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La presidenta argentina afila sus armas en el conflicto del campo

Fernández acusa a los agricultores de retener las exportaciones

Soledad Gallego-Díaz

El complicado conflicto con el campo y los reproches a la oposición marcaron ayer, más que medidas concretas, el tradicional discurso de la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, en la apertura de las sesiones del Congreso, tras las vacaciones australes. En contra de lo esperado, la presidenta no aludió a la creación de una empresa oficial para regular la comercialización de granos (soja, especialmente), una idea que había levantado la inmediata oposición de las poderosas asociaciones rurales, aunque dejó esa posibilidad en el aire: el Gobierno enviará al Parlamento, dijo, "todos los instrumentos que considere necesarios para preservar la actividad económica y el trabajo".

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La aparición de Cristina Fernández ante el Congreso había despertado una gran expectación, no sólo porque suponía su primer encuentro obligado con el vicepresidente, Julio Cobos, con el que no se habla desde hace siete meses (ver recuadro), sino porque la cita se producía en mitad de un nuevo conflicto con el campo y se esperaba que la presidenta hiciera algún anuncio importante que enseñara sus cartas: negociación o nueva "guerra". Además, se esperaba conocer la reacción presidencial al abandono de algunos diputados y senadores de su bancada, que han reducido su mayoría a niveles mucho más precarios que hace unos meses. Como es habitual en Argentina, algunos centenares de piqueteros y sindicalistas próximos al Gobierno se reunieron horas antes ante el Congreso con banderas y pancartas para "arropar" la llegada de la presidenta.

El discurso de Fernández se caracterizó por lo contrario de lo esperado: prácticamente no hubo ni una propuesta concreta, ni en un sentido ni en otro. La presidenta habló durante hora y cuarto, sin leer ni casi utilizar apuntes, demostrando, una vez más, sus cualidades de concentración y memoria, pero no presentó un programa legislativo para los próximos meses, más allá de las polémicas medidas ya conocidas. Salvo el anuncio de una nueva Ley de Radiodifusión, no hubo ni una nueva iniciativa y los diputados se marcharon del Congreso sin tener la menor idea de cuáles van a ser los próximos movimientos de la Casa Rosada.

El tono del discurso fue pausado pero no ocultó la profunda irritación que sigue sintiendo la presidenta (y, sin duda, su marido, Néstor Kirchner) por su derrota parlamentaria del pasado julio, a manos de la oposición y de las agrupaciones agrícolas. Cristina Fernández se esforzó por hacer llegar a la opinión pública lo que considera la sinrazón de las asociaciones rurales: "Si la ley que rechazaron en julio hubiera estado hoy en vigor, las retenciones (los impuestos que pagan) serían menores". La presidenta puso especial empeño en denunciar la falta de solidaridad de los grandes productores agrícolas, a los que acusó indirectamente de especular con el grano: "¿Quién puede hoy no comercializar su producción y subsistir? Se ve que a algunos les ha ido muy bien", señaló.

Según el Gobierno, los productores guardan miles de toneladas de soja en los llamados silo-bolsas a la espera de que bajen las retenciones, mientras que las asociaciones agrarias aseguran que las exportaciones han caído por culpa de la sequía y la inseguridad respecto a la política del Gobierno y que no existen esos stocks tan elevados. La oposición, en su conjunto, apoya a los agricultores.

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Las críticas presidenciales llegaron también, y casi por igual, a los medios de comunicación, a los que acusó de manipular la información, y a la oposición, a la que reprochó que no reconozca los avances del país. "La participación de los trabajadores en el PIB ha pasado del 34% en 2003 al 43,6% en 2008"; "el paro ha bajado del 25% en 2003 al 7,4% en 2008". "Llevamos seis años de crecimiento económico, el ciclo más importante de nuestros 200 años como nación", destacó, aunque reconoció que se avecinan tiempos difíciles para Argentina.

La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, y el vicepresidente, Julio Cobos, en el Congreso.
La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, y el vicepresidente, Julio Cobos, en el Congreso.EFE

Un apretón de manos

Un apretón de manos forzado y silencioso. Ése fue el momento más esperado ayer en el acto de apertura de las sesiones del Congreso. El protocolo exigía que el vicepresidente del Gobierno y presidente del Senado, Julio Cobos, recibiera a la puerta del palacio legislativo a la presidenta de la República, Cristina Fernández de Kirchner, y se dieran la mano. Los dos cumplieron estrictamente con su obligación, pero sin intentar siquiera ocultar con una sonrisa o un mínimo gesto la tirantez del momento.

Sucede que Fernández y el vicepresidente de la nación no se hablan desde hace casi siete meses, en una de las crisis institucionales más inéditas y asombrosas de la historia del país. El 17 de julio de 2008, Cobos hizo perder a la presidenta una de las votaciones más importantes de la legislatura, la que daba la victoria a las asociaciones agrícolas enfrentadas con los Kirchner. Su famoso y dubitativo "no puedo votar a favor", pronunciado a altas horas de la madrugada en un Congreso enfervorizado y con decenas de miles de argentinos pegados a los televisores, le hizo muy popular.

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