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Las regionales en Italia miden el desgaste de Berlusconi

El temor a una alta abstención alarma al centro-derecha

Dos años después del arrollador triunfo de Silvio Berlusconi en las últimas elecciones generales, Italia se dispone a votar de nuevo en las administrativas los próximos domingo y lunes. Trece regiones, de las cuales 11 están hoy gobernadas por el centro-izquierda; 11 provincias y 1.000 ayuntamientos renovarán sus Gobiernos. La cita será un termómetro del desgaste de Berlusconi. Unos 44 millones de electores dirán si es cierta o no la presunta decadencia del político-magnate y medirán la salud del populismo mediático patentado por él mismo.

El temor a una alta abstención alarma esta vez más a la derecha que a un centro-izquierda ya balbuceante y atemorizado de natural. Las huestes del magnate milanés se presentan a la cita con cinco asignaturas suspendidas, lo que en un país normal supondría una derrota sin paliativos: censura de la información política en la televisión pública; graves escándalos de corrupción en la propia sede de la presidencia del Gobierno; creciente y visible división interna, caos e ilegalidad en la presentación de las listas, y optimismo desaforado más propaganda como únicas recetas anticrisis.

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Los sondeos, cuya publicación se cierra 15 días antes del voto, deben ser peores de lo esperado para la derecha, porque ayer el coordinador nacional del Pueblo de la Libertad, Ignazio La Russa, declaró que ganar más de cuatro regiones sería un triunfo, y que ganar en tres sería una victoria pírrica. Pero los comentaristas más avezados no dan un euro por una victoria clara, a la francesa, de un Partido Democrático anquilosado y autorreferencial, al que le cuesta horrores articular un discurso coherente y distinguirse del poder personalista de su rival ofreciendo una fuerza de cambio real y dinámica.

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Las dudas tienen mucho que ver con el lenguaje y la simplicidad del mensaje. El politólogo Giovanni Sartori recordaba ayer en Il Corriere della Sera un estudio del prestigioso lingüista Tullio de Mauro, según el cual un 70% de los italianos no lee nunca y aunque entienden una frase simple como "el gato maúlla", se lían si la frase se alarga en "el gato maúlla porque quiere leche". Sartori engloba a esa masa "inconexa y sumaria" en la categoría homo videns u homo zappiens (de zapping). La amargura de su texto se resumía en lo que, elegantemente, no decía: el 80% de los italianos decide su voto por televisión, feudo indiscutido del mensaje sumario e inconexo.

El 30% que lee conserva, eso sí, una saludable conciencia crítica. Lo que quizá contribuirá, vista la vulgaridad y pobreza del debate político, a aumentar la abstención. Ejerciendo más como presidente de la Cámara que como aliado -cada vez lo es menos- de Berlusconi, Gianfranco Fini llamó ayer a los italianos a no desertar de las urnas; Fini sabe que la antipolítica activa se ha convertido en una corriente paradójicamente cívica y cada vez más mayoritaria, sobre todo entre los jóvenes, y no ignora que el único partido organizado y capaz de mantener la fidelidad del electorado es la Liga Norte, su opuesto intelectual. Si el norte vota en masa a la Liga, las horas de Fini en el PDL estarán contadas.

La tolerancia ante la corrupción y la profusión de listas con candidaturas de honorables condenados o procesados en olor de mafia son otro enigma por descubrir. El escritor Roberto Saviano ha lanzado una idea provocadora: pedir a la ONU que envíe observadores electorales. "El que piense que esto es una exageración, debe saber que el país está bajo asedio. En Calabria, de 50 consejeros regionales, 35 han sido procesados o condenados. Y todo eso sucede en la más absoluta aquiescencia. En el silencio. ¿Qué otro país admitiría eso?", escribe Saviano.

La propuesta ha tenido eco inmediato en Facebook, donde 25.000 personas habían firmado ayer el manifiesto Somos todos observadores, que propone enviar ciudadanos a las urnas para evitar los pucherazos y la compra de votos, sobre todo en el sur.

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