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Columna
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La privatización de la realidad

Uno de los fundamentos básicos de la actual contrarrevolución neo-conservadora, que, auspiciada por Bush y sus epígonos ideológicos y políticos, se está imponiendo en todas partes es la primacía de lo individual y privado frente a lo público y a lo colectivo. A su elenco de prioridades pertenece la ofensiva, cada vez más general e irresistible, para la descalificación y desmontaje de lo que los seres humanos tenemos en común, cuya representación y defensa se atribuye habitualmente a los Estados y a los grandes actores de la sociedad civil en su conjunto. Esa operación culmina con la sustitución en todos los campos de los valores, pautas y dispositivos de condición particular y privada, que tienen como principales expresiones el protagonismo de los sujetos y la patrimonialización de los objetos. Proceso que desde la opción de la resistencia crítica está comenzando a llamarse patrimonialización de la realidad: sólo existen los individuos y todo lo real está exclusivamente destinado a su uso y disfrute.

El credo ideológico y la propuesta programática del nuevo presidente francés responde plenamente a ese planteamiento. Cuando Nicolas Sarkozy sitúa en el frontispicio de su programa su propósito de ruptura frontal con "lo anterior", no se propone, obviamente, romper con el sistema capitalista, ni tampoco con el régimen político propio de la democracia representativa a pesar de sus fallos y disfunciones, ni siquiera alterar profundamente el equilibrio y las modalidades de la interacción Parlamento-Ejecutivo, propias de la V República con el propósito de alumbrar una VI República, sino que apunta, en términos más modestos e interesados, a su voluntad de diferenciarse al máximo de la etapa chiraquiana en cuyo ejercicio gubernativo ha participado durante 10 años, a niveles de máxima presencia y responsabilidad. También a su voluntad de reducir, cuanto sea posible, el perfil público y el compromiso social de la política francesa, sometiéndolos al tratamiento ultraconservador. Y así los grandes artículos de la fe sarkozysta son el trabajo y la propiedad, siempre desde una perspectiva individual, que se traducen en dos mandamientos mayores: todos al trabajo y todos propietarios.

Consecuente con ellos hemos asistido durante los seis meses largos de campaña electoral a la exhortación del trabajo pero no como el ineludible ejercicio de una función social, sino como un cumplimiento personal, casi de orden moral, muy próximo a la concepción calvinista anglosajona desde la que se ha alumbrado el capitalismo -Max Weber y Richard H. Tawney. Cuando el presidente ha constituido a los franceses que se levantan pronto en modelo del francés ejemplar y ha exhortado / amonestado a todos sus compatriotas a que trabajen más, aparte de hacer funcionar la reprimenda como el argumento politiquero más utilizado por los conservadores para reprochar a los socialistas los desafueros causados por la ley de la ministra del Trabajo Martine Aubry sobre las 35 horas semanales, lo que está haciendo es trasladar la responsabilidad del declinismo de Francia colectivamente al mundo del trabajo e inculpar individualmente a los trabajadores: los que no trabajan mucho no merecen ser franceses ni vivir en Francia. Lo que es una provocación moralmente inaceptable en un país que, a pesar de las manipulaciones estadísticas del Gobierno, no logra bajar del 10% real de los sin trabajo. Por otra parte, todos propietarios, mitad lema / mitad promesa es la vía escapista tradicional de las grandes fortunas para decir que todos podemos ser iguales. Esto se afirma en y desde un país en el que la pobreza, y en algunos sectores la miseria, tiene una presencia indeclinable. Claro que para atenuarla / ocultarla disponemos de la buena voluntad de las ONG asistenciales; además, claro está, de la política, que aquí se llama reveladoramente compasional de los gobiernos. La compasión solidaria como remedio me recuerda la acción caritativa de mi madre, que mi padre calificaba como "los pobres de Amparito". Reducir la justicia social y la lucha por la igualdad a una acción solidario-limosnera es socialmente inaceptable, y como proyecto político, lamentable.

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