reforzado el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, gracias a las resoluciones 1970 y 1973 sobre Libia, fundamentadas en el capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas que contempla la eventualidad del uso de la fuerza. El Tribunal Penal Internacional recibe también un chorro de oxígeno a cuenta de estas resoluciones, por cuanto se le encarga la persecución de los hipotéticos crímenes contra la humanidad que hayan podido producirse. Regresamos, finalmente, al derecho de injerencia, que permite hacer realidad la responsabilidad de proteger a las poblaciones amenazadas, después del eclipse iniciado el 11 de septiembre de 2001.

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Tiene más fundamento, en cambio, una segunda observación de Aznar sobre la acción en Libia cuando señala que "se está extendiendo la intervención más allá del contenido de una resolución concreta". Es evidente que intenta de nuevo justificar retrospectivamente la interpretación expansiva de la resolución 1441 del Consejo de Seguridad, que conminaba a Sadam Husein al desarme unilateral y solicitaba en caso contrario "los medios necesarios" para obtener dicho objetivo. Con dicha resolución, la coalición de las Azores justificó la invasión a falta de una autorización explícita del máximo órgano ejecutivo de Naciones Unidas; al igual que luego intentó legitimarla a pelota pasada con la resolución 1483, que reconocía la ocupación estadounidense y británica en Irak.

No es Aznar el único que hace tales críticas. Muchas voces, Putin entre otros, denuncian una interpretación laxa de la resolución 1973, que ha permitido ya ataques aéreos contra fuerzas terrestres en todo el territorio libio, sin que tenga que ver directamente con la zona de prohibición de vuelos ni con la protección de la población. Otras voces se alarman ante la entrega de armas a los rebeldes, insinuada por Obama y discutida en la reunión de los coaligados en Londres. Lo mismo cabría decir de una acción dirigida a detener o liquidar a Gadafi, en cumplimiento de un derrocamiento que no está contemplado explícitamente por la resolución. Todas estas interpretaciones argumentan, con la guerra de Irak en mano, para exigir el máximo rigor en los límites de dicha resolución o, en caso contrario, solicitar una nueva del Consejo de Seguridad, que esta vez difícilmente obtendría la abstención benevolente de Rusia y de China. Lo quieran o no, son también parte de la pinza.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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