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Reportaje:

Una segunda Tangentopolis se cierne sobre Italia

La sucesión de escándalos y los vínculos de la mafia con parlamentarios ponen contra las cuerdas a la casta política

El fiscal nacional antimafia italiano, Piero Grasso, dijo el viernes esta frase: "Un método mafioso lo es también cuando no hay mafia y se convierte en un método extendido en la sociedad. Hoy el gobernante, el empresario, el burócrata y, de vez en cuando, en el sur, también el hombre de honor, forman una red de amistad a la que muchos intentan conectarse a falta de otras redes basadas en criterios de mérito".

La definición se ajusta como un guante a los últimos escándalos que azotan Italia. La Protección Civil encubría un gigantesco sistema gelatinoso de corrupción, según escribe el juez de instrucción; dos colosos de la banda ancha, Fastweb y Sparkle, han sido cazados en una presunta estafa de 2.200 millones organizada por una banda no menos ancha, de 56 personas, en la que figuran un traficante de diamantes vinculado a la extrema derecha, un senador elegido por la 'Ndrangheta en las listas del Pueblo de la Libertad, un empresario que posee la decimotercera fortuna del país y algunos miembros del servicio diplomático en Bruselas.

Muchos italianos parecen haber sobrepasado el límite del aguante
"La olla está a punto de estallar", cree el ex director de 'Il Corriere' Paolo Mieli
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Tangentopolis y aquellas sacas llenas de dinero llegando a las sedes de los partidos de la Primera República empiezan a parecer una guardería, pura calderilla. En Gelatinopolis las comisiones no se ven. El dinero gira por empresas del mundo entero antes de llegar a su destino, mientras la Protección Civil adjudica las contratas a los amigos amparándose en la impunidad de la emergencia permanente, con la anuencia no sólo de la presidencia del Gobierno, sino de algunos jueces (el número dos de la fiscalía de Roma espiaba para la banda gelatinosa) y del mismísimo Vaticano.

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Pero hoy, como entonces, muchos italianos parecen haber sobrepasado el límite del aguante. Desde el taxista romano que se declara "harto de la suciedad de los políticos" hasta el presidente de Ferrari, Luca Cordero de Montezemolo. La popularidad del primer ministro ha caído al mínimo de la legislatura (el 45%) y sigue bajando a medida que aumenta la división en la coalición de Gobierno. Los ciudadanos de L'Aquila, asqueados por las risas de los chacales que especulaban con la reconstrucción con los cadáveres bajo los cascotes, se manifiestan cada domingo para exigir que se reabra el centro histórico, que pese a la propaganda sigue como cuando lo visitó Obama. Ayer, los jóvenes del Popolo Viola (Pueblo Violeta) protestaron otra vez en Roma bajo el lema "la ley es igual para todos", y no hace mucho sus gritos obligaron a huir a dos diputados del Pueblo de la Libertad (PDL) por la puerta de atrás de una librería.

La casta está asustada. Massimo D'Alema, el gran visir, declaró ayer en una entrevista a Il Corriere della Sera que tras las regionales es urgente hacer las reformas porque el país ya no cree en la política. En vez de pedir responsabilidades, la máxima del Gatopardo: que cambie todo para que nada cambie.

A Berlusconi, sin embargo, la tormenta no le cambia: después de que el Supremo anulara la condena a su abogado David Mills por prescripción del delito, señalando que en efecto fue corrompido por Fininvest para mentir a su favor en dos juicios, Il Cavaliere ha reiterado que los "jueces politizados son una banda de talibanes, a veces peor que la mafia", y que restringirá por ley las escuchas judiciales porque son un "sistema bárbaro". Respecto al escándalo del senador Nicola Di Girolamo, presuntamente elegido por la 'Ndrangheta en 2008 en las listas del PDL, Berlusconi ha dicho: "No lo conozco, llegó al partido con Alianza Nacional".

Los comentaristas coinciden en el diagnóstico: la Segunda República no resiste más. "La infinita paciencia de los italianos se ha agotado" (Marcello Veneziani, en Il Giornale); "el sistema de poder ha llegado al tipping point, el punto de no retorno" (Barbara Spinelli, La Stampa); "la olla está a punto de explotar" (Paolo Mieli, ex director de Il Corriere della Sera).

Una escena refleja el estado de ánimo. El otro día, los periodistas piden al jefe del Estado, Giorgio Napolitano, su opinión acerca de la corrupción. El presidente, un hombre exquisito, al que las encuestas dan un 83% de apoyo de los italianos, responde esquivo como pocas veces: "Pregunten a otros". La escena acaba dos días después. Napolitano acude al concierto del pianista Maurizio Pollini en el auditorio romano de Santa Cecilia. Cuando entra, la platea se pone en pie y ovaciona largamente al presidente. Muy largamente. Como queriendo decir: queremos vivir en un país limpio.

Los escándalos, cada uno más grande que el anterior, han generado un clima de miedo y asco, de luto y vergüenza entre los italianos honrados. Siempre hábiles con el lenguaje, muchos nietos de Dante parecen haberse quedado sin habla. "No sé cómo hemos podido llegar a esto", dice Sabina Ambrogi, autora televisiva de talento, 43 años. "Solo sé que no se puede respirar de tanta mierda".

No será fácil llegar al punto de asfixia. Italia, dicen los propios italianos, se ha convertido en un país cínico y descreído, donde nadie se escandaliza por nada, en el que la política que antes daba de comer a la gente hoy sólo da ruin espectáculo televisivo.

Quizá influye que el italiano medio sigue siendo muy rico y note menos que otros la crisis (los cajeros no dispensan billetes de diez o cinco euros, el 73% de las familias tiene una casa y sólo un 13% una hipoteca), y como decía esta semana el ministro de Economía, Giulio Tremonti, a los corresponsales extranjeros, "si no fuera por el sur, Italia tendría la misma renta que Baviera". Los obispos le contestaron poco después: "La política usa el sur para sacar votos y no ayuda a su desarrollo abandonándolo a manos de la mafia".

La periodista Barbara Spinelli cree que el hecho que ha agrietado definitivamente el sistema vigente es la caída en desgracia de la virginal Protección Civil, una de las últimas instituciones creíbles del país, buque insignia del governo del fare (gobierno del hacer), que gracias a la investigación judicial realizada en Florencia se ha revelado como una metástasis de amiguismo, especulación y pillaje. Pero considera que el final de Berlusconi, si llega, tendrá que surgir de la misma derecha que ahora le idolatra.

Manifestantes con una caretas de Berlusconi protestan contra la corrupción, en Roma.
Manifestantes con una caretas de Berlusconi protestan contra la corrupción, en Roma.EFE

Las investigaciones

- Protección civil. Una investigación de la fiscalía de Florencia destapa a principios de febrero una presunta trama corrupta que desde la cúpula de la Protección Civil otorgaba a dedo contratos a cambio de bienes y favores sexuales. Guido Bertolaso, jefe del ente y viceministro, figura entre los investigados.

- Red de lavado. La fiscalía antimafia de Roma ordena la detención de 56 personas involucradas en una supuesta red de lavado de dinero que ocultó al Fisco italiano más de 2.000 millones de euros.

- Mafia. En una derivada de la investigación sobre la red de lavado, la fiscalía acusa al senador Nicola Di Girolamo de haber sido elegido gracias a la ayuda fraudulenta de la mafia.

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