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Reportaje:Elecciones en EE UU

¿Qué queda de Obama?

A la espera de los resultados electorales del 2 de noviembre, el presidente demócrata parece haber fracasado en su voluntad de unir a la nación

Antonio Caño

Ninguna derrota como la que se avecina puede explicarse únicamente por el acierto de los vencedores. Obama ha cometido errores que han dado alas a sus enemigos. Es discutible si se trata de fallos de contenido o defectos de comunicación, pero es indudable que sus dos primeros años de gestión han dejado insatisfechos tanto a los que votaron por él como a los que votaron en contra. La nueva ley sanitaria y la reforma financiera, sus principales logros, palidecieron poco después de su aprobación. El presidente ha fracasado en su voluntad de unir a la nación y ha perdido su conexión con los ciudadanos.

Como consecuencia, males que son achacables a la Administración anterior, como la crisis económica o la guerra de Afganistán, se atribuyen hoy a Obama, a quien, sin embargo, se le niegan méritos tan evidentes como los de haber evitado la catástrofe financiera que se cernía sobre el país o el de haber restablecido las buenas relaciones de Estados Unidos con sus aliados y sus principales competidores internacionales.

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Algunas cosas podían haberse hecho de otro modo, y así parece reconocerlo la Casa Blanca con el relevo de algunos de los principales colaboradores del presidente. La izquierda ha echado en falta más agresividad en el plan de estímulo para crear empleo y más valentía en la reforma sanitaria. La derecha demócrata se lamenta de que Obama haya agrandado la deuda y pretenda subir los impuestos a los ricos. Pero, probablemente, ninguna de esas recomendaciones hubiera servido para evitar que hoy la situación fuese la que es. La victoria de Obama desató una reacción primitiva de rechazo de la América blanca y conservadora, que pensó, con obsesión paranoica, que una coalición de las élites progresistas educadas y minorías raciales les estaba robando su patria. "¡Devuélvannos el país!", gritan constantemente en las manifestaciones del Tea Party.

Ante la desorientación de la izquierda, incapaz de ofrecerle a sus compatriotas un proyecto claro y convincente en respaldo de Obama, ese conservadurismo rural, con la ayuda de la cadena Fox, monopolizó la opinión pública con un mensaje sencillo que encuentra raíces en la sociedad norteamericana: frente al Estado, libertad. En poco tiempo, un 30% de los republicanos creían que Obama era musulmán y, más aún, pensaban que Estados Unidos era un país socialista. Así se le preguntó abiertamente a Obama la semana pasada en una comparecencia en la cadena MTV. "Señor presidente", le dijo una participante, "mi miedo es que vamos hacia el comunismo".

"Eso que usted dice es la prueba de la distorsión del debate actual", contestó tímidamente Obama. En efecto, esto parece de repente una lucha entre quienes defienden los principios de la revolución americana y de su Constitución contra un grupo de renegados que trabajan para causas extranjeras.

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Nadie mejor para pescar en esas aguas que un maestro del juego sucio como Karl Rove, quien el año pasado supo poner en marcha la maquinaria para canalizar todo ese rencor y obtener rentabilidad electoral.

Esto no es, sin embargo, el fin de Obama. Pese a haber caído hasta un 45% en las encuestas, el presidente es aún el político más popular del país. Los dos años por delante pueden dar todavía para mucho. Es tiempo suficiente para que Obama reconecte con el público y también para que aparezcan, cuando tenga que decidirse el nombre de un candidato presidencial, divisiones en el campo rival.

Barack Obama, durante un encuentro con jóvenes, el jueves en Washington.
Barack Obama, durante un encuentro con jóvenes, el jueves en Washington.EFE

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