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Ola de cambio en el mundo árabe

Los rebeldes tratan en vano de frenar a Gadafi en el este

Los insurgentes se han retirado 160 kilómetros y se agrupan en Ajdabiya

Un paso adelante por la noche, aprovechando que la aviación del coronel Muamar el Gadafi no puede atacar en la oscuridad, y dos hacia atrás a plena luz del día. Sometidos a bombardeos por tierra, mar y aire, los rebeldes intentan frenar al Ejército en Libia oriental. En vano. En una semana, los insurgentes han cedido 160 kilómetros y se agrupan ahora en Ajdabiya, una estratégica ciudad a igual distancia de Bengasi, sede del Consejo Nacional, el Gobierno de los insurrectos. También al oeste de Trípoli, los soldados del tirano asediaron Zuara. Amparadas en la parsimoniosa reacción internacional, las fuerzas de Gadafi amplían sus dominios.

Libia se desangra. Costaría bastante esfuerzo, incluso reinando la paz, reconstruir lo arrasado. Y se antoja casi imposible restaurar las relaciones económicas -las exportaciones de gas y petróleo y las inversiones de la familia de Gadafi en el extranjero, que suman 70.000 millones de dólares- y diplomáticas si el autoproclamado "guía de la revolución" no es derrocado. Eso persiguen los milicianos. Porque en un país que nada en la abundancia del crudo, y con una población autóctona de poco más de cuatro millones de habitantes, no es de recibo que junto a una de las principales avenidas de Bengasi se extiendan barrios que se asemejan a los míseros campos de refugiados palestinos.

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Contra el saqueo de los recursos públicos, contra la salvaje represión de un dictador que se eterniza ya 41 años en el poder, se alzaron en el oriente del país magrebí. Pero los insurgentes, de momento, retroceden. Sin recibir armamento del exterior, y a la espera de que el Consejo de Seguridad de la ONU se pronuncie sobre la ansiada zona de exclusión aérea, su precariedad augura nuevos contratiempos. Y ello a pesar de que los expertos calculan que los soldados de Gadafi no son más de 5.000 en el frente del este. Eso sí, mucho mejor pertrechados.

Desde Ajdabiya parte una carretera que abre el camino hacia el límite con Egipto, y entre esta frontera y Bengasi se ubican ciudades tradicionalmente muy combativas. Aunque portavoces de los insurgentes aseguraban anoche que habían recuperado Brega, una pequeña ciudad con vitales instalaciones petroleras, tienen las de perder. Algo similar sucedió en Ras Lanuf, donde se halla la mayor refinería del país. Los cazas y la artillería a las órdenes de Gadafi bombardean al grueso de los rebeldes mientras los soldados en tierra eliminan o dispersan los grupos que plantean resistencia en posiciones más avanzadas. Es mucho más difícil, sin embargo, que sean derrotados en la contienda de la propaganda desatada por el régimen, cargada de proclamas que sonrojan.

Las teorías conspirativas tienen excelente acogida en Libia, empezando por el hecho de que buena parte de la población está convencida de que Gadafi es una marioneta de Israel por su supuesto origen judío. Pues bien, el régimen es capaz de ir mucho más lejos. Uno de los canales oficiales de televisión, Al Shababia, emitía ayer imágenes del filósofo francés Bernard-Henri Lévy charlando con el presidente del Consejo Nacional, Mustafá Abdulyalil, y con el vicepresidente, Abdelhafiz Ghoga, ambos acusados por el tirano de obedecer a Al Qaeda. Se intercalaban instantáneas con la bandera del Estado sionista. En resumen: a juicio de Gadafi, Israel y Al Qaeda se han confabulado para destronarle. Los inmigrantes africanos en Bengasi, aseguraba otra emisora, son forzados a declarar que son mercenarios del déspota o son asesinados.

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Las cámaras de un tercer canal enfocaban Brega. Durante 15 minutos no apareció ni una persona en el puerto de la ciudad ni en sus instalaciones. En Brega y Ras Lanuf, la mayoría de los vecinos huyeron hace días ante la inminencia de los combates. No han regresado. "Querida audiencia", decía un locutor en inglés, "todo transcurre con normalidad en Brega, no como dicen los rumores que propagan otras emisoras".

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