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Reportaje:

"Sin reconocer nuestro pasado, nunca podremos vivir el presente"

Encuentro con el escritor una tarde de junio en Estambul

Juan Carlos Sanz

En el despacho de Hrant Dink se respiraba la misma magua, la decadente melancolía con la que el escritor Orhan Pamuk describe el Estambul del pasado, y un vago recuerdo del tiempo en el que armenios, griegos y venecianos convivían con turcos, árabes y persas, y que hace un siglo asombraba aún por su clima de tolerancia al español Vicente Blasco Ibáñez.

Aquella tarde de junio pasado, Dink tardó más de una hora en pronunciar la palabra "genocidio", consciente de que esta vez no se libraría de la cárcel tras una nueva condena por el infame artículo 301. Durante sus conversaciones con EL PAÍS, medía cada declaración, con un punto de rígida seriedad, pero sin odio. Para él, Turquía necesitaba tumbarse en el diván del psicoanalista para indagar las causas de sus actuales frustraciones.

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"Turquía no ha superado su pasado histórico y sigue viviendo en una realidad basada en muchas mentiras", reflexionaba en voz alta. "Ha pasado casi un siglo desde el genocidio armenio y todavía hay miedo a hablar de lo ocurrido. Sin reconocer nuestro pasado, nunca podremos vivir el presente".

El seminario organizado en la Universidad de Mármara de Estambul sobre la historia de la comunidad armenia en Turquía, celebrado por primera vez en el país, le parecía "un gran paso". Pero lamentaba que Turquía siguiese sin mantener relaciones diplomáticas con la Armenia surgida del fin de la Unión Soviética, con las fronteras comunes cerradas a cal y canto.

Implantadas en medio mundo, pero sobre todo en EE UU, Canadá, Francia y Argentina, las influyentes comunidades del exilio armenio han promovido declaraciones de reconocimiento y condena del genocidio armenio en sus respectivos parlamentos nacionales. Dink se opuso con fuerza a esas iniciativas, que en su opinión sólo servían para torpedear el avance de la democracia en Turquía al generar un efecto péndulo, de rechazo nacionalista a las minorías.

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En Turquía viven en la actualidad entre 60.000 y 80.000 armenios, según las fuentes, repartidos entre la antigua Constantinopla y pequeñas comunidades del centro y el este de Anatolia. Cuentan con un estatuto de minoría reconocido por las autoridades. Lo que no ocurre, por ejemplo, con los cerca de 15 millones de kurdos del país. El patriarca ortodoxo armenio de Estambul es su principal representante. La comunidad armenia confía en recuperar, dentro del proceso de negociaciones para la adhesión a la UE, muchos de los bienes que le fueron confiscados por el Estado turco. En Estambul disponen ahora de 38 iglesias, 18 escuelas y dos hospitales, así como de dos revistas en lengua armenia, Jamanak y Mármara, y el semanario bilingüe, escrito en turco y armenio, Agos, que dirigía Dink. Sus asesinos intentaban acallar la voz de la comunidad armenia en Turquía, un territorio donde han vivido con sobresaltos durante siglos.

El sentimiento de incertidumbre que se vivía ayer en una nación conmocionada por el asesinato del periodista lo resumía así el director del diario Hurriyet, Ertugrul Ozkok: "Dink era un verdadero ciudadano turco. Su asesino es el traidor a la patria".

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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