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Reportaje:El futuro de los Balcanes

El puente que divide dos mundos

El río Íbar mantiene separados a los serbios y los albanokosovares en Mitrovica

Ramón Lobo

Mitrovica tiene el color de las ciudades mustias. Calles grises, comercios grises, ropas grises made al otro lado del muro de Berlín y personas grises de mirada cansada. Parece una pequeña Serbia melancólica asomada al Íbar, un río-frontera entre dos mundos, uno serbio al norte donde se paga en dinares, se cobra el sueldo de Belgrado y se vota al líder del Partido Radical, Tomislav Nikolic, y otro albanés en el sur lleno de color y alegría que ya ha empezado a celebrar la independencia.

Nadie sabe lo que va a pasar, pero la mayoría augura problemas, tensiones y tal vez enfrentamientos en días o semanas. El puente que une a las dos Mitrovicas es en realidad un muro, otra línea verde pintada con el miedo al otro. Y en el norte hay mucho temor al sur. "No me importa lo que hagan esa mierda de albaneses", espeta una mujer que regenta una tienda en la avenida principal. Es la respuesta de desprecio que se repite, aunque con diferentes matices de educación.

"La convivencia es imposible", dice Ivana, que cruza el puente cada día La mayoría augura tensiones y enfrentamientos en los próximos días
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En el norte están convencidos de que después de la independencia, los albaneses atravesarán el puente y tratarán de expulsarles fusil en mano. "Si sucediera eso, habría un baño de sangre", advierte Ivana, una mujer que cruza hacia el sur todos los días por motivos laborales y que debería conocer de primera mano la realidad de los dos mundos. Pero en ese norte, la propaganda machacona de Belgrado es una nube de contaminación que nunca se mueve. "La convivencia es imposible. Jamás habrá convivencia después de lo que nos han hecho", añade

La fuerza de la OTAN en Kosovo (KFOR), más de 16.000 soldados, es más visible que nunca. Patrullas francesas, italianas y estadounidenses se mueven por los tres municipios al norte del río Íbar, donde viven cerca de 40.000 serbios. Ahora, con el aliento del Kosovo que se despide, la nueva batalla es lograr la partición de esos municipios y de Mitrovica norte para unirlos a Serbia. El puente, convertido en el último reducto, en un Álamo, en un proyecto de una nueva derrota porque nadie, ni el nuevo Estado ni sus patrocinadores internacionales, lo van a consentir.

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"Todos han aprendido las lecciones de los incidentes de 2004

[comenzaron cerca del puente cuando tres albaneses murieron ahogados al cruzar el río]. Creo que todos estamos interesados en evitar las provocaciones. Por nuestra parte hemos tomado las medidas para evitarlo", asegura Bajram Rexhepi, alcalde de Mitrovica sur, ex primer ministro tras la guerra y uno de los dirigentes de la guerrilla más respetados.

En el sur de Mitrovica no hay dramatismo ni miedo ni aparentemente odio. Sólo miles de banderas albanesas y miles de personas celebrando por adelantado el nuevo Estado. Arber pasea junto a sus amigos a unos 500 metros del puente. "Cuando se den cuenta, igual nos empiezan a ver de otra forma", dice.

Las calles de Mitrovica norte parecen más vacías que de costumbre. Ivana sostiene que muchos se han ido unos días a Belgrado. En lugar de esos civiles se ven otros que pese a sus ropas de disimulo no pueden ocultar su condición de miembros del MUP, la antigua policía política de Slobodan Milosevic. Según Ivana su misión es controlar a los radicales que pueda haber entre los serbios. Otros sostienen que ellos son los elementos radicales en espera de las órdenes del Gobierno serbio que preside Vojislav Kostunica, en teoría un nacionalista moderado.

La Iglesia ortodoxa no desempeña un papel pacificador, sino el de pirómano en primera línea de combate. "Esperamos algo horrible", dijo ayer el obispo Artemije a sus atemorizados fieles en Mitrovica norte. "Nuestro mensaje es que os quedéis en casa y cerca de los monasterios a pesar de lo que Dios está permitiendo hacer a nuestros enemigos".

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