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Reportaje:

La revolución educativa de Lula

El presidente brasileño intenta mejorar la calidad de la enseñanza tras fracasar durante su primer mandato

El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, se prepara para lanzar su revolución en la educación, espoleado por los datos negativos que acaba de presentar el Ministerio de Educación y Cultura, según los cuales la calidad de la educación ha empeorado gravemente en los diez últimos años. La primera promesa de Lula cuando accedió a la Presidencia en 2002 fue impulsar la calidad de la educación, objetivo en el que ha fracasado, de acuerdo con los estudios realizados por el Ministerio de Educación.

Los datos negativos se refieren también a los últimos años del Gobierno de su antecesor, Fernando Henrique Cardoso, quien, sin embargo, tiene a su favor el hecho positivo de que, durante sus dos periodos de Gobierno, la educación consiguió un éxito por todos reconocido: introdujo en las escuelas públicas al 97 % de los niños, la mitad de los cuales nunca la habían pisado.

Lula se había comprometido formalmente a dar el segundo paso: puesto que todos los niños ya iban a la escuela, lo que hacía falta era mejorar la calidad de la enseñanza, considerada por debajo del nivel de la mayor parte de los países de América Latina. No lo consiguió.

Las relaciones de Lula con la educación en su primer mandato fueron polémicas. Eligió como ministro de Educación al intelectual Cristovam Buarque, de su formación, el Partido de los Trabajadores (PT), quien, como gobernador de Brasilia y ex rector de la Universidad de Brasilia, se había convertido en uno de los mayores expertos en educación del país.

Conflictos de poder con el ex ministro José Dirceu, entonces brazo derecho del presidente, llevaron a Lula a prescindir de Buarque a los pocos meses de su mandato como ministro. Buarque acabó abandonando el PT para militar en el izquierdista Partido Democrático del Trabajo (PDT).

Desde entonces, Lula nombró a otros dos ministros de educación, pero no consiguió la deseada revolución en la calidad de la enseñanza, como indican los datos hechos públicos por el Ministerio de Educación.

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Lula es un político pragmático, sin mucha carga ideológica, pero con un gran sentido común. Ha entendido que, si pretende presentarse en 2010 a un tercer mandato ?para lo que debería cambiar la Constitución?, tendrá que vencer la batalla de la educación, pieza fundamental para acabar con las grandes diferencias sociales de este país, donde aún no se ha acabado con el analfabetismo y los niños salen de la escuela primaria ?según datos oficiales? prácticamente sin saber leer y, sobre todo, sin entender lo que leen; donde aún no es obligatoria la enseñanza media; donde los maestros ganan menos que un peón de albañil; donde los ordenadores no han llegado plenamente a las escuelas, entre otras razones, porque la preparación de los maestros es muy precaria, dadas las penurias económicas con que están obligados a vivir.

Cambiar este panorama es el objetivo de la revolución propuesta por Lula: una base salarial digna para todos los maestros del país (cerca de dos millones); recursos masivos para la formación del profesorado; mejoras en las estructuras de las escuelas; la obligatoriedad de la enseñanza media y la existencia de un ordenador por alumno en todas las escuelas públicas.

De ahí la expectación ante el nombramiento del nuevo ministro de Educación. Será, dicen los expertos en el tema, la gran prueba de Lula. ¿Caerá en la tentación de someter el nombramiento del nuevo ministro de Educación a los cálculos puramente políticos en el juego de la distribución de los cargos a los partidos aliados del Gobierno, o escogerá a una figura de gran talla nacional?

La incógnita se revelará en las próximas semanas, cuando Lula presente su nuevo Gabinete, un parto que le está costando mucho sudor y preocupaciones ante el hambre de poder de los 11 partidos que han decidido apoyarle.

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