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La popularidad de Obama entra en declive por la reforma sanitaria

El índice de aprobación del presidente de EE UU baja por primera vez del 50%

Antonio Caño

Lastrado por un debate envenenado sobre la reforma sanitaria, las encuestas confirman el declive de la popularidad de Barack Obama, cuyo índice de aprobación baja por primera vez del 50% y que se enfrenta a un país que ha dejado mayoritariamente de creer en sus propuestas políticas y en su carisma para remontar los múltiples obstáculos que tiene por delante. Antes de cumplirse un año de su llegada a la Casa Blanca, Obama sufre la mayor erosión de popularidad de los últimos presidentes en ese mismo plazo. Sólo un 47% aprueba su gestión, según una encuesta de la cadena NBC y el diario The Wall Street Journal.

Ese sondeo arroja datos aún peores para el presidente de EE UU: un 61% cree que carece de las cualidades que se requieren para el cargo y un 55% considera que la nación camina en la dirección equivocada. El público desaprueba su política económica, duda de las posibilidades de salir de la crisis de los últimos años y estima desacertada la promoción en estos momentos de una reforma sanitaria.

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Sólo en el ámbito de la política exterior se producen algunos resultados positivos. Una mayoría del 49% la respalda en su conjunto, un 44% apoya las decisiones del presidente sobre Afganistán y más del 50% está a favor del envío de más soldados a esa guerra.

La encuesta, en términos generales, es algo más que una señal de alarma sobre el rumbo de esta Administración: es un indicador de que la esperanza depositada en Obama se ha evaporado y de que el país está sumido de nuevo en el pesimismo. ¿Cuáles son las razones y cuáles pueden ser las consecuencias?

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Empezando por las últimas, esta encuesta -que consolida los datos de otras anteriores- podría ser el anticipo de una sonora derrota del Partido Demócrata en las elecciones legislativas de 2010, si no fuera porque hay algunos que aún deben preocuparse más que Obama por los datos de este sondeo: los republicanos. Sólo un 23% expresa sentimientos favorables a la oposición.

El problema está en el propio Gobierno, en su gestión y en la comunicación de esa gestión. Y, especialmente, en dos ámbitos de la actuación del Gobierno: la economía y la reforma sanitaria.

La economía ofrece signos positivos desde hace algún tiempo: la Bolsa sube, las empresas vuelven a tener beneficios, los bancos se olvidan de los números rojos y el Gobierno está recuperando el dinero que les entregó para evitar su quiebra. Pero los empresarios no están aún creando puestos de trabajo de forma ambiciosa, los bancos todavía no prestan con confianza y, como resultado, el público percibe que esta recuperación repercute sólo en el bolsillo de los ricos y no en el de los trabajadores, que se ven condenados a una tasa de desempleo del 10%.

El Gobierno ha puesto en marcha distintos mecanismos para equilibrar esos desajustes, regular el mercado financiero y crear empleo, y confía en que en los próximos meses, antes del verano, comience a percibirse una mejora general de la situación económica entre los ciudadanos.

La otra fuente de daño para Obama ha sido el debate sobre la reforma sanitaria. La Casa Blanca -sin ninguna ayuda de los demócratas- ha perdido totalmente la batalla de la comunicación en ese terreno; el público es incapaz de valorar hoy los beneficios de una ley que daría cobertura sanitaria a más de 30 millones de personas que ahora mismo no la tienen.

Las ideas más descabelladas, como la que el senador republicano Tom Coburn exponía ayer en The Wall Street Journal ("los ancianos morirán antes si el Congreso aprueba esta ley"), se han impuesto entre la opinión pública, que ha acabado viendo esta iniciativa como un costosísimo proyecto de naturaleza comunista que destruirá el estilo de vida estadounidense. Un 50% prefiere que el Congreso la rechace.

Faltan días para que se sepa la suerte que esa ley va a correr. El presidente y el liderazgo demócrata en el Senado están intentando una votación antes de Navidad. Sobre esa ley confiaba Obama en reconstruir su imagen. No será fácil. Si la reforma no es aprobada, sería una verdadera catástrofe que pondría en peligro todo el resto de la presidencia. Pero si lo es, el presidente va a necesitar aún muchos esfuerzos para convencer a sus compatriotas de que ha sido en su beneficio.

Barack Obama, el lunes en la Casa Blanca.
Barack Obama, el lunes en la Casa Blanca.REUTERS

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