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Columna
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Los salarios

La mejora de la situación económica internacional no significa que la crisis haya sido atajada, ni que sus efectos estén todos agotados. De momento, estamos asistiendo, en primer lugar, y eso ya es una gran cosa, a la contención de la desbandada financiera provocada por especuladores sin fe ni ley. Las grandes economías occidentales han salido de la recesión y los principales países emergentes no han entrado en ella, por lo que poseen tasas de crecimiento envidiables. Sin embargo, ¿estamos ya fuera de la crisis? Por supuesto que no. Pero ya es posible sacar algunas lecciones de la situación actual.

De un lado, los mecanismos que han provocado la crisis no han sido modificados. Ninguna de las cumbres mundiales, de Londres a Pittsburgh, ha propuesto la supresión de los instrumentos bancarios y bursátiles basados en la economía de la mentira, de la ultraespeculación y de la venta sistemática de activos efímeros, que siguen siendo dominantes. Timothy Geitner, el secretario del Tesoro de EE UU, ha tenido la valentía piadosa de querer que algunos bancos paguen su imprudencia, pero aún sería necesario que estos aceptaran el principio y que devolvieran el dinero. Tanto banqueros corrompidos, como traders granujas y políticos cómplices, entre otros, pueden continuar su trabajo. Al salvar a los bancos sin imponer medidas serias para evitar su descalabro, sin establecer reglas draconianas de vigilancia, reforzamos su opacidad y les incitamos a seguir con sus nefastas actividades. Leve consuelo para el ciudadano: esta gente representa, por suerte, sólo una pequeña parte de las profesiones afectadas...

Los Gobiernos definirán su estrategia para salir de la crisis en función de la resistencia de los trabajadores a cobrar menos

Por otro lado, los Estados han salvado efectivamente al sistema de la quiebra gracias a las sumas astronómicas que han depositado, como agua bendita, sobre el fuego especulativo de la crisis. Pero lo han hecho con dinero público. De ahí el dilema: ¿quién pagará? Ya que estas financiaciones representan en todas partes el aumento del déficit público y, por tanto, el crecimiento de la deuda. La de EE UU alcanza ya proporciones surrealistas, las de Alemania y Francia no es que estén mejor controladas, por no hablar del agujero negro en el que se encuentra Japón.

Por tanto, los Estados han actuado en calidad de corresponsables de la crisis. Esto tiene una fácil explicación: para los principales partidos de los países en los que explotó la crisis no hay alternativa a este sistema. Los gobiernos resultantes ya no creen ni en el viejo capitalismo social, keynesiano, y aun si creyeran en él, ¿cómo podrían defenderlo si aceptan el principio según el cual la economía mundial no puede ser regulada más que por el propio mercado? En su descargo, podemos decir que actualmente no vislumbran muy bien lo que ocurrirá; adoptan, por tanto, una prudente estrategia de espera, aunque los Gobiernos más lúcidos también son conscientes de que lo peor tal vez no ha llegado todavía.

Porque, por último, y esto es lo peor de todo, ¿quién pagará? Hay dos tendencias mundiales que ya están en marcha. En primer lugar, el empobrecimiento estructural de las clases medias, la bajada de su nivel de vida, el aumento inevitable de los impuestos que les golpeará con prioridad, el desclasamiento social que tendrán que sufrir si quieren seguir trabajando. En segundo lugar, el pulso que se ha disparado entre las clases asalariadas y la patronal, ella misma estrangulada por los financieros. La patronal quiere salir de la crisis reduciendo los salarios (lo que viene a ser lo mismo que hacerla pagar a los pobres), destruyendo las redes sociales y precarizando aún más a los empleados. Los Gobiernos no quieren ir demasiado rápido en este sentido: en Alemania, Angela Merkel se ha negado, en todo caso, frente a las propuestas antisociales de sus aliados liberales. En cuanto a Barack Obama, lleva un retraso social tal, que lo primero en lo que piensa es en garantizar el mínimo de lo mínimo para los 45 millones de pobres sin seguridad social que le ha dejado el liberalismo triunfante. Pero en conjunto, los Gobiernos definirán su estrategia principalmente en función del comportamiento de los propios asalariados. Si perciben un retroceso en la resistencia social, capitularán ante las fuerzas conjugadas de la economía y de las finanzas. Consecuencia: como no hemos aprovechado para reorganizar el sistema económico mundial, la salida de la crisis se hará tendencialmente por abajo, es decir, igualando los salarios de los países desarrollados con los de los países menos desarrollados. Y aún tendrá que haber salario, puesto que el desempleo forzoso como variable para ajustar la competencia jugará aún más fuerte.

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Traducción de M. Sampons

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