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Columna
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La razón razonable

Andrés Ortega

Ha conseguido convertirse en una especie de personificación de la conciencia universal en la era de la globalización, "marea que no sube a todos los barcos". El pasado martes, Kofi Annan se dirigió por última vez a la Asamblea General de Naciones Unidas, que le eligió. No ha tenido una labor fácil. Ha fracasado en su intento de reformar la ONU como él quería, las operaciones de paz no han tenido el éxito esperado, incluso ha sentido el aliento de la corrupción y el nepotismo en su entorno, y ha tenido que navegar en las aguas revueltas del unilateralismo de George W. Bush y la guerra de Irak. Pero ha planteado los Objetivos del Milenio (cuyo cumplimiento va muy retrasado) y ha logrado que la ONU -un monopolio en su género- se reforzara como referente de legitimación y de diálogo. Una de sus últimas despedidas consistirá en avalar el Plan de Acción de la Alianza de Civilizaciones (será interesante ver qué da de sí) que se ha de presentar en Estambul el 13 de noviembre. Se va sin hacerse ilusiones, cuando hay menos guerras, pero más violencia, como recordó, y más inestabilidad global.

En contraste, otro referente mundial de más calado, elegido -sólo que sin limitación de mandato- por otro extraño colegio electoral, el papa Benedicto XVI ha echado a perder una parte del capital de actitud dialogante de su predecesor, de pacifismo que este mismo verano había recogido con su condena a la guerra de Líbano, y todo por una oscura referencia a la violencia supuestamente consustancial al islam. El Vaticano y la Iglesia católica han perdido así capacidad de interlocución.

Con todo, lo más preocupante no es lo que dijo el papa Ratzinger en la Universidad de Ratisbona, ni siquiera la respuesta de algunos musulmanes enardecidos -un drama que tiene el islam es que en estos momentos minorías radicales tienen secuestrado el discurso general- sino que haya habido tanta gente indignada con que el pontífice católico hubiera pedido disculpas. Son los que querían oír justamente la satanización del islam, pues están de acuerdo con las palabras del emperador bizantino Manuel II Paleólogo. Todo en un contexto en el que desde la Administración de Bush se ha recuperado el término "islamofascista" que no explica nada, sino que justifica sentirse "en guerra".

Ahora que el Papa insiste teológicamente en la relación entre la fe y la razón ("la luz divina de la razón", decía Ratzinger como cardenal) y pide un diálogo desde ésta, es conveniente volver al filósofo de la política John Rawls, según el cual, en la conducta de los asuntos públicos (y la religión lo es, por mucho que se insista en que es una cuestión privada), lo racional debe subordinarse, a lo razonable (que equipara con la idea de una cooperación social equitativa). La ventaja que veía Rawls en quedarse dentro de lo razonable es que, aunque cabe pensar que racionalmente sólo pueda haber una doctrina global verdadera, puede haber muchas doctrinas globales razonables. Y de eso se trata, "de que todos los pueblos acepten la necesidad de escuchar, de buscar compromisos, de tomar en cuenta los puntos de vista de los otros", como dijo el martes Annan. No de convencer, sino de convivir.

Ninguno de los siete secretarios generales que ha tenido la ONU desde su fundación ha sido un musulmán. Salvo los que le han podido ver algún domingo en alguna de las varias iglesias protestantes a las que asiste en Nueva York, no es fácil adivinar que Kofi Annan sea cristiano. Pero, volviendo a Alemania, este ghanés, en un discurso en la Universidad de Tübingen en diciembre de 2003, consideró que "ninguna religión ni sistema ético debe ser nunca condenado a causa de los deslices morales de algunos de sus miembros, Si, como cristiano por ejemplo, no quisiera que mi fe fuera juzgada por los actos de los cruzados o la Inquisición, tendría mucho cuidado en no juzgar la fe de otros por los actos que unos pocos terroristas puedan cometer en su nombre". En este mundo sobran algunas razones y faltan gentes razonables. aortega@elpais.es

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