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Ola de cambio en el mundo árabe

Los rebeldes huyen ante el avance de Gadafi

El Ejército ocupa las pequeñas ciudades petroleras del oriente rumbo a Bengasi

Muamar el Gadafi, un apestado para la gran mayoría de los Gobiernos, conoce cómo funcionan los entresijos de la diplomacia mundial. Pasan lo días y los países con poder para frenar la campaña armada del dictador libio se recrean en sus deliberaciones. Estados Unidos elude aparecer como el impulsor de otra operación militar en una nación árabe, y la Unión Europea muestra su incapacidad para ir más allá de sanciones económicas. Gadafi saca partido de la coyuntura y se hace fuerte. Las pequeñas ciudades petroleras del oriente de Libia caen una a una, y las tropas del tirano acorralan a marchas forzadas a Bengasi, la ciudad donde nació la revuelta hace un mes, después de una semana de lucha en un frente de batalla estático. Los rebeldes están en retirada. Al borde de la rendición.

Los insurgentes aún esperan una improbable ayuda internacional

Perdidas Ras Lanuf, Brega y sus depósitos de combustible, a 220 kilómetros de Bengasi, la voluntariosa milicia puede quedarse sin gasolina en breve. "Brega ha sido limpiada de bandas armadas", aseguraba ayer en Trípoli un portavoz del déspota, que tildó de terroristas de Al Qaeda a los desheredados que combaten a la desesperada. "Ya no hay alzamiento. El martes estarán en Bengasi", decía un insurgente a Reuters. A unas decenas de kilómetros de Brega, Ajdabiya, una ciudad de 100.000 habitantes, es el último escollo para alcanzar, desierto a través, Bengasi. Desde Ajdabiya tampoco resultaría difícil a los blindados de Gadafi, apoyados por la aviación, alcanzar Tobruk, cerca de la frontera de Egipto. Secarían así el abastecimiento de medicamentos y alimentos procedentes del vecino árabe. El drama se cierne sobre los insurrectos y sus dirigentes políticos.

A los temerosos vecinos de Bengasi poco más les quedaba ayer que ondear banderas de Catar y gritar loas a Al Yazira, uno de cuyos cámaras fue asesinado el sábado en sus cercanías. El vuelco en el estado de ánimo es espectacular. "Aún no es el momento de marchar hacia Trípoli", comentaba a este diario Idris Yunis, vicejefe del estado mayor rebelde, hace dos semanas. "Será cuestión de días", añadía. Cunde ahora un profundo desánimo en sus filas. En Zauiya, en las estribaciones de Trípoli, la rebelión ha sido aplastada brutalmente. En la capital ya nadie protesta. "Hay arrestos arbitrarios y desapariciones forzadas", denuncia Human Rights Watch. Algún soldado se llevaba el dedo al cuello cuando se le preguntaba por el destino de los capturados. El autócrata, mientras, parece no entender el odio que le profesan los libios. "Ciudad de Ajdabiya: sed felices porque el día de la liberación está cerca". "Infelices masas de Bengasi, regocijaos, la liberación se aproxima", rezan los mensajes que Gadafi envió el viernes a través de una de las dos compañías de teléfono móvil.

El ejército acelera en previsión de que el Consejo de Seguridad de la ONU ordene una zona de exclusión aérea que, en todo caso, llevaría semanas poner en marcha. ¿Cree Gadafi que ganando una posición de fuerza podrá negociar? El Consejo Nacional, el gobierno de los insurgentes, rechaza esta opción, para ellos se trata de defenestrar al sátrapa o de morir en el intento. Se aferran a unas ilusiones que parecen inalcanzables: aguardan a que algún país -léase Francia- suministre armas a los insurgentes, un abastecimiento improbable. Y si así ocurriera, la operación requiere un tiempo del que no disponen los sublevados, temerosos de que Gadafi ordene un bombardeo de Bengasi, capital de la Cirenaica y hogar de 650.000 vecinos. El júbilo por el apoyo que ofreció el sábado la Liga Árabe a la zona de exclusión aérea -una de las condiciones que exigía la OTAN para desplegar su paraguas protector: otra es una resolución del Consejo de Seguridad- se ha desvanecido. No puede implantarse en pocos días. Otro deseo: confían en que en algún momento Gadafi sufrirá deserciones entre sus uniformados y mercenarios. A eso atribuían ayer los insurrectos sus dificultades para conquistar Misrata, 200 kilómetros al este de Trípoli.

El ambiente se enrarece en Bengasi. Muchos sublevados recelan de los periodistas, a los que antes regalaban desayunos y ahora acusan de publicar datos que ayudan al enemigo. Sin embargo, los rebeldes tienen que proteger también de los partidarios de Gadafi los edificios en los que trabajan los enviados extranjeros.

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El padre de un insurgente muerto en combate contra los leales a Gadafi exhibe el Kaláshnikov de su hijo durante su funeral en Bengasi.
El padre de un insurgente muerto en combate contra los leales a Gadafi exhibe el Kaláshnikov de su hijo durante su funeral en Bengasi.SUHAIB SALEM (REUTERS)

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